R. Aída Hernández Castillo*
E
l Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezado en 2011 por el poeta Javier Sicilia, hizo de la frase
¡Estamos hasta la madre!su bandera de lucha. Con la creatividad que caracteriza a la juventud, integrantes del movimiento #YoSoy132 diseñaron serigrafías compuestas de la imagen de la Virgen de Guadalupe con la expresión:
¡Hasta la Madre dice ya basta!Este giro lingüístico cuestionaba el carácter sexista del dicho popular, asumido como bandera de lucha por el Movimiento por la Paz. Seis años más tarde, las madres mexicanas y centroamericanas dicen ¡Ya basta!, convirtiéndose en la conciencia social del país, denunciando la violencia y la impunidad.
Al igual que pasó con las Madres de Plaza de Mayo en Argentina, o con el Grupo de Apoyo Mutuo en Guatemala, mayoritariamente las madres han sido las que se han movilizado en la búsqueda de sus hijos, politizando sus identidades maternas para convertir a todos los desaparecidos y desaparecidas, en sus hijos e hijas. Las camisetas rotuladas usadas en las marchas o en las jornadas de búsqueda han cambiado de
Te buscaré hasta encontrartepor
Los buscaremos hasta encontrarlos.
Si bien las organizaciones de familiares de desaparecidos que se han formado a todo lo largo y ancho del país, son organizaciones mixtas, en muchas regiones han sido las madres las que han encabezado las búsquedas de fosas comunes (como en Sinaloa y Veracruz) o exigido la apertura de fosas comunes (como en Morelos y Coahuila). La idea de que su identidad como madres les daba cierta protección, las ha llevado a encabezar las búsquedas y tratar de proteger a sus hijos o esposos de nuevos crímenes. Esta postura asume la existencia de algún tipo de reserva ético-moral en los perpetradores de la violencia, que respetaran la figura de la
madre. Bajo esta lógica, una de Las Buscadoras de El Fuerte compartía la historia de una vez en la que un hombre fuertemente armado con el rostro cubierto le impidió la entrada a un terreno donde se asumía que existían fosas clandestinas. Ella lo increpó diciéndole:
Muchacho, muévete y déjame pasar que un día tu madre te estará buscando como yo, y querrás que te encuentre. El joven le respondió llamándola por su nombre y diciéndole:
Mis respetos, doña, pase a buscarlo.
Sin embargo, la
pedagogía del terrorparece estar cruzando todos los límites éticos y morales, el respeto a
la madre mexicanano es parte ya en los códigos de actuación de los sicarios. Las madres de los desaparecidos están siendo centro de la violencia. La lista es larga e incluye a mujeres de todo el país, de distintas profesiones y clases sociales (ver). El caso más reciente es el de Miriam Elizabeth González Martínez, madre de Karen Alejandra Salinas, secuestrada en San Fernando, Tamaulipas, quien no sólo había encabezado las investigaciones para encontrar los restos de su hija, sino que aportó elementos para dar con los homicidas. Su activismo como madre la llevó a encabezar la formación del Grupo de Familiares Desaparecidos en San Fernando, y a apoyar a otras muchas familias a encontrar a sus hijos. En pleno Día de las Madres, el 10 de mayo pasado, un grupo de hombres armados entró a su vivienda y la asesinó.
La impunidad que ha caracterizado el asesinato de otras madres de desaparecidos, les ha dado a los sicarios
permiso para matar, para continuar usando los cuerpos de estas mujeres como mensajes de terror a la sociedad. El caso de Marisela Escobedo, madre de una de las múltiples víctimas de feminicidios en Chihuahua –quien fue asesinada el 16 de diciembre de 2010 mientras hacía un plantón frente al palacio de gobierno– es un ejemplo de las consecuencias de la impunidad. El asesino confeso de su hija, quien dio la información para encontrar el cuerpo de la joven, fue liberado por falta de pruebas por el Poder Judicial. Lo mismo sucedió con el asesino confeso de Sandra Luz Hernández, la madre de Édgar García, quien era integrante de una organización de familiares de Culiacán. Sandra Luz fue asesinada el 11 de mayo de 2014, cuando realizaba las investigaciones para encontrar a su hijo. Su asesino confesó, entregó el arma con la que la mató y la ropa ensangrentada que usó. Un año después el juez Sergio Valdez Meza lo liberó
por falta de pruebas.
Las madres de los desaparecidos los han asumido a todos como sus hijos e hijas. Creo que como sociedad nos corresponde asumirlas a ellas y ellos como nuestras madres y padres, protegerlos, exigir al Estado que responda por su integridad física. Pero sobre todo que la impunidad no siga siendo en México un mensaje que da
permiso para matar.
* Investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social
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