¿Gobierno de transición o cuartelazo? La única opción de Peña
DESFILADERO
Por: Jaime Avilés (@Desfiladero132)
4 de julio 2016.- Es muy distinto decir “hemos sido tolerantes hasta excesos criticados”, que “hemos sido tolerantes ante excesos criticables”. Un mes antes de la matanza de Tlatelolco, Gustavo Díaz Ordaz dio a entender que estaba molesto por los chismes que circulaban a sus espaldas, y anunció que les iba a tapar la boca a quienes lo tachaban de tibio.
El hijo de mami que protagoniza la opereta de Chiapas, cogido de la mano de una cantante de Televisa —que dispone de cientos miles de fans en Brasil, que por tuiter le ruegan que se divorcie y se vaya para Río de Janeiro—, Manuel Velasco es una hoja en la tormenta perfecta creada por su incapacidad para gobernar. Manuel Velasco es un títere al que se le enredaron los hilos.
Manuel Velasco no gobierna ni a su abuelo, ni a sus papás, ni a sus amigos ni socios ni mucho menos cómplices que se han apoderado del tesoro público y de grandes extensiones territoriales de Chiapas, en buena medida por la desidia corrupta del Instituto Nacional Electoral, que toleró fraudes escandalosos en múltiples municipios del estado más rico en biodiversidad (y minerales e hidrocarburos) de México.
Chiapas es tan sólo una ficha del rompecabezas que se le está desbaratando al gobierno de Peña Nieto en lo general, y al Salinato —la dictadura invisible de Carlos Salinas de Gortari— en lo particular. El sexenio se agotó un año y once meses antes de las próximas elecciones presidenciales. Los supersecretarios del jefe del Ejecutivo también son títeres que boquean con los hilos enredados. Y el Míster Peña Bean que Obama y Trudeau ridiculizaron en Toronto, ya lo vimos, carece de talentos para todo, no ha podido, no podrá solucionar nada.
Tres amigos: Chong, Videgaray, Nuño
Emilio Chuayffet, como secretario de Educación, se peleó con los maestros para tratar de imponerles una reforma laboral disfrazada de “educativa”. José Narro Robles le dijo al periodista Humberto Musacchio que relevaría a Chuayffet en cuanto dejara de ser rector de la UNAM. Los planes se alteraron cuando Chuayffet, ex jefe de la política interior del país y segundo máximo responsable de la matanza de Acteal en diciembre de 1997, salió de la SEP vencido por las deficiencias de salud de su organismo.
Como Narro seguía en la UNAM, Peña sacó de Los Pinos a su comodín para negocios privados y oscuros, el doctor Aurelio Nuño Mayer, un inepto que cometió el mismo error que Francisco Labastida Ochoa, cuando en enero de 1998 remplazó a Chuayffet en Gobernación y siguió aplicando la absurda política de mano durísima contra las comunidades indígenas zapatistas.
Labastida fue un pésimo gestor de la crisis de Chiapas, un pésimo candidato a La Silla y el primer priísta en la historia del universo que perdió unas elecciones presidenciales. Nuño Mayer, tan incompetente como Labastida, prosiguió la guerra de Chuayffet contra los maestros, y terminó arrastrando al gobierno de Peña Nieto a una crisis de ingobernabilidad que se expande por todo el territorio de lo que era este país.
Metido con calzador a la carrera hacia la Presidencia (desde el primer día ha tenido 1% de aceptación en las encuestas), Nuño creó las condiciones propicias para que Miguel Ángel Osorio Chong lo desplazara de la escena.
El actual jefe de la política interior (así se decía antes, quién sabe qué signifique hoy) usó al regente Miguel Ángel Mancera para obstaculizar el desplazamiento (y hostigar los campamentos) de las delegaciones de maestros que vinieron, y siguen viniendo al DF, a exigir un diálogo democrático para redefinir la reforma “educativa”.
Cuando la tosudez del gendarme de cuello blanco de los Bisquets de Obregón exasperó los ánimos de los lectores de Ricardo Alemán, Pablo Hiriart y Rafael Pérez Gay, Chong detuvo a los máximos dirigentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación en Oaxaca. Los acusó de “lavar dinero” y la provocación surtió efecto. Oaxaca se convulsionó epilépticamente.
La mañana del domingo 19 de junio, un centenar de soldados de la Policía Federal bajo el mando de Osorio Chong, disparó armas de fuego contra los habitantes del pueblo de Asunción Nochixtlán, una comunidad prehispánica cercana a la ciudad de Oaxaca, y mató nueve personas. Después de ese golpe sanguinario, Chong llamó a los maestros al diálogo, pero no pudo capitalizar los dividendos.
Ante la primera delegación de enseñantes que se dignó recibir, Chong trató de ganar tiempo, tal como era previsible, pero desde Canadá, en donde hacía el ridículo como el presidente más tonto del rumbo, Peña Nieto asumió el costo político de Nochixtlány reventó la maniobra de su “supersecretario”. Acto seguido, el hombre de Bucareli se hizo acreedor a la portada del Proceso de esta semana al advertirnos, como si fuera su dueño,que se había “agotado el tiempo”: bajo su foto, Proceso nos alerta: “El gobierno corta cartucho”.
¿Qué es “el gobierno”? Nada. En 2015 Peña Nieto gastó decenas de miles de millones de pesos para posicionar, en el cerebro de sus “gobernados”, la confianza plena en que gracias al “éxito” de la reforma enérgetica —la privatización del petróleo— ya no volverían a subir e incluso empezarían a bajar los precios de la gasolina, el diesel, el gas y la energía eléctrica.
Videgaray, el otro “supersecretario” de Peña, éste en el ámbito de las finanzas, hoy también luce como títere enredado con sus propios hilos, porque mientras Chong cortaba cartucho, Videgaray aumentaba la gasolina Magna (40 centavos), la gasolina Premium (24 centavos) y la luz (7%).
Ante el palpable vacío de autoridad moral y la acelerada pérdida de control de masas que acusa Peña Nieto, Morena lo exhorta a disolver su gabinete y formar un nuevo equipo de gobierno que sea capaz de conducir un proceso de transición “tranquila”, pacífica, consensada. Si algo le dijeron Obama y Trudeau entre líneas, es que el Estado de México no puede vulnerar, en beneficio del Estado Islámico, la frontera sur del imperio del norte de América.
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