Luis Linares Zapata
L
a actual administración federal está urgida de buenas noticias, aunque sean poco creíbles. Las busca hasta en cualquier tiradero sobrante, ya sea económico, petrolero o de seguridad virtual. Sin embargo, la presión no le viene de abajo, de las masas empobrecidas, pues esa zona ha sido desde tiempo atrás olvidada por las élites políticas. Los vientos de contrariedad proceden de sus mismos patrocinadores que le impelen a cumplir promesas hechas y repetidas. El patronazgo interno, sobre todo externo, no admite tardanzas ni medianías en los resultados. Desea, exige, un rendimiento total ante sus ambiciones. A duras penas aguantaron las molestias de un año de aprendizaje y otras tantas ineficacias, tonterías y malentendidos. ¡No más tolerancias!, declaran de manera abierta. Pero las angustias del oficialismo público también se originan en esa parte oscura, perversa, malformada que provoca la aplicación irrestricta del modelo en boga. El gobernar para unos cuantos, ya beneficiados en extremo, y no para el pueblo, los electores, los necesitados, la ciudadanía pues, tiene resultados que, bajo cualquier indicador de gobernabilidad, apuntan hacia la disolución institucional.
El enredo, las discordancias mostradas a cada rato por los senadores encuentran su medida en la mediocridad de los liderazgos incrustados en las fracciones partidistas de esa cámara. Nada positivo puede esperarse de tan mediocre ensamble de discapacidades, disfrazadas con torpeza, en los cerebros de esos llamados operadores. Su lucha, trasiegos y discurso nada tienen que ver con la mejoría y menos aún con la grandeza o independencia de la nación. Ellos están ensartados en sus bajas pasiones, en sacar adelante sus pequeñas ambiciones, en cortar raja del reparto de las parcelas de poder bajo disputa, en los varios negocios derivados de sus obediencias subordinadas. Y tal situación puede extenderse, sin temores ajenos, a bastantes más de sus correligionarios legislativos, a sus pares en las burocracias partidarias o entre las jerarquías de los distintos niveles de ejecutivos. Todo un archipiélago de incapaces que, no sin ironías, se han encaramado en los controles y las riendas del Estado. Un panorama capaz de provocar rupturas trágicas por donde se quiera.
Ante tan desgraciada circunstancia actual, que viene de lejos (más de 30 años de neoliberalismo) el grito que se extiende es el
¡sálvese quien pueda!Unos, que lo entonan hasta en voz alta, buscan sus propias salidas, aunque sean por demás reducidas o se refugien en el crimen. Pero un creciente número de mexicanos, siguiendo el ancestral instinto solidario, se organizan en reductos cercanos, familiares, comunitarios para, de esa manera defenderse contra las crueles y hasta ahora, imparables envestidas de los poderosos atrabiliarios. Vale la pena destacar aquí la notable contribución conceptual que hace Víctor Toledo en las páginas de La Jornada(13/5/14, p. 22). Lo que por estos tiempos de modernidades viene destacando, a la par de las innumerables rebeldías y explosiones cotidianas de los mexicanos y en medio de tan angustiante realidad, es el grito ya por demás audible de los ciudadanos que se expresan en las redes sociales.
El creciente número de personas que usan estos instrumentos colectivos forma ya toda una corriente que no puede ser ignorada por nadie. Se cuentan por cientos de miles y ocupan nichos sustantivos en la sociedad tecnológica globalizada. Sus voces van expresando, además de sus variadas opiniones, estados de ánimo calmos o rijosos, descontentos de coloreada índole, energías ya poco contenidas y, en mucho, canalizadas contra los que aprecian sus rivales, sus opositores, amigos, sus detractores pero, en especial, la dirigen contra cualquier forma o escala de ese poder que los subyuga. Un apartado importante en sus respuestas, en sus vendettas, en sus enfoques, los dirigen, con ahínco especial, hacia y contra la opinocracia y el mundillo político. Esa claque que apoya, sin contemplaciones que valgan y sí muchos intereses particulares, la continuidad del desigual modelo. Lo distintivo de esta situación, no conocida anteriormente, es que el número de participantes activos propasa ya al de los auditorios radiofónicos que atrae la opinocracia de tales medios. Todavía no logran contrarrestar la influencia desmovilizadora de la televisión, pero ya le hacen cosquillas en esas partes que son, al mismo tiempo, nobles, placenteras y dolorosas. Hay que compadecer, aunque sea en uno de esos rincones de humanidad residual del alma colectiva, las urgencias de este priísta gobierno que no encuentra asideros para sostenerse sin el caro auxilio de las tribunas apantalladas.
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