Luis Hernández Navarro
D
ejaron de ser héroes para convertirse en delincuentes. Ya no son más los valientes justicieros que combaten a Los caballeros templarios, sino meros criminales. En cuestión de días, la imagen de los líderes de las autodefensas michoacanas mutó drásticamente. Aunque ellos son y hacen lo mismo que han sido y que han hecho desde que se levantaron en armas, en los últimos días su imagen pública se deterioró aceleradamente.
Hace unos meses se presentaba a los dirigentes de los grupos civiles armados como hombres de trabajo, genuinos agricultores y profesionistas rurales indignados por los interminables abusos de los templarios, que les chupaban el fruto de su trabajo y tomaban a sus mujeres a la mala. Hoy, en cambio, se les exhibe como criminales con historiales delictivos de consideración: narcotraficantes, asesinos, extorsionadores y lavadores de dinero.
La historia comenzó en enero de este año, cuando se filtró a la prensa el expediente de José Manuel Mireles, en aquel entonces la voz pública más articulada de los guardias civiles. El médico ya era figura pública y de vez en cuando hacía declaraciones incómodas para el gobierno. Se supo entonces que el vocero fue detenido en noviembre de 1988 por posesión de 86 kilos de mariguana y estuvo preso tres años y ocho meses. Sin embargo, casi no se divulgó que su proceso tuvo varias anomalías legales.
El siguiente objetivo en la mira fue Juan José Farías, El Abuelo, una de las más importantes figuras de las autodefensas de Tepalcatepec. Se le identificó como antiguo integrante del cártel del Milenio, preso en dos ocasiones (1988 y 2009) por portar arma de fuego y posesión de hachís.
El más reciente paso en esta estrategia de demolición del liderazgo de las autodefensas es el arresto de Hipólito Mora. El dirigente del grupo de Buenavista Tomatlán fue apresado por su presunta participación en el asesinato de dos comunitarios. Días después, se publicó que tiene antecedentes penales en Estados Unidos por traficar con droga.
La información sobre el pasado criminal de algunos de los líderes de las autodefensas, que los convierte de ángeles en diablos, es sólida. Eso fueron. La duda es por qué esos expedientes se divulgan hasta ahora. Dos hechos políticos relevantes dan luz sobre esta interrogante.
El primero es la sórdida pugna entre el comisionado federal Alfredo Castillo y el gobierno de Michoacán. Aunque de dientes afuera todo es armonía entre ellos, en los hechos hay un soterrado pleito. No parece ser casualidad que la difusión del expediente de El Abuelo coincida con el encuentro que éste sostuvo el 5 de febrero con el comisionado, incidente que dejó muy mal parado al encargado presidencial de solucionar el conflicto.
El segundo elemento es la resistencia de las autodefensas a los planes y deseos gubernamentales. Los líderes no se disciplinan (por lo menos no todos) y sus bases no entregan las armas. No aceptan las condiciones que el gobierno les pone. No se alinean.
El famoso Pacto de Tepalcatepec, firmado el pasado 27 de febrero, ruta de cooptación establecida para
institucionalizarla rebeldía con cuernos de chivo incorporando a los civiles armados a las guardias rurales, no funciona. A final de cuentas, fue un acto para la gradería, para tomarse la foto, para silenciar las voces que alertaban sobre los peligros de que civiles se hicieran cargo de la seguridad pública. Pero no fue una acción eficaz para acabar con la autonomía de las milicias.
La relación entre autodefensas y gobierno federal es compleja, tiene muchas aristas. Hay entre ambos una alianza explícita para combatir a Los caballeros templarios. Se coordinan para realizar operaciones militares conjuntas. Las guardias civiles no están en guerra contra las autoridades federales. Sin embargo, no se subordinan a la lógica gubernamental. Por un lado, acarician el lomo a los funcionarios públicos, por el otro, los condicionan. Poco antes de ser detenido, Hipólito Mora amenazó al gobierno con realizar bloqueos carreteros si no se liberaba a sus compañeros presos.
Las autodefensas tienen muchos integrantes (alrededor de 25 mil) y están muy bien armadas. Mantienen autonomía, disciplina, modos de funcionamiento, mando, control de territorio, ambición como grupo de poder. Se hacen justicia a sí mismas e influyen en las decisiones de los municipios. Si se lo proponen, pueden ser una fuerza decisoria en el proceso electoral del próximo año.
Esta autonomía es muy incómoda para el gobierno. Y, conforme pasa el tiempo, no desaparece. El arresto de Hipólito Mora, la creación de una nueva imagen de los líderes civiles armados, ahora como delincuentes, y la salida del país del padre Gregorio López no son hechos ajenos a esta situación. Anuncia una nueva etapa entre el gobierno federal y las autodefensas: o los líderes de los grupos civiles armados se disciplinan a la estrategia de las autoridades o son encarcelados.
Los armados tienen clara la nueva fase del conflicto. No en balde, por medio de un video difundido en las redes sociales, José Manuel Mireles acusó al gobierno federal de sembrar la división entre los comunitarios y quererlos traicionar para debilitar el movimiento y desaparecerlo. Dijo que no tienen confianza en la autoridad y que faltan muchos convenios por cumplir de parte del gobierno.
Esta nueva etapa anticipa reacciones inesperadas y muy peligrosas. El mismo Mireles lo advirtió:
A pesar de que nos quieren desaparecer, nos quieren meter en cárceles y nos quieren traicionar, la base, el pueblo, las mujeres y los hombres fuertes de Michoacán seguiremos unidos, en pie de lucha, y no pararemos.
Cuando se detuvo a Hipólito Mora, cerca de 70 de su hombres se atrincheraron durante 60 horas, hasta que finalmente aceptaron entregar al Ejército sus armas. En advertencia de lo que puede pasar, escribieron con plumón en cartulinas :
Estamos listos para morir.
Pd. Se nos adelantó don Carlos Narváez. Se va a extrañar su sabiduría, sentido común y calidad humana.
Twitter: @lhan55
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