jueves, 14 de diciembre de 2017

El Proyecto 18 y la política exterior

Jorge Eduardo Navarrete
E
l encabezado elegido para los planteamientos referidos a política exterior del Proyecto 18 –la versión inicial de programa de gobierno de Morena, abierta a análisis, adiciones y enmiendas desde el 20 de noviembre– procuró potenciar la importancia que corresponde a un capítulo por lo general relegado en este tipo de documentos. El título Política exterior multilateral destaca la prioridad que esa particular esfera de la actividad internacional de México reclama en el sexenio que viene… y más allá. Al menos en dos vertientes:
Por una parte, es preciso abandonar un enfoque, prevaleciente en lo que va del siglo, que concentra la acción multilateral en acoger reuniones más o menos espectaculares –de preferencia en la cumbre, es decir, de jefes de Estado o de gobierno– sin atender en realidad a la sustancia de deliberaciones y resultados. Un ejemplo notorio fue la cumbre del G-20 en Los Cabos a mediados de 2012, adelantada un semestre para permitir organizarla a un gobierno que fenecía, sin parar mientes en los costos, económico y político.
Por otra, hay que restituir el equilibrio respecto del sobredimensionamiento concedido, en ese periodo y aún antes, a las relaciones bilaterales dominantes –expresión ésta que, en sentido estricto, debería escribirse en singular y referirse a Estados Unidos. Se reconoce en el documento, como es natural, la ponderación que le corresponde y se propone inscribirla en un marco de responsabilidad y prudencia... con miras a lograr una política de buena vecindad. Es deliberada, por cierto, la referencia explícita al periodo entre mediados de los treinta y de los cuarenta del siglo XX en que rigió una política hemisférica así llamada, a cargo de gobiernos como los de Getúlio Vargas, Franklin D. Roosevelt y Lázaro Cárdenas.
Se afirma de entrada la “necesaria coherencia entre política interna y externa… Un modelo de desarrollo nacional diferente deberá corresponderse con un actuar internacional también diferente”. Se enumeran las prioridades internas para las que habría que habría que buscar correlato y apoyo en el exterior: lucha contra la corrupción, combate a la pobreza y la desigualdad, imperio del derecho, apoyo a la educación y la salud, así como a la ciencia y la tecnología. Aunque la enumeración no es exhaustiva, sí apunta hacia organismos internacionales, sobre todo en el sistema de las Naciones Unidas.
La prioridad multilateral no sólo responde a lo que muchos consideran es la actual crisis del multilateralismo, sino que la trasciende y ve más allá. Advierte, sin embargo, que ahora se asiste al ocaso –o, cuando menos, a un mal momento– del multilateralismo en las relaciones internacionales. Éste coincide, además, con coyunturas diversas en que se acumulan los reclamos globales, relativos a asuntos que no pueden ser gestionados con éxito por naciones aisladas, sin importar su poderío específico, o por alianzas ad-hoc, como las que con tan desastrosos resultados se erigieron alrededor de Irak. La erosión del multilateralismo se ha manifestado por largo tiempo, pero es evidente que la ha exacerbado la irrupción de Trump.
Su ofensiva contra la cooperación multilateral se ha vuelto asunto de todos los días. Más allá de los agravios iniciales –contra el sistema multilateral de comercio institucionalizado en la OMC, algunos acuerdos regionales o subregionales, como el NAFTA, y la denuncia de empeños colectivos, como el realizado por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania sobre el programa nuclear iraní– en unas cuantas semanas, la administración Trump ha sumado varios otros. Por ejemplo, el 2 de diciembre, la representante permanente de EU en Naciones Unidas anunció que su país abandonaba la negociación en curso de un Pacto Global sobre Migración, el más promisorio de los esfuerzos universales para enfrentar el tema más acuciante de la agenda social global, ahora y en el resto del siglo. Al anunciar el retiro, la embajadora Haley alegó que la iniciativa era incompatible con la política de Trump en materia migratoria, cuestión que sólo compete a los estadunidenses. Se permitió, además, reclamar un supuesto ‘liderazgo moral’ de su país, ahora absolutamente inexistente, en cuanto a brindar apoyo a grupos de emigrantes y refugiados de todo el mundo.
Ha conseguido también epígonos más o menos vergonzantes, entre los que destaca el presidente de Argentina. Su país fue sede, esta semana, de la 11 Conferencia Ministerial de la OMC. Como de costumbre, la propia Organización había acreditado como observadores de la sociedad civil a miembros de grupos altermundistas o ambientalistas a los que, a última hora, el gobierno argentino les negó acceso, en franca violación del acuerdo de sede. Tal actitud habría justificado que la reunión saliese de Buenos Aires para realizarse en la sede permanente de la Organización en Ginebra. No ocurrió así, la violación quedó impune, como corresponde a los tiempos de Trump –en muchos terrenos.
El Proyecto 18 identifica cuatro áreas prioritarias de acción multilateral, bajo la guía que aporta la Agenda 2030 de desarrollo sustentable y la necesidad, cada vez más imperiosa, de perfeccionar la arquitectura institucional de la cooperación multilateral. Se trata de la gestión multilateral de las corrientes migratorias en un mundo interconectado cada vez más estrechamente; del combate al cambio climático y la preservación de la biodiversidad; del fomento y protección de los derechos humanos, tanto en la dimensión de las garantías individuales, como en el más amplio de los derechos políticos, económicos, sociales y culturales, bajo el principio de la indivisibilidad y exigibilidad de todos ellos; y, desde luego, la paz y la seguridad internacionales, fincadas en la prohibición de las armas nucleares y la limitación y control del tráfico de armamentos. Son éstos asuntos de particular relevancia para México en el horizonte del primer cuarto del siglo XXI. Es claro que no se trata de cuestiones que vayan a ser respondidas, en definitiva, en los próximos años, sino asuntos que reclaman atención prioritaria en lo inmediato para, al menos, mantener abiertas las opciones de abordarlos mediante enfoques de entendimiento y colaboración.
El eje bilateral de las relaciones externas de México recibe en el Proyecto 18 un tratamiento convencional que refleja, sobre todo, la necesidad de persistir en la exploración y desarrollo de nuevos enfoques, aplicables a la construcción de entendimientos en temas de acción política conjunta –como la contribución a la solución positiva de conflictos– y áreas de cooperación –como el fomento de energías renovables– más que a países o subregiones específicas.

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