martes, 22 de junio de 2010

Esquina bajan: Monsiváis y la izquierda mexicana


Luis Hernández Navarro
Durante más de 50 años, Carlos Monsiváis fue un actor central de la izquierda mexicana. Sus crónicas, ensayos, reflexiones críticas y proyectos fueron muy relevantes en la construcción de un campo político-cultural afín a ella. Su participación en esta corriente comienza con su juventud.
A los 15 años de edad, las lecturas sobre la Guerra Civil española conmocionaron al futuro escritor. El descubrimiento de las Brigadas Internacionales le hizo pensar que la izquierda tenía sentido y que defender causas valía la pena. Cuando el 19 de junio de 1953 se ejecuta en Estados Unidos a Julius y Ethel Rosenberg, participó, junto a unas 300 personas, en la vigilia que se realizó en México frente al edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Se acercó entonces a la Juventud Comunista.
Un año después, cuando la caravana de los mineros de Nueva Rosita y Cloete llegó al Distrito Federal exigiendo el reconocimiento de sus derechos sindicales, fue a recibirla al Zócalo. Aunque intuía que se trataba de una causa perdida estaba convencido que valía la pena defenderla.
Ya en la preparatoria, también en 1954, se integró al comité de defensa de Guatemala, creado para protestar contra el golpe de Estado orquestado por la CIA contra Jacobo Arbenz. Como la mayoría de los militantes de izquierda de la época, distribuyó volantes y asistió a manifestaciones.
En 1956 era un izquierdista confiado, resentido con la Unión Soviética por la invasión de Hungría, y muy indignado con el gobierno mexicano por su persecución hacia los dirigentes populares.
Dos años después escribió la crónica del Movimiento Estudiantil de 1958 en contra del alza de los camiones. Acompañó al movimiento ferrocarrilero y magisterial de fin de década, y entabló una amistad estrecha con el maestro Othón Salazar. Dos años más tarde fue expulsado del Partido Comunista, pues reivindicaba la tesis de José Revueltas sobre la inexistencia histórica del partido.
Monsiváis resumió brevemente su primera formación sentimental en su texto Autorretrato con gato en la Portales: “Niñez libresca, desarrollo de sentimientos de marginalidad (motivo: religión protestante), escuelas públicas con maestros cardenistas y comunistas, ingreso en la Juventud Comunista (incomprensión del marxismo que persiste hasta la fecha), lecturas obligadamente caóticas, incomprensión de toda la realidad ajena a los libros, radicalización sentimental”.
El escritor se definió a sí mismo como liberal radical o demócrata liberal. Nunca se reivindicó como marxista. Por el contrario, le temió a su doctrina. Sin embargo, reconoció ser culturalmente –como todos en México– una mezcla de marxismo, agnosticismo, cristianismo, fe individualista y certezas socialistas. Explícitamente declaró no creer “en los regímenes de fuerza, ni en el autoritarismo, ni en que una persona decida por todas, ni en la impunidad de la clase gobernante, ni en la pobreza como hecho natural, ni en la aristocracia mexicana (pulquera o presupuestera), ni en el sacrificio de las generaciones en medio del glorioso bien de quienes le imponen a los demás los sacrificios.”
Monsiváis reivindicó la utopía. Sostuvo que el totalitarismo es el asesinato de las utopías y, que, ante la distopía del neoliberalismo, mantener la utopía en el mapa de las convicciones es un requisito de salud mental. Optimista pese a todo, aseguró serlo “porque ahora sé que los malvados, los explotadores, los represores, sólo tienen éxito y felicidad mientras viven (antes creía que en el cielo también reprimían las manifestaciones de protesta)”.
Compañero de ruta de multitud de movimientos populares, reivindicó a lo largo de su vida el que “la emoción política que se deposita en las causas sociales, en la defensa de los derechos humanos, es una de las grandes emociones que uno puede sentir [...] hay algo de nobleza, de intensidad, de fuerza moral en la lucha contra la injusticia, contra la desigualdad, que siempre me ha apasionado”.
Cercano al Partido de la Revolución Democrática (PRD) desde su nacimiento, se decepcionó muy rápidamente de él. Desde su punto de vista, la izquierda partidaria que manipula y exprime el PRD no es izquierda, si por ésta entendemos la lucha por la desigualdad y por los derechos humanos y civiles, ni es partidaria, es simplemente facciosa y patética.
Para él, “nunca había descendido tanto la idea de la izquierda” como lo ha hecho ahora. La izquierda partidista (diferente a la social y cultural) lleva mucho tiempo separada del debate ideológico. En sus filas se dio por muerto al marxismo y se sustituyó a las ideas, nunca muy abundantes, con la obsesión por las posiciones electorales.
Durante años encontró una izquierda distinta a la tradicional, autogestionaria y dispuesta a renunciar al autoritarismo, en las colonias populares, en los grupos ecologistas, en los pequeños sindicatos, en las cooperativas de barrio, en las comunidades eclesiales de base, en las agrupaciones campesinas, en las secciones magisteriales. Desde su punto de vista, los movimientos populares de izquierda, y la izquierda cultural eran base fundamental para una transformación social.
Desde 1994 Monsiváis acompañó críticamente la irrupción del movimiento zapatista y, más adelante, la resistencia pacífica de Andrés Manuel López Obrador y la defensa del petróleo. Criticó el apoyo de una parte significativa de la izquierda mexicana hacia la Revolución Cubana. Sin embargo, reconoció su papel en la legalización de las sociedades de convivencia y del aborto en el Distrito Federal, en el desnudo de 20 mil personas en el Zócalo capitalino, en la construcción de movimientos sociales en todo el país, en la resistencia en Oaxaca. Para él, la izquierda era la fuerza política que abrió el debate sobre la diversidad sexual y racial.
Hace unos años, Carlos Monsiváis escribió: “El mundo que conocí ya no existe y el que ahora padezco se está desvaneciendo. Mi consigna al respecto es muy sincera: o ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba entendiendo”. A pesar de semejante confesión, es difícil comprender cabalmente la izquierda mexicana actual sin estudiar el papel que Monsiváis jugó en ella. Ahora será más difícil hacerlo sin él.

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