Octavio Rodríguez Araujo
L
a revolución de 1910 se ha venido diluyendo desde los tiempos de López Portillo en la Presidencia de la República, pero sobre todo cuando los tecnócratas neoliberales consolidaron su poder, de Salinas a la fecha.
Cuando en 1953 se creó el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana (INEHRM) fue con la intención de estudiar ésta para profundizar en su conocimiento y en sus varias interpretaciones. En 2006, antes de que terminara el gobierno de Fox, se mantuvieron las siglas, pero se cambió el contenido de éstas. Desde entonces es el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México (las cursivas son mías). ¿La intención fue ampliar el estudio de la historia a otros movimientos revolucionarios en México o quitarle brillo a la guerra civil que, además de deponer a un dictador, puso los cimientos del régimen político mexicano ahora desnaturalizado por los mencionados tecnócratas neoliberales? Pienso que la intención fue lo segundo, entre otras razones porque la verdadera definición del México contemporáneo, laico y popular (aunque fuera en el discurso), se debió a la Revolución de hace 103 años. Que después el país cambiara, y no precisamente para el bienestar de la mayoría de los mexicanos ni para garantizar la soberanía nacional, no se debe a la Revolución sino a quienes la traicionaron.
Como toda revolución, la mexicana no fue un bloque ni una sola. Fue varias revoluciones en una y quienes resultaron triunfadores no fueron los más avanzados en sentido popular (salvo Lázaro Cárdenas) sino militares encumbrados y avorazados que no sólo le dieron la espalda al pueblo sino que trataron por todos los medios de controlarlo, curiosamente con lenguaje populista, pero nada más. En los últimos 40 años este lenguaje populista, que era lo único que quedaba de la gesta revolucionaria, se fue perdiendo también y la Revolución Mexicana pasó al olvido o es recordada, en el mejor de los casos, en desfiles cívico-deportivos (¿?) sólo propiciados este año por algunos gobiernos estatales y niños de escuelas públicas. La Federación canceló incluso estos desfiles y este año los redujo a una exhibición militar en el Zócalo, al parecer sin el pueblo. ¿Serán el Ejército y sus recursos la representación actual de la Revolución Mexicana?
Desde que era joven me llamaron mucho la atención los desfiles del 20 de noviembre, y más cuando tuve que participar en uno de ellos como empleado sindicalizado del ya desaparecido Instituto Nacional de la Vivienda. A la distancia no puedo evitar pensar que, sin darnos cuenta cabal, la Revolución Mexicana no merecía –para los gobiernos de antes– conmemoraciones a la altura de su significado político y social. Recuerdo que los que éramos obligados a desfilar (pues si no lo hacíamos nos descontaban el día) constituíamos parte de la burocracia federal de base, a fuerza sindicalizados y, por lo mismo, obligados a pertenecer a la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado, la nefasta FSTSE. Esta federación, conviene recordarlo, decía en sus documentos que sus afiliados eran miembros del PRI, aunque militaran en otro lado (doble militancia, se decía), cosa que a nadie le importaba pues la oposición era muy débil. El desfile era el típico de acarreados, a veces con pantalones negros y camisas blancas que nos daba el sindicato respectivo, y amenizado por aquellos burócratas o deportistas (no lo sé) que sabían hacer acrobacias encima de plataformas móviles o en la calle al pasar por el Palacio Nacional. Un absurdo que, supongo, no enorgullecía a nadie. Los del Instituto de la Vivienda pasábamos lista y nos íbamos, pues contábamos con la simpatía del dirigente de nuestro pequeño sindicato.
¿Por qué la conmemoración de la Revolución se hacía con desfiles cívico-deportivos? Nunca lo he sabido, pero a la distancia trato de interpretarlo como una manera de celebrar la fecha pero desvirtuándola, como lo hicieron los gobernantes posteriores a Lázaro Cárdenas, todos de derecha y en nada parecidos a quienes arriesgaron su vida contra la dictadura. Para esos gobernantes, que a diferencia de los actuales todavía esgrimían el populismo en sus discursos, la vieja revolución era parte de la historia y tema de estudiosos, en y fuera del INEHRM. Una referencia que siempre se mencionaba como
vigente, aunque el régimen construido por el grupo Sonora hubiera sido producto de un golpe de Estado contra Carranza.
¿Qué queda de la Revolución de 1910? El recuerdo y muchos libros y artículos interpretándola. Este año, ni siquiera un ridículo desfile cívico-deportivo de burócratas, salvo los de los niños de escuela en algunas ciudades del país precedidos, quizá, de alguna explicación de sus maestros sobre lo que fue la Revolución.
En 1966 Stanley R. Ross publicó en Nueva York (Alfred A. Knopf) una recopilación de textos bajo el título Is the Mexican Revolution dead? (¿Ha muerto la Revolución Mexicana?). Con este libro se reabrió el debate, pero no más. La verdad es que para entonces ya había muerto, pero a pesar de haber sido múltiple y adulterada sigue siendo una referencia de lo que había sido el país hasta que llegaron los neoliberales que, de plano, la mataron incluso como referencia. Por fortuna se sigue estudiando y cada vez sabemos más de ella y de la complejidad de sus varias corrientes en pugna.
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