Octavio Rodríguez Araujo
H
ace muchos años, en 1977, fue publicado un libro titulado La alternativa socialdemócrata (Barcelona, Blume), de Brandt, Kreisky y Palme, los dirigentes más influyentes de la Internacional Socialista de esa época. En ese texto el austriaco Kreisky mencionó que los socialdemócratas participaban, directa o indirectamente, en el gobierno de casi todos los estados de Europa. Y así era, salvo en los países satélites de la Unión Soviética. Sin embargo, con la excepción de los países escandinavos, su participación en gobiernos europeos no los llevó a cambiar sustancialmente la realidad que se vivía entonces. Su presencia en los gobiernos de Europa occidental no significó proximidad al socialismo. Los socialdemócratas mismos se encargaron de vaciar de contenido su nombre y sus orígenes, aun reformistas como fueron.
Adam Przeworski, uno de los grandes expertos en el estudio de la socialdemocracia, expresaba sus dudas de que ésta pudiera llevar
a sus sociedades hasta el socialismo. Y añadía:
Estoy seguro de que las reformas son posibles, pero eso no quiere decir que el reformismo sea una estrategia viable de transición al socialismo(Capitalismo y socialdemocracia, Madrid, Alianza Editorial, 1988). Y a mi manera de ver, tuvo razón, y sólo agregaría que los comunistas tampoco lo lograron, ni por la vía revolucionaria ni por la electoral y reformista que también adoptaron con el eurocomunismo (que no fue otra cosa que la socialdemocratización de sus posiciones, incluso en México).
Después de la ola de dictaduras en América Latina, que incluyó a Brasil 1964-1985, Paraguay 1954-1989, Bolivia 1971-1982, Chile 1973-1990, Uruguay 1973-1985, Argentina 1976-1983, Perú 1968-1975, Ecuador 1972-1976, Nicaragua hasta 1979, se inició un proceso que algunos autores denominaron
transición a la democracia. En este proceso se pudo observar que los partidos tradicionales, también llamados convencionales (incluidos los socialdemócratas), comenzaban a perder simpatías electorales o entraban en francas crisis como Acción Democrática con Carlos Andrés Pérez en Venezuela (por corrupción) o los gobiernos democráticos de Bolivia que tuvieron un comienzo fallido con Hernán Siles Suazo (1982-1985) apoyado por los partidos de izquierda congregados en la Unión Democrática y Popular (UDP). En ésta participaron el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda (MNR-I del mismo Siles Suazo), el Partido Revolucionario de la Izquierda Nacionalista (PRIN) y el Partido Comunista de Bolivia (PCB). Las reformas que se había propuesto el nuevo gobierno fracasaron y la UPD se dividió. Siles renunció y convocó a nuevas elecciones en 1985 en las que triunfó Paz Estenssoro. Con él las políticas neoliberales dictadas desde Washington, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, seguidas por los sucesivos gobiernos hasta 2006, dejaron a Bolivia en la bancarrota y con una creciente inconformidad que ponía en alto riesgo la precaria estabilidad económica y política del país. Las privatizaciones, la deuda pública, la acentuación de las diferencias sociales y la depauperación sobre todo de los indígenas (que en Bolivia representan la cuarte parte de la población) llevaron el país a una situación insostenible.
La coyuntura de Bolivia exigía un cambio y éste lo ofreció Evo Morales, dirigente no sólo de los cocaleros sino del Movimiento al Socialismo, un nuevo partido que surgió, como tal, en 1995 en oposición a las medidas económicas tomadas por los gobiernos anteriores, sobre todo contra las privatizaciones. En 2005, a pesar de algunos pronósticos, ganó Morales la presidencia del país, con un porcentaje indiscutible. Se estatizaron de nuevo varias de las empresas privatizadas, se creó una nueva Constitución y se reconoció el peso cultural y social de las naciones indígenas (razón por la cual se llama Estado Plurinacional de Bolivia). Para algunos autores Evo Morales llevó a Bolivia al carril de los gobiernos del
socialismo del siglo XXI, que rigurosamente no es tal, pues el estatismo parcial convive con la economía de mercado y, además, porque el estatismo no es socialismo, como se demostró en la mismísima Unión Soviética, donde no hubo propiedad privada de los medios de producción antes de que ese país volviera a ser capitalista.
No se ha instaurado el socialismo, como tampoco en Ecuador, en Venezuela o en Cuba, pero en el caso de Bolivia las condiciones de la mayoría de la población han mejorado considerablemente en los últimos años, y esto lo reconocen tanto tirios como troyanos, al igual que se aprecian positivamente en Cuba. Sin embargo, si acaso son ciertos los datos preliminares sobre el referendo del domingo pasado, es probable que un poco más de la mitad de los ciudadanos (el voto en Bolivia es obligatorio) quisiera que al terminar el tercer mandato de Evo Morales, hubiera alternancia. Quizá se estime que los liderazgos se desgastan y que los intereses que se crean en gobiernos prolongados puedan desvirtuar incluso las mejores políticas de un régimen. Lo que preocupa a no pocos analistas es si el mismo Movimiento al Socialismo podrá proponer un nuevo candidato para 2019 y si seguirán las reformas para acercar el país a una mejoría todavía mayor que la lograda hasta ahora.
Tal vez tuviera razón Przeworski y el reformismo no sea una estrategia viable de transición al socialismo, pero quizá estaría de acuerdo en que los países escandinavos no son socialistas y sin embargo en varios de ellos (destacadamente en Islandia y Noruega) se desconoce lo que son la pobreza y las grandes desigualdades en sus propios territorios. Vivimos tiempos de vertiginosas nuevas realidades. ¿Por qué no esperar lo mejor? Bolivia, debe decirse, no está viviendo una coyuntura tan crítica como Venezuela, y Evo y sus asesores parecen tener una perspectiva más clara que Nicolás Maduro.
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