Arnoldo Kraus
Propongo que la humanidad deje de usar un día al año sus blackberries. Si mi idea es muy ofensiva para el grueso de los usuarios, la suavizo: en vez de un día al año podría ser cada 29 de febrero o bien, cinco minutos los días uno de cada mes. El inconveniente de los años bisiestos es que tardan mucho en llegar y nada pueden hacer frente a la montantada de los blackberristas. Debido al letargo de los años lentos –imposible competir con los dedos ágiles de los blackberristas– dudo que los usuarios recuerden su compromiso o generen suficiente conciencia para desombligarse cada cuatro años.
La segunda propuesta, desenchufarse cinco minutos al mes tiene algunas ventajas evidentes: las personas podrían elegir sus largos, dolorosos y penosos cinco minutos a la hora que consideren que sus blackberries merezcan descansar, quizás entre las tres y las cuatro de la mañana, a lo que podría agregarse que su hornada de blackberristas contaría con la oportunidad de bañarse y dejar al lado su aparato, lo que supondría, supongo yo, un menor sufrimiento, tanto para Blackberry como para su dueño. De ser cierta mi hipótesis tendríamos la fortuna de no ser ni testigos ni cómplices del primer suicidio en masa de blackberries.
Escribo blackberries no sólo para aclarar que hay personas ricas que cuentan con más de un ombligo. Lo hago, porque conozco algunos casos donde el usuario tiene dos aparatos que utiliza él mismo y al mismo tiempo, es decir, con su misma cabeza y sus mismas manos, lo que me hace pesar que Proteo se acomplejaría tan sólo por observarlos. Me han explicado los blackberristas a quienes he consultado que sólo utilizan los dos aparatos en situaciones francamente anormales, es decir, cuando uno de los blackberries ha enmudecido durante más de una hora.
Otro joven Blackberry me comentó que ha tenido crisis de pánico cuando no encuentra su aparato, a lo que agregó que tiempo atrás uno de sus amigos fue más allá: amagó con suicidarse después de haber perdido su Blackberry. Por fortuna, el padre de su amigo comprendió la situación y le compró no un aparato, sino dos. De esa forma, calculó el progenitor, no habría espacio para ninguna eventualidad.
Cuando el silencio es demasiado y la soledad insoportable, los jóvenes que tienen la fortuna de contar con dos aparatos se mandan, a sí mismos, un blackberrazo: en ocasiones el viejo equipo envía, en ocasiones es el nuevo quien toma la batuta. La ciencia nunca se equivoca: “el orden de los factores no altera el producto”. En el caso de los blackberristas, el nuevo teorema, menos sabio pero no menos real, dice, “los Blackberry, además de fomentar la entropía incrementan la estupidez”.
Lo que es innegable es que la nueva camada de blackberristas ha desarrollado una habilidad impresionante en el manejo de las teclas: escriben diez renglones repletos de sandeces en cinco minutos salpicados por incontables faltas de ortografía. Por fortuna, los que no son tan hábiles compensan su tardanza utilizando una hora más su Blackberry, es decir, ocho horas al día en vez de siete; los que no cuentan con dos aparatos duermen acompañados por Blackberry. Es sabido: salvo la muerte, todo tiene solución.
El uso y el auge de los Blackberry ha creado una dependencia enferma que tiene todos los visos de convertirse en epidemia, en la epidemia Blackberry (o bien, en la epidemia iPhone, que por ahora, debido a su jovialidad, ha sido menos letal: han muerto más personas mientras manejan y mandan blackberrazos que iphonazos).
La epidemia Blackberry es una amenaza. Despersonaliza, aleja a las personas, impide el contacto físico, consume tiempo, es altamente contagiosa y enemiga de la reflexión. Agrego que la epidemia es un gran triunfo de las compañías que hacen los aparatos así como de las encargadas de publicitarlos –en España y Japón los jóvenes formaban colas durante noches para adquirir los primeros equipos. Los jóvenes, y algunos no tan jóvenes, han generado una especie de adicción y dependencia por los blackberries. El tiempo depositado en ellos es enorme. Tiene, lo sabemos Perogrullo y yo, muchas virtudes: no contamina, es un excelente instrumento de trabajo, facilita la comunicación, es rápido y aunque vibran, aún no se utilizan como vibradores.
Confieso que observar a los usuarios se ha convertido en una obsesión. Muchos caminan mientras escriben, en algunos los dedos empiezan a desaparecer y son suplidos por teclas, otros han enmudecido, algunos tienen cara Blackberry, muchos dejan de mirar, y, no sé cuántos, pero es muy probable que muchos, frenan el acto amoroso para atender las exigencias de don Blackberry.
Propongo, con modestia, que alguien, por ejemplo, la Organización de las Naciones Unidas, la señora Cristina Fernández de Kirchner, el señor Hugo Chávez, el Pentágono, Marta Sahagún de Fox o el cártel México, asuman mi idea, Un día sin blackberries y la hagan suya. Aunque sé que mi propuesta fracasará, sería un triunfo, que al menos cada 29 de febrero sea declarado Día sin blackberries.
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