Elena Poniatowska
A
las 10 de la mañana vi volar cuatro mariposas amarillas en el jardín frente a la iglesia de San Sebastián Mártir en Chimalistac.
“¡Qué raro –pensé– jamás las había visto por aquí!” Luego percibí un intenso olor a guayaba. “¡Qué raro –aquí siempre huele a confesionario y a pecado venial!”
Hacia las dos de la tarde, una camioneta negra se estacionó frente a la casa y vi que la sobrevolaba un enjambre de alas amarillas. Y de pronto un hombre de camisa abierta me anunció con cierto misterio.
Yo soy Genovevo, y el señor la está esperando aquí adelantito. ¿El Señor de los Anillos? ¿El Señor Jesucristo? ¿El Señor Presidente? ¿El Señor del los Cielos? ¿El Señor Marido de todas las viudas de la capital?
Obedecí, porque así me enseñaron desde niña. Como lo inesperado amanece frente a la puerta últimamente, me asomé al carruaje, vi la cara redonda de Gabriel García Márquez, y oí:
Elena. Sus dos manos me tendieron un ramo de rosas amarillas (
Yo las escogí–habría de decirme más tarde la Gaba). La camioneta se convirtió en un solo enjambre de mariposas amarillas que aleteaban en su cabeza.
Todos somos premiados, dijo Genovevo. Gabo conoce bien el rumbo, porque Gonzalo, su hijo, y Pía Elizondo, su nuera, vivieron en la calle de San Sebastián.
El 19 de noviembre pasado, Elena Poniatowska se convirtió en la primera mujer mexicana y en la cuarta escritora en ser reconocida con el Premio Cervantes. En la imagen se observan las flores que le regaló Gabriel García MárquezFoto Francisco Olvera
Ese mediodía me di cuenta, gracias al Quijote, que Gabo se desplaza con un séquito alado y reparte con sólo tenderlos con sus dos manos el amarillo que es el color del astro rey, que tanta falta hace a aquellos a quienes de pronto se quedan sin entender qué fue lo que les pasó.
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