Fue un discurso sustancioso: Slim
Panistas irrespetuosos ante un ateo irredento
▲ El nombre de Carlos Payán Velver, en el muro de honor de la casona de Xicoténcatl.Foto Carlos Ramos Mamahua
Blanche Petrich
Periódico La Jornada
Jueves 20 de diciembre de 2018, p. 7
Jueves 20 de diciembre de 2018, p. 7
Poeta al fin, el director fundador del periódico La Jornada, Carlos Payán Velver, ya con la Medalla de Honor Belisario Domínguez colgada al cuello, invoca al madrileño del Siglo de Oro Francisco de Quevedo:
Miré los muros de esta patria mía, ha titulado su discurso. Esa patria suya que cuando regresa a México –siempre vuelve desde Cataluña, su nuevo hogar– la mira
tan deshilachada, tan pobre, tan saqueada, con tanto político corrupto, tanto muerto regado en su territorio.
Y pese a todo, a contracorriente de
la marea negra y ponzoñosaque avanza en la forma de gobiernos fascistas de nuevo cuño en buena parte del mundo y que amenazan a la humanidad entera
a un desenlace fatídico, Carlos Payán augura
buen viento y buen maral gobierno que apenas empieza bajo el mando del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Ambos –Payán y López Obrador– están sentados hombro con hombro en el podio del Senado de la República, en la vieja sede de Xicoténcatl, en el Centro Histórico. El Presidente, testigo de honor en la ceremonia, mira conmovido el momento que cristaliza la larga batalla de papel e ideas que encabezó el antiguo subdirector del unomásunoprimero y director de este diario después, para ensanchar los márgenes de la democracia mexicana.
El ritual de la Belisario
A lo largo de este otro ritual republicano, donde los asistentes se sientan o ponen de pie, entonan el Himno, descorren la cortina del muro de honor, presencian el saludo y la guardia de honor en el patio central de la antigua edificación de Xicoténcatl, también se reveló un secreto: de cómo Payán y el sacerdote Miguel Concha lograron desarticular un plan para asesinar a don Samuel Ruiz, entonces obispo de San Cristóbal de Las Casas, quien con su palabra y su compromiso había logrado sacudir los cimientos del caciquismo feudal que prevalecía en el sureste.
Están presentes los representantes de todos los poderes de la República. Y los hijos y nietos del galardonado. Tamara, a sus ocho años, graba la ceremonia. Su hermano gemelo, Matías, mira satisfecho el momento estelar de su abuelo. También está su querida hermana Olga, su compañera de pluma Elena Poniatowska y en pleno el grupo Tequio, vecinos y cómplices en el rescate de los espacios comunitarios de su barrio en Tlalpan.
Además, lo acompañan muchos de sus amigos más cercanos, de larga data, y varios jornaleros que se hicieron periodistas bajo su conducción hace ya décadas.
Es la 65 ocasión que se entrega la Belisario Domínguez; la primera vez que preside la sesión solemne, en calidad de testigo de honor, un mandatario que ha prometido romper con los lazos de los malos gobiernos del pasado. Un jefe de Estado que logró el histórico aval de 30 millones de electores,
una indiscutible y vigorosa votación que marca la fuerza, pero también la debilidad, de López Obrador, acota el periodista.
Por ello, Payán dedicó su premio, por un lado, a la esperanza de este México de hoy, pero también a los periodistas, sus colegas, sus compañeros, que han sido asesinados en años recientes y que
están sembrados a lo largo y ancho de toda la República. A ellos, más que a nadie.
No todos están cómodos en el histórico recinto. Cuando la senadora chiapaneca Sasil de León, del Partido Encuentro Social, toma el micrófono y compara la lucha de López Obrador con el heroico comiteco Belisario Domínguez, torturado y asesinado en 1913 por los sicarios de Victoriano Huerta, y sobre todo cuando alude a
los huertistas de la modernidad que pretenden asaltar la economía del erario público, entre los escaños que ocupan los panistas se levantan voces airadas y carcajadas de mofa. No cesa el irrespeto ni siquiera en el momento de la sesión solemne en el que el presidente del Senado, Martí Batres, coloca en el cuello del periodista la medalla dorada.
▲ El presidente López Obrador felilcita a Carlos Payán, en la antigua sede del Senado.Foto José Antonio López
Alza la voz la bajacaliforniana Gina Cruz Blackledge, porque quiere ser escuchada:
Qué lamentable. La secundan sus compañeros de bancada. Tampoco muestran civilidad durante el discurso del galardonado. Las panistas se toman selfies y charlan. Xóchitl Gálvez se pierde en la pantalla de su smartphone. Parece que el nombre que hoy se suma en letras de oro al muro de honor les es ajeno.
Ninguno guarda memoria de la generosidad que, en otro momento, Carlos Payán desplegó ante un correligionario de ellos, el panista José Ángel Conchello, cuando de manera póstuma le entregaron la Belisario Domínguez en 1998 (falleció en un accidente de carretera). En esa ocasión el entonces director de este diario era senador y a él le correspondió pronunciar el discurso central:
Elogio a un adversario, lo tituló. Pero eso a los panistas de hoy no parece importarles. Ninguno tiene la estatura necesaria.
Por el contrario, el empresario Carlos Slim, otra de las grandes amistades del plurifacético Payán, bebe cada palabra del discurso.
Muy sólido, muy sustancioso, comentaría después. “Lo que más me admira de Carlos es la forma como maneja su idea de la muerte. La última vez que lo vi, en Madrid, cuando nos despedimos, me dijo: ‘Bueno, adiós, quizá sea la última vez que te vea’”.
Pero Payán ha recargado las pilas a sus 90 años, aunque no deja de reconocer que en este trecho de su vida ha empezado a despedirse de las personas, los animales, los libros y los lugares que ha amado. Y de eso trata el poema de Quevedo; los muros en ruinas y la patria no son otra cosa que el propio cuerpo, la vida de uno.
Quizá por eso Carlos Payán elige el momento y la tribuna para revelar un hecho que mantuvo en secreto desde hace más de 20 años. Él, que se define como
comunista y ateo irredento, y el sacerdote Miguel Concha, pionero de la defensa de los derechos humanos en México y en otro tiempo superior provincial de la Orden de los Domincos, fueron los protagonistas.
Cómplices de muchas batallas, ambos desarticularon en los años 90 una conspiración para asesinar al tatic Samuel Ruiz.
Así sucedieron las cosas, según retazos de las memorias de ambos:
Cierto día llega hasta la oficina del Centro de Derechos Fray Francisco de Vitoria, allá por Ciudad Universitaria, la denuncia de unos campesinos, con todo tipo de pruebas, de un plan ya en marcha para asesinar al obispo, planeada y financiada por finqueros de Altamirano. El acuerdo se había tomado y refrendado con tragos de posh en la finca La Preciosa.
Concha llamó de inmediato a la dirección de La Jornada:
–Capitán (así le dice el padre Concha a Payán), necesito ayuda. Tengo que hablar cuanto antes con el secretario de Gobernación. Pasa esto.
Al corriente de todos los detalles del complot homicida, Payán y Concha fueron recibidos en la Secretaría de Gobernación por el entonces titular Patrocinio González, ex gobernador de Chiapas. Varios sacerdotes, todos conocedores del grave asunto, esperaron en el vestíbulo.
–¿Y qué quieren que haga? –les dijo el funcionario, también finquero y conocido cacique regional.
–Lo que usted considere –respondió Payán–; pero si algo pasa, usted no va a poder decir que no sabía.
–No se preocupen. Mañana mismo hablo con estos cabrones. Yo los conozco.
De este suceso nunca se habló en público, hasta ayer, porque Concha y Payán sabían que si se conocía el plan, los finqueros hubieran mandado matar a los campesinos que hicieron la denuncia.
Develado el secreto, Miguel Concha se acercó al pódium para estrechar la mano del amigo, el capitán Carlos Payán.
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