jueves, 20 de marzo de 2014

Ciudad Perdida

Línea12, ¿obra con jiribilla?
Mantenimiento, la cereza del pastel
Rectificar, temor del consorcio
Miguel Ángel Velázquez
P
ara que nadie resulte responsable, que todos sean culpables.
Así, el consorcio que se encargó de construir la Línea 12 del Metro será el mejor librado. Podríamos decir, incluso, que en algunos momentos su actuación caería en el renglón de la omisión perversa, o más todavía, en una labor dolosa que no puede escapar al juicio de los habitantes de la ciudad ni de sus autoridades.
Sorprende por eso que ahora las labores de mantenimiento que deberán hacerse en la línea dorada se le asignen a la empresa Alstom, una de las culpables, por decirlo de algún modo, de los problemas que agobian al Metro en su Línea 12. Pero no sólo eso, después de la millonada que las empresas del consorcio formado por ICA, Carso y Alstom han cobrado de los impuestos que pagamos los que vivimos en esta ciudad, piensan cobrar una lana más por el mantenimiento que se dará a la multicitada línea.
Antes que apenarse o asumir la responsabilidad que tienen, los empresarios miran en el enorme problema una forma más de ganar dinero. Mire usted, el consorcio avisó al Gobierno del DF que dejará de dar mantenimiento a la línea dorada porque ya no tienen recursos. Se supone que ese trabajo, el mantenimiento, lo realizaban sin ningún costo para los que pagamos impuestos, pero le recomiendan al gobierno de Miguel Ángel Mancera que contrate a Alstom, claro, mediante el pago de unos millones de pesos más, que saldrán de los bolsillos de los contribuyentes.
Pero no sólo eso, cuando los directivos del consorcio supieron que una de las salidas al problema era rectificar el trazo de las curvas, simplemente se alarmaron. Algo como eso ya no podría significar un negocio, porque tal vez una licitación para la reconstrucción del tramo de curvas del Metro no lo ganarían ellos, sino alguna otra firma, pero lo que sí les dejará recursos es el mantenimiento a las vías y las ruedas de los trenes.
Para ellos no es necesario que se realice un nuevo trazo, no obstante que las firmas internacionales que de eso saben advierten que esas curvas impiden que los trenes viajen a más de 35 kilómetros por hora, y el mantenimiento a ruedas y vías se tenga que hacer con mayor frecuencia de la habitual; es decir, Alstom tendría un negocio seguro per secula seculorum. Eso sí les gustó, y luego luego firmaron un contrato por 200 millones de pesos por seis meses.
No hay que ir muy lejos: para que el negocio subsista, debe pervivir el mal. De eso se trata. No obstante, el gobierno de Mancera deberá ser muy cauto al contratar a las empresas que tendrían que reconstruir el trazo de la línea, que deberá hacerse para evitar que la zona de curvas se convierta en un barril sin fondo alimentado con los impuestos que paga la sociedad defeña.
Por lo pronto, el gobierno de la ciudad de México deberá evaluar hasta qué punto las empresas constructoras realizaron el trabajo, aún conscientes de que la obra, en las condiciones en que se construyó, significaba un peligro para las cientos de miles de personas que a diario viajan, o viajaban, en la línea dorada. Sí, es verdad, ningún funcionario que sea responsable, de ésta o de la pasada administración, debe quedar impune ante tamaño problema, pero ya basta de enterarnos de que esta o aquella empresa falló en la construcción de alguna obra pública, y que en ese ámbito nunca hay culpables.
No obstante, si lo que se quiere, después de todo el escándalo, es decir que nadie es culpable porque todos son responsables, no nos queda más que lanzar un grito de desahogo: ¡Vamos bien!
De pasadita
Seguramente usted lo recuerda, es el mismo que al final del sexenio pasado nos sorprendió con un descubrimiento digno de cualquier trasnacional petrolera: un manto de agua que haría al DF más que autosuficiente en ese renglón. Todavía no se extrae de ese mar ni una sola gota en beneficio de la ciudad. Ahora resulta que el mismo funcionario halló una cueva tan grande, que por ahí podría pasar hasta la Línea 12 sin dificultad. Se trata de Ramón Aguirre, el titular del Sistema de Aguas del DF, quien, para que nadie piense mal, ya empezó a tapar su cuevota. ¡Aguas!

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