a cerca del final de este año –que podrá ser canónico por la perversa intransigencia del Covid-19– se antoja, como propicio, un prebalance del estado de cosas
.
En más de un sentido también se puede incluir algo que abarque los dos años de la pretensión, a horcajadas, de cambio radical. En el centro del examen aparecen los números del recién aprobado presupuesto para la Federación. Ellos hablan de las reales intenciones del gobierno y sus afanes transformadores. Una vez más, ahí se confirma el trasvase de los recursos hacia propósitos básicos. Uno, la masiva transferencia hacia la atención de los olvidados de siempre: cumplir con el pronunciamiento primero los pobres
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El segundo atañe a la perseverancia para sacar adelante los proyectos de infraestructura que tocan múltiples objetivos. Trenes, puertos, refinería y aeropuerto. Todos ellos son proyectos fincados en el sur nacional para alentar el desarrollo de estados tradicionalmente rezagados. En conjunto implican inversiones masivas que ya tienen fuerte impacto en la economía.
El presupuesto citado revela también el esfuerzo de recaudar los suficientes ingresos para enfrentar la recesión causada por la pandemia. No se olvidan, tampoco, los gastos extraordinarios que ella acarrea en variados ámbitos, en especial en la salud. Sin aumentar impuestos ni deuda, como ha sido insistente prédica de la cátedra opositora, la tarea de contar con recursos cuantiosos se antoja notable. Se recuerda la postura crítica, ciertamente prejuiciada y desmedida, que dudaba de la capacidad de la actual administración para encontrar y extraer recursos mediante la lucha contra la corrupción y una mayor eficacia fiscal. La incomoda posición, forzada por las tijeras pandemia-recesión, forzó al gobierno a emplear una resiliente voluntad. Perseverar en el cumplimiento del mandato popular es una tarea de proporciones nada menores, pero que la oposición pretende ningunear. Ésta exige modificar el rumbo para, según su conseja, adaptarse a la realidad. Golpe de timón que conlleve sus derrotadas visiones. De ser obedecidos, a continuación, vendrá inclemente crítica por la variación.
Como telón de fondo en el panorama público destaca la versión terminal de los oficiantes opositores que, al unísono, declaran al presupuesto indiferente a lo que sucede en la afectada República. Ese pensamiento, ya bastante conocido, está comprometido con el pasado modelo concentrador y el horizonte de una derecha conservadora. Una opción que, según acuerdo cupular, quedó truncada, aunque ciertamente para ellos permanece válida y con deseable continuidad. Un lugar preferente y desde el cual se pasa severa revista a los sucesos de hoy. Las conclusiones no dejan la menor duda: todo lo ensayado por estos dos años del señor ha sido una desgracia, una colección de tonterías y tarugadas sin valor alguno.
La crítica pormenorizada de las disrupciones, narrativas, propuestas y cambios, ocasionados por el frenesí transformador del líder de los morenos, es obligado sitio acusatorio de los acólitos transicionales. Las letanías se suceden en cada artículo, perorata mediática, simples opiniones de salón o charla de corredor. No hay lugar para el acierto según esta terrible y encumbrada visión: se ha echado la soga al cuello del país, pontifican. Pero basta salir a calle para que, al otear la vida colectiva, surjan claras imágenes que contradicen tan necias condenas. Fantasiosas aseveraciones de esta inclemente crítica.
Una vez alejado de tal colección de negaciones y condenas, habría que intentar repasar algunos aspectos cruciales de la realidad actual. Destaca, entonces, la masiva canalización de variadas clases de apoyos a los millones de afectados de hoy y siempre. El derivado consumo ha propiciado la actual demanda agregada, base de la ya notable recuperación económica. Una política por demás castigada por los criterios de la cátedra financierista que clamaba por los tradicionales rescates, credo tan repetido en medios de élite.
La ruta hacia la consolidación emprendida por Petróleos Mexicanos es otro punto nodal de ataque. No hay, en esta estigmatización de la petrolera, la mínima compresión de su importante mejora. Nada se dice de los masivos recursos que, a pesar de todo, sigue aportando a la hacienda pública. Postular su centralidad se va revelando como núcleo válido que irradia valores trascendentes: autonomía soberana y pistón del desarrollo. Esto, sólo, es un logro de reciedumbre pocas veces visto y palanca, sin duda, transformadora. No queda espacio para traer a la crítica sana logros políticos en transparencia, información y discusión pública constante que alienta la toma de posturas y la discusión pública. La implantación de sanos arrestos democráticos para el piso parejo de la competencia electoral es un aspecto por demás determinante del cambio en proceso.
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