jueves, 28 de junio de 2018

¿Cambio de régimen o de modos de gobernar?

Octavio Rodríguez Araujo
C
uando un régimen político, entendido como una forma de Estado, no se alinea con éste, no puede ser de larga duración, terminará fracasando o convirtiéndose incluso en lo que sus arquitectos no quisieron que fuera. Si el Estado no cambia, el régimen político terminará por ser esencialmente el mismo que se trató de sustituir. El problema parece ser, en principio, cambiar el Estado, refundar uno nuevo. Salvador Allende, como mucho antes Francisco I. Madero, no lo entendió y así le fue: su nuevo régimen político se resolvió, mediante brutal golpe de Estado, por el lado más reaccionario de las fuerzas políticas, económicas y militares que le daban vida al Estado chileno bajo el acecho del imperialismo estadunidense. En México la reacción de Carranza contra Huerta fue más que oportuna, y triunfó, pero estábamos en medio de una revolución armada y no precisamente pacífica.
Un cambio de régimen político es un cambio en la correlación de fuerzas que, obviamente, no puede ser la misma que caracterizaba al régimen que se trata de sustituir. Pues si esas fuerzas siguen siendo las mismas actuarán, con todo el poder acumulado que las caracteriza, para revertir el proceso y evitar que, por la vía de un cambio de régimen, se transforme sustancialmente el Estado.
Más fácil de entender sería que en realidad no se trata de un cambio de régimen político, sino de modos de gobernar. Si se habla de acabar con la corrupción (un modo de gobernar, para el caso), se está diciendo que se ejercerá el poder sin el flagelo de las transas, del delito y de la impunidad, cosa muy difícil en un país donde la corrupción lamentablemente es una forma de vida y hasta de supervivencia de muchos (México no es Suecia o Noruega, digamos). La estamos viendo incluso en los partidos que dicen estar en contra de ella, ¿o no es una forma de corrupción asociarse con otros por pragmatismo electoral sin importar principios y programas? ¿No es una forma de corrupción designar como candidatos a personajes impresentables socialmente sólo porque aportan votos? Si para llegar al poder institucional se aceptan ciertas componendas, ¿cómo se espera que se gobierne? ¿Sin éstas? Habrá que ver.
Varios teóricos que respeto (Salama y Alvater, entre otros) han dicho que si el régimen político no va en la misma dirección de lo que representa el Estado, será por definición de corta duración por la contradicción que encierra tal mancuerna. Al final uno de los dos se impondrá: o el régimen político cambia el Estado o éste cambia el régimen político, pero no pueden subsistir ambos por mucho tiempo si se contraponen. ¿Ocurrirá esto en México? Es probable, ya que no encuentro ninguna teoría que diga lo contrario, aunque algunos me recordarían que los conceptos de nueva hegemonía y de nuevo bloque histórico de Gramsci están en el horizonte del país, como se supone que estuvieron en la Unión Soviética. Pero en ésta tampoco ocurrió pese a que no sólo se cambió el régimen político sino también el Estado (que si bien no fue socialista tampoco fue propiamente capitalista). En la extinta URSS se creía, tanto dentro como fuera, que ahí se estaba formando un hombre nuevo y un nuevo bloque histórico, ¿y qué pasó en cuanto Gorbachov aflojó los controles con la Glasnost y la Perestroika? El pueblo, que se supone apoyaba el llamado socialismo de su país, se volcó de lleno y con júbilo al capitalismo, y lo mismo sucedió en los países bajo su dominio, es decir en el resto de Europa oriental.
Nótese que para el caso mexicano no he mencionado a ningún partido pues se supone que en estos días no se vale hacer propaganda político-electoral. Pero para que se me entienda bien, ninguno de los partidos que encabezan las coaliciones que compiten por la Presidencia ha establecido sus alianzas con base en principios definitorios siquiera semejantes. Un viejo amigo que ya falleció decía que si al cocinar mezclábamos ingredientes de buena calidad el resultado tenía que ser un platillo muy apetitoso. No era cierto, pero en el caso de las coaliciones menos podríamos decir lo mismo, pues la calidad de algunos de los partidos dista mucho de ser buena. El resultado podría ser un platillo incomible y hasta de mal olor, al menos para quienes, como yo, no padezcan de anosmia.
En fin, de acuerdo con las encuestas serias conocidas, tenemos idea de qué coaliciones y candidatos van a ganar el próximo domingo, pese a que –como bien dijera Mitofsky– no sean pronósticos. Pero después veremos si los propósitos de quienes triunfen se podrán confirmar en el ejercicio del poder. Mi mayor deseo es que la teoría que apenas he esbozado esté equivocada y que haya cambios importantes en el país, aunque sean sólo en los modos de gobernar. Necesitamos cambios. Ojalá se den para el bien del país.

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