Octavio Rodríguez Araujo
P
or ahí de agosto de 1996 me habló por teléfono Andrés Manuel López Obrador. Conversamos unos minutos y coincidimos en que el PRD debía ser, además de un partido político de tipo tradicional, un movimiento ligado a las luchas sociales de los mexicanos por mejorar sus condiciones de vida en varios aspectos, especialmente en lo económico. Lo acababan de elegir presidente nacional de su partido.
Por diversas razones, en su mayoría muy conocidas, el PRD no ha logrado ligarse a los movimientos sociales salvo en momentos muy específicos a lo largo de su historia. Lo más grave es que podría decirse que, con el tiempo y una ayudadita de Nueva Izquierda y otras corrientes afines, tampoco ha logrado convertirse en el partido político de tipo tradicional y de izquierda que quisieron e intentaron sus fundadores. Hoy por hoy el partido del sol azteca es difuso en muchos sentidos, de muy dudosas posiciones de izquierda y, desde luego, muy lejano de los movimientos sociales o muy poco comprometido con éstos.
Algunos analistas han criticado a AMLO por, según ellos, dividir a las izquierdas, pasando por alto lo que hizo por su entonces partido (el PRD) cuando lo presidió entre 1996 y 1999: creció en número de simpatizantes, afiliados y militantes, ganó la importantísima plaza del Distrito Federal llevando a Cuauhtémoc Cárdenas al gobierno de esa compleja ciudad, en 2000 ganó la elección para gobernarla derrotando a Santiago Creel, entonces apoyado por un fortalecido PAN que ganó la Presidencia de la República. Siendo jefe de Gobierno de la ciudad de México sorteó las varias ofensivas de Vicente Fox, incluyendo el famoso desafuero, y siempre apoyándose en movimientos sociales y manifestaciones de masas que hacía tiempo no se veían en el país. Con éstas salió triunfante y fue, después de Cárdenas en 1988, el opositor más fuerte que hubiera tenido el poder institucional de la historia posrevolucionaria. Las masas, como lo reconocen hasta sus enemigos de dentro y de fuera de las izquierdas, respondieron a sus llamados a defender el programa que enarboló y su proyecto de nación.
Podría decirse que López Obrador ha sido un político rara avis, innegablemente asociado a movimientos sociales, quizá hasta se le pudiera llamar (no peyorativamente) movimientista. En consecuencia, cuando quedó claro para todos que en el PRD –incapaz de refundarse– ya no tenía cabida, optó una vez más por organizar un movimiento con fines políticos: el Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
Fue a partir de este movimiento que se iniciaron las difíciles labores de convertirlo en partido político. De inmediato brincaron opiniones en contra y AMLO fue acusado de divisionismo porque –dijeron algunos– al formar otro partido de izquierda fomentaba la división. Esos críticos no han dicho nada semejante del papelote del PRD al formar, con Peña Nieto y los panistas, el Pacto por México. Tampoco han dicho nada del papel sectario y mezquino que jugaron los Chuchos y simpatizantes de éstos durante el proceso electoral de 2012 y después. Mucho menos han dicho algo, cualquier cosa, de cómo un partido que nació contra el PRI, ve en Peña Nieto a un aliado (aunque sea al revés). Ebrard, con quien casi nunca concuerdo, ha dicho, sin embargo, algo con lo que podría coincidir: que el PRD “se encuentra en el ‘extravío y la confusión’ y que ya no se sabe ‘qué posición tiene’, por lo que requiere ‘una renovación urgente’ y cambiar su línea política” ( La Jornada, 12/11/13). Buen diagnóstico; falta la medicina.
Aun así, Ebrard, Mancera y Cárdenas, supongo que con su mejor voluntad, insisten en la unidad de la izquierda (yo diría
de las izquierdas), lo que no significa –interpreto– que se unan en un solo partido, sino más bien que hagan una alianza para ofrecer un frente competitivo con miras a la elección federal intermedia de 2015. La propuesta no es extraña ni va en contra de Morena ni de cualquier otro partido que se considere de izquierda. Es lo que ha ocurrido desde la formación del Frente Democrático Nacional (1987-1988) hasta 2012 con otros partidos, en los últimos años con el Partido del Trabajo y con el ahora Movimiento Ciudadano (antes Convergencia).
Si Morena obtiene el registro oficial como partido, lo cual es muy probable a pesar del tambaleante IFE, será otro partido de izquierda. Si el PRD quiere verlo como un competidor cometerá un error: nadie ha dicho que las izquierdas sean homogéneas, como tampoco las derechas. Se sobrentiende, como bien se dijo desde 1977, que el país es un mosaico ideológico (Reyes Heroles, el de Veracruz) y que deben existir partidos que representen esas opciones. Pues así es: los del PRD que coincidan con sus dirigentes, que se queden ahí; los que no, tendrán otras opciones, una de éstas será Morena. Los votantes también sabrán qué partido escoger. Pero no adelantemos vísperas. El camino para las izquierdas es, como siempre, difícil, el más difícil pues aun con las tibiezas de algunos, son las únicas organizaciones que, al menos en la teoría, no están con el sistema tal y como lo vivimos en la actualidad.
Ojalá entiendan que sin unión estratégica le estarán dejando al PRI todo el país. La efervescencia social que hemos visto en lo que va del gobierno de este partido busca, en mi interpretación, que los partidos de izquierda oigan sus reclamos y acompañen sus movimientos. Acompañar no quiere decir dirigir. Simplemente acompañarlos y solidarizarse con ellos, aunque lo ideal sería que también los movimientos estuvieran unidos y no en la dispersión que los ha caracterizado. La división de la oposición siempre favorece, al final, al poder instituido.
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