La mentira
Por: RENÉ DELGADO
SOBREAVISO
Mentir es todo un arte. Generar ilusiones o derivar beneficios de las mentiras exige disciplina, habilidad y destreza, acompañadas de un enorme poder de convencimiento.
De quienes hacen del engaño su herramienta de trabajo o su modo de vida, los mejores son los magos: crean un imperio evanescente de ilusiones que agradece el batir de plantas y, en un encore, regala al público con algún truco diferente. Pero quien miente una y otra vez sin dominar el oficio ni sostener por un instante el secreto del engaño termina mal. Termina simple y llanamente como mentiroso o, bien, como un mentecato a quien no debe confiársele ni un gramo más de crédito.
A eso último se está exponiendo el Gobierno. Miente y miente y, a la mitad de su acto de prestidigitación, en plena escena, se le escapa el conejo de la chistera, se le caen las cartas, se le salen de la manga las mascadas anudadas. No hay magia, hay desencanto.
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Declarar día de luto nacional la fecha de la tragedia ocurrida en la Guardería ABC es una mentira.
Lo es por que izar a media asta la bandera mientras se hace todo lo posible por evadir la responsabilidad de lo sucedido es una grosería. Asiste la razón a quienes argumentan que casos como el de la guardería no tendrían por qué llegar hasta la Suprema Corte, quizá, así sería si las instancias encargadas de procurar, administrar e impartir justicia lo hicieran, pero no lo hacen. Por eso llegan a la Corte que, absurdamente, ha vuelto a demostrar que no es la última instancia no por que haya otra, sino porque esa última no existe.
Hoy, con la resolución-evasión de la Suprema Corte, ya se puede decir que los responsables del incendio en la guardería son los mismos que sepultaron a los mineros de Pasta de Conchos, los mismos que abusaron y violaron activistas en Atenco, los mismos que matan y violan en Oaxaca, los mismos que quisieron darle un escarmiento a la periodista Lydia Cacho por denunciar pederastas... Fantasmas con nombre y apellido, que la Corte prefiere no pronunciar.
Lo que el ministro Arturo Zaldívar proponía a sus colegas era establecer el horizonte de la responsabilidad en el servicio público a partir de la facultad que tiene la Corte y sentar un precedente, pero la mayoría de los ministros prefiere abdicar de esa facultad o, como quien dice, evadir su propia responsabilidad. Es una pena ver cómo algunos comisarios del panismo, destacadamente Salvador Aguirre Anguiano, se disfrazan de ministros de justicia.
Ganó Juan Molinar. Puede irse a festejar al Ángel de la Independencia su victoria sobre los niños muertos, pero bien podría el presidente de la República pedirle su renuncia. La brutal descalificación de ese funcionario y su conducta tomada del brazo de su abogado, Fernando Gómez Mont, lo hacen insostenible. Mientras no se vaya o lo echen es mentira afirmar que se lucha contra la impunidad. Se tolera con los amigos.
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Es mentira que los niños Almanza hayan muerto a causa del fuego cruzado durante un enfrentamiento entre criminales y militares. La Comisión de Derechos Humanos asegura que murieron a causa del fuego directo y discrecional de los militares sobre ellos y sus padres.
Ahí está la recomendación y, por lo visto, el Ejército cuestiona el valor de ella. Quizá los militares tienen razón en sostener su dicho, pero si, al final, se consolida la conclusión del ombudsman, el tamaño de la mentira exigirá un castigo ejemplar sobre altísimos mandos del instituto armado.
Litigar quién es responsable de la muerte de los menores es, de por sí, terrible, pero pretender edificar un mausoleo de mentiras sobre su cadáver es temerario, sobre todo si el engaño se desploma. Golpearía directo sobre una institución importante en extremo.
Por como van y se encaran las cosas, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, que es el presidente de la República, sólo está dando lugar a que, al término de su mandato, se integre una Comisión de la Verdad para saber de aquellas bajas inexplicables que tuvieron lugar en una guerra que, supuestamente, ahora no existe. Aquella historia que hace años tanto le costó remontar al Ejército puede repetirse.
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Es mentira insostenible que los muchachos del Tecnológico de Monterrey hayan muerto a causa del fuego cruzado entre criminales y militares.
Es un secreto a voces que fueron muertos por el Ejército y, aun con la pena, sería comprensible que así hubiera sido. Pero si, en vez de reconocer el fatal error, se insiste en poner como tabiques una mentira sobre otra, el desenlace será todavía más grave. Ya mintió el secretario Fernando Gómez Mont al decir que, en días, se conocería el video de la refriega donde murieron, ya mintió y de mala manera la Procuraduría al pretender justificar lo injustificable. Cada día que pasa sin esclarecerse el hecho se agrega una mentira en el calendario.
¿No se han dado cuenta que, desde el principio, les falló el truco? Que de la chistera de sus mentiras sólo salen gatos.
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Es mentira afirmar que se lucha contra la impunidad, cuando se renuncia a investigar el secuestro de un personaje como Diego Fernández de Cevallos.
Cuando un Estado renuncia a cumplir con su deber y, en particular, a liberar a un secuestrado hace una confesión terrible: sin decirlo, reconoce poderes superiores a los suyos o, bien, reconoce una profunda desconfianza ciudadana frente a su capacidad para garantizar la integridad y la seguridad de la ciudadanía.
Es frecuente esgrimir razones humanitarias o razones de Estado para hacerse de la vista gorda frente al deber, pero renunciar a él -de manera pública y rotunda- habla de ausencia en la dirección de ese Estado. Si renunciaron, no pueden mentir.
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Es mentira decir que se está a favor del acceso a la información y la transparencia cuando por lo bajo se golpean los cimientos de ese derecho. Es mentira salir con el cuento de que "existe una percepción generalizada de que el objetivo del Gobierno es 'combatir el narcotráfico'" cuando, durante meses, ese Gobierno se llenó la boca publicitando sus acciones "para que la droga no llegue a tus hijos". Es mentira decir que el país atraviesa por una crisis de imagen cuando su cuerpo presenta heridas criminales. Es mentira sacar de la manga un decálogo de intenciones para, al paso de los meses, deshojarlo y tirarlo a la vera del camino, ansiando llegar al término del mandato.
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Si no se es mago, es mejor dejar de mentir, de ensayar trucos y engaños. Es mejor reconocer errores, hablar con la verdad e intentar retomar el rumbo. Si no es así, se corre el peligro de quedar como el aprendiz de brujo.
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