rimero fue una superficial conclusión sobre la concurrida elección de 2018, aunque reforzada por algunas encuestas. Con el paso de las semanas y los meses tales visiones se fueron adhiriendo al horizonte publicado hasta solidificarse debido a continuas repeticiones. El triunfo de López Obrador se debió, según esta versión, al hastío de los mexicanos del sistema establecido imperante. El rechazo a las mentiras, corrupción e ineficacia de la dupla PAN y PRI se convirtió en un fenómeno indetenible que aupó a Morena al poder central. AMLO, sostienen, supo leer este reclamo ciudadano y lo hizo suyo. Hasta ahí llega el análisis de los que, ahora, se presentan como los adalides opositores del modelo que se ha introducido muy a pesar de sus críticas. No hay otras razones, la propuesta de los morenos sólo llega a predicar el combate a la extendida deshonestidad del régimen anterior.
Si esa fuera una visión, certera y abarcante, no podría explicarse el sólido apoyo popular al gobierno de López Obrador. Sería, cuando mucho, un rasgo y efecto de su simpatía, de su carisma. Un asunto de imagen, de simple popularidad. Un curioso atractivo que se irá desvaneciendo conforme la gente se da cuenta del fracaso real de su gobierno. Algo que se refleja, aconsejan relacionar, con las encuestas que dibujan el escaso aprecio de los mexicanos por la mayoría de los renglones que forman el quehacer público fundamental: la economía y la seguridad pública principalmente. Lo demás apenas recibe fríos apoyos.
Pero la opinocracia no deja de sorprenderse por el continuado soporte ciudadano a la conducción presidencial del gobierno. Y, desde su corta vista, la anterior sería una apreciación adecuada. Y de ahí no pasan a siquiera sospechar que puede haber otro conjunto de motivaciones que sirven de apoyo al sentimiento y a las decisiones de tan masivo soporte. Se tiene entonces que empezar a reconstruir lo que ha ido dejándose de lado. Un consentido olvido que exige su reposición. Para empezar, no se revisa la casi identidad prevaleciente entre las aspiraciones del pueblo y las motivaciones y fundamentos de las decisiones de gobierno. Todas las acciones que se empujan desde Palacio Nacional tienen, como eje motivacional, las necesidades de los de abajo. Trátese de cada uno de los programas gubernamentales como de las variadas conductas y dichos presidenciales. Con regularidad manifiesta, que se han convertido en normas de trabajo establecidas. Éstas transparentan la hermandad entre mandante y mandatario. La manera en que viaja, cómo se viste o como emplea el lenguaje, siempre se apunta al sujeto colectivo como referente nodal.
Es importante, también, señalar que el abrumador voto de 2018 tenía fundamentos de calidades adicionales a las ya señaladas. Se fue imponiendo, durante las dilatadas campañas, un modelo de estricta justicia social. Una atractiva propuesta que respondía a las necesidades y, en especial, a las aspiraciones colectivas. No se trató sólo de rasgos de una campaña de propaganda. Se trató de una construcción que penetró en los sustratos básicos de la población, sobre todo de esa parte de ella que había sido, consistentemente, dejada de lado, soslayada de la toma de decisiones. Sentirse considerado en las preocupaciones de los gobernantes se tornó en un conjunto de ideas fuerza que, con las idas y venidas por la República se fueron convirtiendo un despertar de conciencia. Y, a partir de esa realidad se ha ido expandiendo la mencionada correspondencia. Nada puede hacer pensar o sospechar, a la ciudadanía, que no siguen siendo los sujetos de las intenciones y trajines públicos del Presidente y de muchos de sus seguidores. Es por eso que, Morena, como partido, también cruza por este rumbo de exigentes miradas. Ahí radican las razones y las aspiraciones renovadas de los votantes para sufragar por lo que se llama, en verdad, el Movimiento Regeneración Nacional. Aunque a éste, ahora partido, se le hayan adherido personas que no sostienen ni se han formado en ese núcleo básico de su ser político. De variadas maneras tendrán que, al menos, tomar prestado parte del ideario.
La pretensión de este gobierno por ser uno de transformaciones profundas ha sido cuestionada de manera por demás frívola, o ligera, por sus opositores. Hay que decirles que ese afán implica todo un cambio de régimen. Y que buena parte del apoyo popular registrado proviene de la seguridad transmitida, de manera cotidiana, desde Palacio Nacional. Nada hay que soporte la crítica sobre un quebranto institucional como destino continuo. La vida democrática no se ha traicionado. Por el contrario, se ha enriquecido con el respeto a las personas y sus derechos. Corregir los abusos de programas y rituales anteriores no implica obsesiones de control y poder, sino apuntes para modificar errores y desviaciones ciertas.
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