Estar vivo es subversivo
Gloria Muñoz Ramírez
Y
de pronto nos dice la gente querida que hay que bajarle tantito, que no nos arriesguemos, que la vida es lo primero. Y una, sin sentirse heroína de nada, sabe que lo que escribe puede costarle la vida. Y que las amenazas se cumplen. Y que nuestros teléfonos intervenidos, los allanamientos a nuestro domicilio y a nuestros centros de trabajo, los ataques cibernéticos y un largo etcétera pueden ser el inicio de un ataque que termine con nuestra existencia.
Nuestra muerte se suma desde hace más de una década a la de quienes ponen el cuerpo todos los días en su lucha contra el despojo y la represión, por la defensa de sus derechos y territorios, en la denuncia de los atropellos sin límite. Nuestra muerte se suma a la de los nadies que, como lo dijo Eduardo Galeano, valen menos que la bala que los mata, los mis-mos que hoy conforman la enorme fosa en que gobiernos y criminales han convertido a nuestra nación.
Un día una siente que estar viva es subversivo en un México en el que los periodistas nos acostumbramos a monitorearnos, a dejar rastro, a avisar a nuestra gente dónde estamos y a qué hora regresamos. Y no es normal trabajar bajo amenaza.
Y ahora nos dice el Estado que va a investigar, porque sucede que el asesinato del colega Javier Valdés consiguió sacar a la calle a quienes se habían abstenido y exigir explicaciones y medidas urgentes al gobierno federal para acabar de una vez por todas con las complicidades y cobardías que nos han arrebatado la voz de más de cien periodistas, siete tan sólo en lo que va del año.
Y sí, es el Estado al que hay que exigirle. Son sus instituciones las que mantienen 99 por ciento de impunidad en los crímenes contra nuestro gremio. Son gobernantes, funcionarios, políticos, fuerzas armadas y policías coludidos con
los malosde la mafia que sea.
Ya no hay manera de bajarle. Los compañeros de España, Alemania, Argentina, Chile y decenas de países nos dicen que no estamos solos, y exigen a sus gobiernos que le exijan al nuestro garantías para el ejercicio de nuestro trabajo, que no es otro que cuestionarlo, denunciarlo y vigilarlo. Y hoy también exigirle que ni uno más.
Pero del Estado mexicano no vendrá la respuesta ni el punto final. La presión mundial debe traernos expertos de organismos internacionales que acaben con la impunidad, brigadas de observación de defensores de derechos humanos y de periodistas de todo el mundo, relatores de la CIDH y de la ONU que documenten el horror e implementen mecanismos de protección, porque nosotros, nosotras, no le vamos a bajar ni tantito.
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