César Navarro Gallegos
L
a derrota del partido oficial y de los gobiernos que durante décadas usurparon el poder político del país, eran cuestiones políticas largamente esperadas por millones de mexicanos que los padecieron durante la mayor parte del siglo XX. El estrepitoso derrumbe del decrépito partido de la revolución institucionalizada representa la culminación y epílogo de un ciclo en la vida política nacional que ya no tiene cabida en el futuro de México.
El reciente triunfo electoral de la oposición, en más de un sentido condensa y ha sido precedido de múltiples batallas libradas por el pueblo mexicano mediante diversas formas de acción y luchas en reclamo de libertades democráticas, justicia y derechos sociales; por medio de contiendas electorales, movimientos campesinos de recuperación y ocupación de tierras despojadas, huelgas de trabajadores: movilizaciones sindicales, estudiantiles, magisteriales y revueltas y rebeliones populares, en confrontación directa con los órganos de represión del Estado.
Vistas en retrospectiva las tendencias electorales de las recientes décadas, anunciaban ya el creciente rechazo y rabia en contra de la imposición y continuidad del partido gobernante y sus aliados y cómplices. Aun cuando en forma confusa en un inicio; desde hace tiempo que la sociedad mexicana andaba en busca de una nueva opción y liderazgo político para sacudirse por la vía electoral el autoritarismo corrupto y delincuencial de la clase gobernante y su partido. Así lo evidencian lo sucedido con el fraude electoral en las elecciones de 1988; luego, la fallida ilusión en la candidatura del ilustre vaquero Vicente Fox en el año 2000; el despojo electoral a AMLO en 2006 y toda la gama de trampas electorales a las que tuvieron que recurrir para ungir presidente a Peña Nieto en 2012.
El derrumbe del PRI ha arrastrado también a la virtual extinción de un conjunto de partidos parasitarios, creados en su mayoría por el propio Estado para disponer de aliados serviles en tiempos de elecciones y votantes autómatas, alineados al PRI dentro de las instancias gubernamentales y legislativas. Partidos a los que garantizaban la permanencia de su registro electoral, aun cuando no hubiesen obtenido los votos suficientes para preservarlo; al parecer el falso partido magisterial empollado por Elba Esther, en esta ocasión no contó con los suficientes votos que el PRI le inyectaba y se dice que está a punto de despedirse de las contiendas electorales nacionales, por lo cual los dirigentes del SNTE además de perder la reforma educativa que con gran fervor apoyaron, muy probablemente perderán también su franquicia electoral color turquesa. Igualmente, parece que Morena también perderá un aliado electoral de corte progresista y laico que no alcanzó a preservar su registro, no obstante la incorporación y apoyo político e ideológico del
izquierdista y carismático ídolo del futbol mexicano.
La debacle del PRI y el PAN, asimismo, ha sido acompañada del colapso de los residuos políticos que aún subsistían de la izquierda electoral, una izquierda que había dejado de serlo y abdicado hace mucho tiempo de principios éticos e ideológicos; carente de afanes de cambio social y político y mucho menos de planteamientos y acciones de verdadera oposición y combate político real. El ejemplo más logrado de esta izquierda en naufragio lo constituye el PRD, como consecuencia del corrupto desempeño de sus gobiernos, la degradación de su vida interna, el trazo de sus alianzas políticas en sumisión con los gobiernos priístas y más recientemente como retaguardia electoral de la derecha panista. Todo ello escudado en una retórica discursiva que según afirmaban, se correspondía con la estrategia de una
izquierda moderna, pero que finalmente lo condujo a la lastimosa descomposición de este partido electorero que en algún tiempo se autodenominó como el más importante de la izquierda mexicana. Sin embargo, en el contexto de las nuevas condiciones políticas del país, habría que peguntarse si es viable y tiene sentido la existencia de un partido de
izquierdatipo PRD.
Para quienes no somos accionistas de ninguno de los partidos en quiebra no nos inquieta, ni perdemos el sueño con la caída de la bolsa de valores electorales, ni tampoco la posible pérdida de un registro electoral o la drástica disminución del monto de las prerrogativas monetarias; al fin y al cabo no pertenecemos a la clase política de la izquierda subsidiada. En todo caso, a algunos nos preocupa más, entender y comprender ahora qué significa y hacia dónde caminará la cuarta
transformación revolucionariaque se supone es descendiente y heredera de las otras tres que sí han ocurrido en la historia mexicana y en la que según se nos ha anunciado, estamos a punto de embarcarnos
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