miércoles, 14 de diciembre de 2011

El vértigo de los abismos


Luis Linares Zapata

Desde hace ya algunas semanas, o meses quizá, el señor Calderón desató una campaña para dar respiración artificial a su partido y, de pasada, a su candidato. A imagen y semejanza de su antecesor en el puesto, se lanza a los medios para proporcionar bases y empuje, ciertamente requeridos con urgencia, a sus endebles aspirantes presidenciales. Una, dos, tres veces o más apariciones por noticiero al día pueden hasta parecerles pocas a sus asesores de imagen. Aseguran que, cuantos más golpes de rating puedan conseguir, mejor será el posicionamiento ante la cautiva y vasta audiencia. Y ahí lo tenemos en las pantallas con motivo de cualquier boda, bautismo, inauguración, aniversario o sepelio. Máxime cuando este último pueda ser engalanado con crespones y cañonazos en el Campo Marte. La receta parece infalible: una toma nítida, bien encuadrada y unas cuantas frases positivas de adorno les parecen adecuadas para lograr el cometido. Las mediciones de apoyo popular a la gestión presidencial, muchas facilitadas desde arriba, lo registrarán de inmediato, ¡faltaba más!

La mayor contribución a la campaña del propio Calderón provino, hay que recordar, de las ilegales apariciones del señor Fox ante las cámaras de televisión: “No hay que cambiar caballo a mitad del río”, aseguraba con esa su vacía mirada hacia las cámaras. Fue él quien empujó la trayectoria del alicaído candidato del PAN cuyos esfuerzos no rebasaban, por entonces, 14 por ciento de las preferencias de voto. Es casi imposible oír, desde las bocinas de la opinocracia, una simple crítica a la corrosiva acción para la vida democrática del país que ocasionó aquel fenómeno difusivo. Se olvidan también de la intervención (tardía) de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenándole a Fox retirarse de los medios. Después de un silencio, obligado por el perentorio mandato judicial, el Ejecutivo federal (Fox) volvió, con ímpetu renovado, a publicitar los programas sociales de su gobierno –muchos inexistentes–, aunque ya, en esta segunda etapa, sin su voz, rostro y mensaje. Fue, sin miramientos, una devastadora campaña que costó, a los contribuyentes, unos 3.5 mil millones de pesos. Y ahí se tiene el resultado: seis años de continuidad de un modelo fallido, con más desigualdad, más pobreza, menor desarrollo económico, profunda división y una desatada violencia criminal.

El señor Calderón no puede repetir a pie juntillas la triste historia de su antecesor. Entre otras cosas porque la ley actual se lo impide. Sin embargo, encontró una forma retorcida de darle vuelta a la norma. Tiene sobrados recursos financieros y de autoridad para imponer sus designios al duopolio televisivo. No lanzará una serie inacabable de mensajes propagandísticos como su antecesor. Él aparecerá tirando línea, rebatiendo a rivales, condenando oposiciones, alegando con vehemencia en favor de sus posturas. Se presenta con rostro acicalado, traje impecable y de recambio para cada ocasión, la camisa bien planchada, las frases positivas entresacadas con cuidado de editor, derrochando energía corporal de ejecutivo eficaz. Una reproducción puntual del método Televisa que llevó a Peña Nieto al estrellato. Sólo que esta vez el aderezo de Calderón lleva un mensaje envenenado. Acarrea, a cada paso, una página de amenazas, mala ventura y provocación partidista. El señor Calderón (y adláteres como el señor Cordero) ha inundado el espacio público con una visión terminal, tenebrosa, casi apocalíptica del futuro que aguarda a la nación. El Estado criminal espera a los mexicanos a la vuelta de la esquina y parece, por las premoniciones aventuradas, indetenible. Parecen augurar que, en un descuido, el crimen organizado ahogará la vida en común de los mexicanos. La sociedad quedará a merced de facinerosos que rondan agazapados para dar el zarpazo postrero. Ya han adelantado, dice con voz urgida, sus intenciones en Michoacán sin que nadie pueda impedirlo. Se olvida que es él, en especial y para los menesteres de la prevención de tan infausto escenario, el titular del Ejecutivo federal.

Los ecos del discurso cotidiano del señor Calderón, repetitivo, angustiante, han sido captados por las ahora tensas antenas priístas. Son ellos, aducen mirándose al ombligo, los destinatarios de sus malfarios y sentencias condenatorias. Y, en efecto que lo son. Algo de mala conciencia tienen los priístas porque no atinan a responder con energía suficiente. Los muchos gobernadores y munícipes de ese partido, marcados con estigmas de colaboración o simple inacción ante el avance del narcotráfico, les impiden adoptar posturas dignas o beligerantes. Bien saben que ciertos de sus adalides cojean por sus falencias, al menos por faltas notables de honestidad y oscuro manejo de finanzas. Es por eso que ante el reciente desfile de personajes de talla como los ex gobernadores Hernández, de Tamaulipas; Herrera, de Veracruz; Marín de Puebla; Moreira, de Coahuila, o los de Quintana Roo, Sinaloa o Oaxaca más les vale hacer mutis y apechugar con sus anchos y calcinados cuerpos. Pero eso no hace olvidar que fueron tales personajes los que formaron la base de apoyo y complicidades que llevaron a Peña Nieto hasta encaramarse sobre la militancia priísta. Fue esta concertación de mandones, de caciques locales que se sienten impunes, la que proporcionó la fuerza legislativa, los recursos con los que se edificó el espejismo de invencibilidad y se proyectó la imagen de un candidato aventajado.

Pero el despliegue triunfal del priísmo ha revelado débiles sostenes que le impiden trasmitir firmeza en su marcha y lo hacen tambalear. No contaban con la indecorosa exhibición que su abanderado está escenificando sin recato o pudor y sí mucho desconcierto. La ignorancia de realidades cotidianas lo desarma y aleja de las tribulaciones cotidianas de un pueblo que se debate entre penurias y angustiante pobreza. Sus cortas o inexistentes lecturas, contra la intención de sus exégetas televisivos por minimizar el impacto político, le impedirán trasmitir, porque no la tiene, esa visión abarcante y delicada que la actualidad nacional exige de quien aspira a la Presidencia de la República.

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