Bernardo Bátiz V.
E
l pasado miércoles 22, la ciudad de México fue el escenario de una marcha que cruzó por avenidas del Centro Histórico, en la que participaron decenas de miles de personas de todas las edades y condiciones, pero en su núcleo, en su esencia, estuvo integrada por jóvenes.
Lo alentador, lo importante, es eso, que los jóvenes, en especial los estudiantes, atendieron la convocatoria, realizada por ellos mismos. Fueron los organizadores y el alma de esa extraordinaria muestra de civismo activo, de acompañamiento y apoyo a las madres y a los padres de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa.
Cuando me dirigía para ser al menos testigo de la manifestación, escuché a un locutor de radio, vocero del sistema, que hablaba de unos
cientos de manifestantescon un tono despectivo; portavoces como él y algunas plumas al servicio del sistema pretendieron minimizar lo que vivió la ciudad, acallar la importancia del hecho y los reclamos de quienes exigen justicia y seguridad, deberes elementales de un gobierno al servicio de su pueblo.
Participaron alumnos de las más importantes instituciones de educación media y superior de la capital: la UNAM y el Poli no podían faltar; los normalistas y los de la Universidad Pedagógica, tan agraviados por las ocurrencias del Secretario de Educación, ahí estuvieron; los jóvenes de la Ibero que dieron desde la campaña testimonio de interés por México y muestra de valor civil, tomaron su lugar en el conglomerado en movimiento. No faltaron los de la Escuela Nacional de Antropología, los de la UAM, los de la UACM y muchos más, todos en armonía y hombro con hombro. Me pregunto sí alguno del ITAM, del Tec de Monterrey o de la Anáhuac, jóvenes al fin, se asomaron por ahí; quizá en lo individual, la causa lo merecía.
Militantes de Morena, me consta, se unieron con tacto para evitar el oportunismo partidista, como testimonio y reconocimiento a la razón de la marcha. Lo importante, lo esencial de la protesta es que participó el pueblo en general, mujeres, profesores, adultos mayores, pero el grueso, lo mejor, lo alentador de la protesta, es que la columna principal fue de jóvenes estudiantes.
Horas antes de iniciarse la marcha, recibí en mi correo electrónico un comunicado inesperado que fue señal, sin duda alentador, que tendremos que valorar: uno de tantos colectivos de estudiantes me envió una especie de proclama dirigida a los compañeros de su propia universidad, pero también al Estado mexicano y a la sociedad en general; se trata del Colectivo Autónomo de Estudiantes del Claustro de Sor Juana.
Esta universidad más bien pequeña, organizada como una asociación civil no lucrativa, funciona desde hace unos 30 años en lo que fue el Convento de San Jerónimo, en pleno Centro Histórico, y hasta donde tengo información no es práctica común de sus estudiantes participar en manifestaciones callejeras, sin embargo, siempre hay una primera vez.
Por ser interesante, el documento breve que concluye con un lema que no se sí es de los jóvenes o de su escuela:
crítica, humanismo, rebeldía, contiene consideraciones maduras y propuestas valientes, seguramente coincidentes con las opiniones y razones de otros muchos participantes.
En la parte final los estudiantes del Claustro de Sor Juana hacen un llamado que transcribo textualmente por su sentido político y democrático:
Desde el colectivo de estudiantes, invitamos a la sociedad a solidarizarse con los alumnos en contra de la violencia de Estado con acciones de desobediencia civil pacífica, siendo respetuosos en todo momento de las distintas formas de manifestación. Nosotros nos proclamamos combativos desde la no-violencia activa.
La manifestación en sí misma, la presencia de jóvenes que participan por primera vez en este tipo de acciones colectivas, modelo de democracia participativa, madurez y claridad de las propuestas y consignas, justifican para mí el título de esta colaboración a La Jornada.
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