Octavio Rodríguez Araujo
M
e había prometido no escribir sobre el jefe de la Iglesia católica, entre otras cosas porque la publicidad de su visita a México es desmedida y porque el laicismo constitucional quedó en entredicho o, más bien, pisoteado. Sé que los últimos presidentes del país, del PRI y del PAN, son católicos, apostólicos y romanos, pero juraron para el cargo una Constitución laica y su responsabilidad es para todos los mexicanos. Sus creencias y las expresiones de su fe deberían de recluirse en su vida privada. Pero no fue así, parecieron hacer gala de religiosidad, no muy diferente a la de esos jerarcas católicos que se ostentan como parte de las elites del país y no como seguidores de Jesús de Nazaret, que predicaba el amor y la humildad.
La fe mueve montañas, bien dice el refrán. Y ya lo vimos: millones de mexicanos ofreciendo a su dios el sacrificio de la espera y de las incomodidades para ver a un personaje cuyo principal mérito es que fue votado por un cónclave oligárquico variopinto y no precisamente humilde, que vive entre riquezas muy lejanas a la pobreza en que ejercen su misión miles de párrocos de pueblos miserables, aquí y en otros muchos países.
Lo que ha venido diciendo el jefe del Estado Vaticano ha sido señalado antes por decenas o centenas de intelectuales críticos de muy diversas ideologías e incluso por políticos populistas, socialdemócratas y socialistas que, aunque sea por ganar votos, se han referido por igual a las calamidades que vive este sufrido planeta. ¡Ah!, pero lo dijo el Papa, entonces va el aplauso. No es así y la verdad es que a nadie le importa lo que diga: todos sus oyentes seguirán haciendo lo mismo que hacían el mes pasado. Y lo seguirán haciendo no por cínicos ni pecadores conscientes, sino porque es lo que hacen y como viven. ¿Dejarán los patrones de escamotearles a sus trabajadores los salarios y la seguridad social? ¿Dejarán los políticos de hacer negocios a través de prestanombres y de contratos amañados? El Papa podrá hablar, como en letanía, de corrupción, pero cualquier católico sabe que si confiesa sus pecados tendrá una pequeña penitencia y la absolución. Y la vida sigue.
¿Pedir perdón a los indios? ¿Sólo a los indios? ¿Ya se le olvidó al jefe del Vaticano lo que ha auspiciado éste desde los tiempos de las cruzadas y las persecuciones y torturas a los herejes y a otros durante la
Santa Inquisición, incluso en estas tierras? ¿Y qué perdón ha pedido por las alianzas seculares de la Iglesia católica con monarcas y miembros de las clases dominantes en contra de los pobres y plebeyos? ¿Por qué nombró a Castro y Castro obispo de Cuernavaca si en Campeche se le ha acusado de encubrimiento de sacerdotes pederastas? Y, a propósito de éstos, ¿recibió a quienes han sido víctimas de curas pederastas y que le pidieron ser escuchados? Hasta donde sé, no. Quizá porque todavía no es tiempo de destapar totalmente esa cloaca: la Iglesia, como bien sabemos, se mueve despacio y el tiempo lo mide por siglos y hasta milenios.
Como persona Francisco hasta podría caer bien, parece simpático y, a decir verdad, es mucho mejor Papa que la mayoría de sus antecesores y menos reaccionario que ellos. Quiero suponer que, por la edad y por pertenecer a la orden de los jesuitas, algo le tocó de las enseñanzas de Pedro Arrupe, quien fuera Prepósito General de la Compañía de Jesús y un crítico del papel de la Iglesia en favor de los ricos (en México hizo cerrar las escuelas privadas de jesuitas y si la Universidad Iberoamericana se mantuvo fue porque su patronato insistió en ello). Bergoglio-Francisco, hasta donde se sabe, optó preferencialmente por los pobres y se ha caracterizado por su sencillez y humildad, hasta donde se lo permite el protocolo de la Iglesia. Por lo mismo debe tener muchos enemigos entre la jerarquía que él jefatura y difícil será que, aun proponiéndoselo, pueda sanar ese cuerpo de zánganos que viven de las limosnas de los pobres y de las donaciones de los ricos para
curar sus pecados.
Sin embargo, me pregunto si los millones de fieles que lo alaban y lo veneran saben cuál es su pensamiento y cuáles las luchas que íntimamente está librando desde sus posiciones jesuíticas reformadas por Arrupe (si acaso las tiene). ¿O sólo los mueve la fe porque es el
Santo padrey el representante del dios católico en la Tierra.
El detalle de orar ante la tumba de Samuel Ruiz no puede ser soslayado, pues el obispo de San Cristóbal de las Casas fue un militante de la Iglesia de los pobres aunque no precisamente de la Teología de la Liberación, pese a haber estado muy cerca de ésta. Pero ese detalle, por demás simbólico, no ha tenido la misma cobertura de medios que otros actos que, aunque el Papa hubiera querido, no podía evitar (por ejemplo en Palacio Nacional), dado el protocolo de su viaje en su doble personalidad: de Jefe de Estado y de Jefe de una Iglesia.
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