sábado, 12 de septiembre de 2020

Una frase del Quijote


H

oy me acordé de una frase del Quijote pero, primero, les diré por qué. Hay un desajuste entre la idea democrática que triunfó en julio de 2018 y las prácticas de reparto de cuotas, dinero ilegal, y confusiones entre legitimidad y celebridad. La democracia de la transición era autocomplaciente, satisfecha con ser un tema de partidos y sus burocracias, agentes y procedimientos. Era una democracia que extinguía la política. Pero el impulso de los ciudadanos es una práctica en la que cada semana entran nuevos recién llegados. Quién puede hacer política y desde dónde, son preguntas en litigio perpetuo en este proceso que cuestiona todos los días si la irrupción de 30 millones de votos puede ser algo más que opinar sobre tal o cual medida del gobierno o implicará abrirse a los que no forman parte. Es justo lo que subyace a la idea de democracia: bajo el presupuesto de que todos somos iguales, hay que acostumbrar el oído para no escuchar ruido sino demandas, y los ojos para ver sujetos políticos en el curso de definirse a sí mismos. No todo es estatal, mucho menos presidencial.

Tomo de ejemplo las confusiones entre celebridad y legitimidad de la encuesta para definir dirigentes en el partido en el poder. Como sabemos, la legitimidad es circular: porta su justificación en su propia afirmación. Para todo fin práctico, es la voluntaria adhesión a una autoridad. Para llegar a eso, se necesita la percepción de estar siendo representado, es decir, entregarle la soberanía a alguien más para que la ejerza. Como lo escribió Samuel Beckett, es ayudar a construir la silla ante la que te hincarás. Es admitir y ensayar, a la vez, porque siempre estará la opción de pedirle que rinda cuentas y revocarle la obediencia si resultan malas. O, en algunos casos, de romper la silla. Contra los que ayudaron a justificar los fraudes electorales del pasado, la legitimidad es un asunto del origen de ese poder: elecciones, oráculos, descendencia divina. No tiene nada que ver con la celebridad. La encuesta que el Instituto Nacional Electoral (INE) ha organizado con las encuestadoras del viejo régimen –aquellas que daban por vencedor a Felipe Calderón o a Ricardo Anaya– carece de fundamento democrático porque se designará a quien tenga una personalidad atractiva, no a quien se haga responsable. ¿A quién se le pedirá cuentas si su lugar en la silla es resultado no de la deliberación, sino de ser el personaje más seductor? Así, el partido en el Ejecutivo ha caído en la trampa: los aspirantes dan entrevistas en la televisión y el Internet, se fotografían con simpatizantes, se denigran por ser demasiado viejos o demasiado jóvenes. La guerra por la seducción no tiene límites éticos y es antipolítica. Decidirán los que, en una encuesta telefónica, digan simpatizar con Morena y los candidatos serán los que tengan mayor reconocimiento de nombre. Es una democracia de me gusta/no me gusta contra la que queremos: me representa. No en vano, los antiguos griegos hicieron una diferencia entre el lenguaje de la política que hablaba de lo justo e injusto, y el del sinsentido que provenía del gusto y disgusto. Los tipos de detergentes no me representan, sólo son cuestión de gusto; y eso no necesita mayor justificación. La política es otra cosa: el debate sobre quiénes deben ejercerla y desde dónde.

El asunto es preocupante porque significa que el impulso de 2018 puede acabar en una pérdida grave para la idea de la democracia como ejercicio de poder soberano. Insisto. Salvo que uno confunda la soberanía con el consumir este o aquel detergente, la ilegitimidad ronda los pasillos de quienes buscan que la política sea la banal lucha por conseguir el poder y la manera de ejercerlo. No es así. La politización de los lazos sociales que presenciamos en México tiene que ver con un amplio cambio en las formas en que la vivimos, pensamos, y nos afecta. Tiene que ver con cómo nos constituimos como ciudadanos en relación con los otros iguales siempre en litigio.

El otro ejemplo que me hizo pensar en la frase del Quijote fue que le negaron el registro como partido político a la asociación de Felipe Calderón. Lo importante es lo que él dijo después: que no otorgarlo dañaba la democracia. Su intento fracasado es justo lo contrario porque el partido que pretende Calderón es aristocrático: familiar, financiado ilegalmente, y con la idea de restaurar un pasado sin política y sí con mucha policía. Es la democracia del orden casi natural donde los mismos –políticos o narcotraficantes– toman acciones y decisiones, y relegan a los demás a la pasividad y la supervivencia. Para colmo, es un partido releccionista.

Y así, llego a la frase del Quijote. Es lo que le responde a Sancho Panza después de que ha ganado una batalla y se sube, de nuevo cuenta, a su Rocinante. Sancho le ruega que le deje gobernar una ínsula, como premio a su lealtad. Entonces el Quijote le responde lo que, para mí, debiera ser el aliento de la nueva democracia mexicana:

Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y a las a ésta semejantes, no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas.

*Escritor y periodista

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