José Blanco
E
stábamos, mi compañera de vida y yo, sentados en la escalera, frente al edificio Chihuahua del conjunto Tlatelolco. Ahora, cincuenta años después, releo el primer texto que escribí, que me fue publicado por Carlos Monsiváis en
La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre! Fue en el número 800, del 23 de octubre de 1968.
Las dos páginas en las que aparece el texto están desvanecidas a fuerza de años. Mis recuerdos de aquella tarde, en cambio, son vívidos y los ilumina aún más la lectura de ese texto conmocionado, escrito en español bisoño.
El texto me envía unos flashes: serían las 5:30 de la tarde, ahí sentados, atentos, inquietos. Había expectación. ¿Teníamos esperanza?, ¿creíamos que había posibilidad de respuestas positivas a las demandas del movimiento? Acaso algunos teníamos una expectativa vaga de que habría esa respuesta: el día anterior, el primero de octubre, el Ejército había salido de Ciudad Universitaria, adonde había entrado el 18 de septiembre… De pronto las bengalas de los helicópteros, las pistolas y los guantes blancos en las ventanas del edificio, el casi inmediato infernal traqueteo de las armas, el correr despavorido de los estudiantes, nuestra carrera hacia la avenida Nonoalco, el pulso cardiaco que ahoga, las balas que zumban golpean a los autos estacionados en batería, tres muchachas quizá estudiantes de prepa gritan tras nosotros mientras corremos, personas heridas tiradas en el suelo gimen, nos detenemos bruscamente sin haber llegado a Nonoalco, donde se advierten jeeps y un camión, del Ejército, nos metemos debajo de un auto para evitar las balas, con nosotros lo hacen las muchachas que nos siguen, desde debajo del auto veo soldados que han detenido a estudiantes y los tienen con las manos contra un muro del templo, veo en otra parte a una señora mayor con las piernas vendadas, parada en medio de la convulsión general, haciendo la V del movimiento, extrañísimo, veo a un soldado herido en una pierna al que casi cargan otros dos soldados, disminuye momentáneamente el fuego cruzado, salimos nuevamente hacia Nonoalco, a toda prisa, con la cabeza y el torso agachados a la altura de las cajuelas de los autos, era menester entregarnos a los soldados para salirnos del fuego; por fin, en la banqueta sur de Nonoalco, nos entregamos a tres o cuatro soldados nerviosísimos, que con espanto caminan como leones enjaulados, asidos a sus rifles, casi trabados; después de uno o dos minutos mi demanda/ruego/grito a uno de ellos: ¡ustedes y nosotros, aquí, estamos en grave riesgo!, el soldado que no puede hablar y que sólo me mira con la mandíbula trabada; vuelta sobre mi eje, tomo de la mano a mi compañera y cruzamos Nonoalco a toda carrera, las muchachas también; a cuatro cuadras de ahí estaba nuestro viejo Vocho… el crimen del Estado continuaba…; frente a cada uno pasaban siniestras imágenes distintas esa tarde…
Pasados los días, como a muchos ocurrió, nos llegó la comprensión dolorosa, furiosa, desengañada, a veces desmoralizada, dura de roer, pero ineludible: no sabíamos dónde estábamos parados; no sabíamos el alcance represivo que el gobierno podía echarnos encima sin miramientos y, peor aún, con la –ciega– convicción de que estaba, categóricamente, haciéndole un bien a México. Entre lo que el movimiento pensaba y quería, y lo que creía el Estado mexicano, había un descomunal abismo. ¿Eso era el Estado de la Revolución Mexicana?
Jóvenes profesores de la hoy Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México propusieron, y junto con estudiantes organizamos la ALENE (Asociación Libre de la Escuela Nacional de Economía). Era necesario revisar y rediscutir lo que creíamos saber sobre el país. Sesionábamos los sábados, pero discutíamos sin parar a todas horas, todos los días. Algo así ocurrió en muchos lugares del país. Y es que no había mucho investigado, fuera de lo escrito bajo la férula del Estado, para tener más luces sobre México. La democracia en México (1965), de Pablo González Casanova; Dialéctica de la economía mexicana (1968), de Alonso Aguilar, la entrañable Historia de la Revolución Mexicana (1963), de José C. Valadés, la especializada publicación Problemas Agrícolas e Industriales de México, iniciada en los años 50…
En los años 70 se formaron grupos en numerosas universidades del país, las revistas académicas y no académicas comenzaron a multiplicarse, las relaciones entre profes de distintas universidades crecieron y se ensancharon, cientos de temas eran estudiados, muchos nuevos autores aparecían con puntos de vista críticos: investigaciones hechas fuera de los dictados del Estado autoritario. Creo que el producto mayor y más acabado de aquellos años fue La ideología de la revolución mexicana (1973), de Arnaldo Córdova. El gran cauce intelectual de la pluralidad mexicana había nacido con gran fuerza, y habría de alimentar a la pluralidad ideológica y política que empezó también a mostrarse con poder creciente en la esfera política mexicana.
Aquí seguimos.
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