Luis Hernández Navarro
D
e joven, Umberto Eco quiso ser periodista, pero al entrar a la Universidad de Turín en 1954 decidió estudiar filosofía. Sus padres pensaban que eso de ser reportero no era muy serio. De niño había soñado con manejar un tranvía y con ser soldado.
No importó que no estudiara periodismo, porque igual fue periodista de opinión a lo largo de su vida, reflexionó a profundidad sobre las dificultades y retos del oficio, y hasta escribió una novela sobre la prensa.
Las columnas periodísticas de Eco, deslumbrantes ensayos cortos, se publicaron en una diversidad de diarios y semanarios. Escritas en un estilo directo y mordaz, antisolemnes, analizan lo cotidiano, buscando –según él– poner en práctica lo que Roland Barthes llamaba el
olfato semiológico: captar el sentido de los acontecimientos donde otros sólo encuentran hechos, e identificar mensajes donde algunos no ven más que cosas.
Sus artículos desentrañan con viveza y originalidad hechos políticos trascendentes, espectáculos, modas, deportes, tendencias sociales y la naturaleza y conflictos que viven los medios de comunicación. Más aún: son, con frecuencia, un ejercicio de crítica del cuarto poder desde el periodismo, una elección política.
Para Eco, la objetividad periodística es un mito. Como señaló en su ensayo
Información, consenso y disenso, escrito en 1979:
Un diario hace interpretación no sólo cuando mezcla un comentario con una noticia, sino también cuando elige cómo poner en página el artículo, cómo titularlo, cómo acompañarlo de fotografías, cómo conectarlo con otro artículo que habla de otro hecho; y sobre todo un diario hace interpretación cuando decide qué noticias dar.
El periodista –según él– no tiene el deber de la objetividad, sino el de ofrecer un testimonio haciendo explícito lo que piensa. Debe advertir al lector que lo que dice no es
la verdad, sino
su verdad, una entre otras posibles.
Y es que, de acuerdo con el filósofo,
no son las noticias las que hacen el periódico, sino el periódico el que hace las noticias, y saber juntar cuatro noticias distintas significa proponerle al lector una quinta.
Para Eco, los periódicos son hoy
el diario íntimo del intelectual y le permiten escribir cartas privadas muy públicas. Él ve sus colaboraciones en la gran prensa como un instrumento de pensamiento coyuntural, como un medio en el que los hechos se utilizan para aventurar hipótesis que son valoradas por los lectores, como un intento de proponer muchas soluciones de manera simultánea.
De acuerdo con el semiólogo, escribir en el periódico es una forma de hacer política. El intelectual –asegura– hace política con su discurso, aunque no sea éste el único medio para efectuarla. A través del periódico apuesta a incidir en la esfera pública en lo cotidiano, y a hablar cuando siente el deber moral de hacerlo.
Sin embargo, Umberto Eco no limitó su compromiso político a sus artículos periodísticos. El 8 octubre de 2014 –por ejemplo– se unió a un grupo de mexicanos que exigían en la Piazza Cardusio, en Milán, Italia, la presentación con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos.
El profesor Eco reflexionó ampliamente sobre el poder de los mass-media. Hoy –escribió en
Para una guerrilla semiológica–
un país pertenece a quien controla los medios de comunicación. Posteriormente matizó su afirmación, señalando que la fuerza que éstos han adquirido es incuestionable, aunque
algunas veces creen tener más poder del que realmente poseen y buscan convertirse en protagonistas y jueces de la cosa pública, en más de una ocasión desvirtuándola hasta convertirla en espectáculo.
Para él, la función del cuarto poder es controlar y criticar a los otros poderes tradicionales, pero puede hacerlo sólo porque su crítica no tiene funciones represivas. Los medios –dice– pueden influir en la vida política de un país solamente creando opinión. Los periódicos no son un órgano al servicio del público, sino un instrumento de formación del público.
Pero Umberto Eco no sólo pensó el periodismo desde la academia y la prensa. Lo hizo también desde la literatura. Su novela Número cero nos muestra, como poco más de un siglo antes lo hizo Upton Sinclair con La ficha de bronce, la peor cara de cierta prensa.
En la contratapa del libro, Roberto Saviano –autor de Cero, cero, cero..., una espectacular radiografía del negocio de la cocaína hoy en día, amenazado de muerte por la camorra y víctima de una campaña de lodo en algunos medios– advierte que esta obra de Eco es
el manual de comunicación de nuestro tiempo.
En Número cero, uno de los reporteros sentencia:
Los periódicos no están hechos para difundir, sino para encubrir noticias. Para ello recurren, entre otras cosas, a ahogar la noticia en un mar de información. Son, también, una máquina de fango que, para desacreditar a alguien, no requiere de lanzar acusaciones muy graves. Les basta con sembrar una sombra de sospecha sobre el comportamiento cotidiano de sus presas.
Umberto Eco fue un crítico implacable de las redes sociales, que permiten que la opinión de los
neciostenga la misma relevancia que
la de un premio Nobel. Son –dijo– un instrumento peligroso porque no permiten identificar a quien habla. Puso en duda que hayan mejorado el periodismo
porque es más fácil encontrar mentiras en Internet que en una agencia como Reuters. Según él:
En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública.
El filósofo encontró como uno de los fenómenos negativos asociado a la importancia de las redes sociales la extensión del síndrome del complot. “El complot –explicó– nos consuela. Nos dice que no es culpa nuestra. Que algún otro organizó todo. Hay complots por todas partes. Están basados en fantasías y son falsos.’’
Umberto Eco, a su manera un apocalíptico, falleció el pasado viernes. Los mapas que dibujó nos seguirán ayudando a caminar el mundo.
Twitter: @khan55
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