lunes, 1 de octubre de 2018

América del Norte: AMLO y Trudeau

Víctor Flores Olea
S
eguramente la cuestión política internacional más importante para México hoy es la del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), revisado por los tres países participantes originales de Norteamérica: México, Estados Unidos y Canadá. Hace año y medio que se iniciaron las negociaciones para la revisión y modernización del mismo. Parecía obvio que Canadá formaría parte del nuevo tratado comercial. Sin embargo, transcurridos los últimos 18 meses, nos encontramos con una serie de reacciones inesperadas por parte del supervoluble Donald Trump, con el resultado de que hoy está en cuestión un tratado tripartito del que pudiera quedar marginado Canadá, y que el asunto puede reducirse a dos tratados bilaterales de comercio: México-Estados Unidos (ya integrado) y Canadá-Estados Unidos.
Esta perspectiva no representa el mejor de los mundos. Aparte de los beneficios comerciales que se han logrado para Mexico en el TLCAN, desde el punto de vista táctico internacional, la presencia de Canadá en el mismo seguramente ha contribuido a un mejor equilibrio entre los países negociadores, con diferencias abismales. O, al menos, para México ha significado un punto de referencia que no necesariamente coincide con las ambiciones de dominio que son parte definitoria de la política exterior de Estados Unidos, y más con su actual presidente. En realidad se había fijado una situación afortunada para México y Canadá.
Ahora mismo, sin embargo, la situación para México está lejos de ser ideal. En un esfuerzo extraordinariamente meritorio, el grupo negociador de México, encabezado por el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, México ha logrado, por lo pronto, un acuerdo bilateral con Estados Unidos pero quedando por lo pronto Canadá fuera del acuerdo. Sin embargo, ha abierto pláticas intensivas con Estados Unidos que conducirían a un tratado bilateral Canadá-Estados Unidos. En realidad, la estrategia profunda de Donald Trump sobre lo que desea parece hoy clara. En vez de un tratado trilateral, dos acuerdos de comercio bilaterales con México y Canadá. La habilidad de esta ruta retorcida y superbarroca consistió en llegar a final de cuentas al esquema comercial preferido por el imperio (y por Donald Trump). Camino habilidoso porque, si Trump hubiera planteado desde el inicio finiquitar de hecho el TLCAN y sustituirlo por dos tratados bilaterales, se habría encontrado probablemente con una firme negativa de México y Canadá.Ya vemos que, en materia política, de pronto los objetivos se alcanzan no por la ruta más corta, sino por la más larga, como muestra ahora el presidente de Estados Unidos.
Muchos dirán que, en este análisis, doy por un hecho la no inclusión de Canadá en el nuevo tratado comercial de América del Norte. Debo decir, entonces, que ojalá esté profundamente equivocado, ya que siempre he sido un partidario de la cercanía entre México y Canadá, por razones tácticas elementales y aun estratégicas. Sin embargo, debemos también atender las evidencias irrefutables de la realidad.
Y tampoco podemos desentender el efecto de las voluntades políticas en acción. Hace dos o tres días la prensa mexicana informó de un llamado telefónico de Justin Trudeau a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), seguramente para comentarle algunos aspectos relevantes de las negociaciones Canadá-Estados Unidos, pero también se ha puesto de relieve que en un momento de la conversación Trudeau habría pedido a AMLO sus buenos oficios para que Canadá no dejara de formar parte de un tratado de carácter trilateral. Según esa prensa, especialmente La Jornada, AMLO habría subrayado enfáticamente el deseo de México de que Canadá formara parte de un tratado trilateral para regular el comercio de América del Norte, y en general la importancia que México le atribuye a la cercanía con un país como Canadá, pero también habría hecho hincapié en las limitaciones que México tiene en este aspecto, para no poner en riesgo su propio acuerdo comercial con Estados Unidos. AMLO claramente habría expresado los vínculos estrechos que desearía establecer con Canadá, pero ya casi en las funciones de un jefe de Estado tuvo cuidado en expresar los linderos que le imponía su nuevo e inminente cargo.
El hecho es que en la desequilibrada región del norte del continente, como todos sabemos, son profundas las diferencias en el desarrollo de los tres países, llevándose México la parte más modesta del trío, del cual forma parte la potencia militar y económica más fuerte del mundo. La vecindad con este país nos ofrece oportunidades únicas, pero también nos impone inevitables subordinaciones, que el imperio no olvida, entre otras razones, por su viejo hábito de dominación y control que ha ejercido sobre muchos países y regiones en el mundo. Por eso resulta particularmente atractivo, y diría, una necesidad política imprescindible, el hilo de las relaciones más amplias posibles de nuestro país con Canadá.

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