miércoles, 22 de septiembre de 2010

Miedo e incertidumbre


Arnoldo Kraus

¿Dónde están Vicente Fox y Marta Sahagún, cuyo legado es Felipe Calderón y gran parte de la tragedia que ahora nos carcome? ¿Y dónde se encuentra el señor Ernesto Zedillo, quien aseguraba que en este país no hay lugar para los escépticos? ¿Acaso se fue? ¿Y en qué lugar se encuentra Carlos Salinas, cuyas turbias maniobras impidieron que Cuauhtémoc Cárdenas nos gobernase? ¿Y por qué casi no habla don De la Madrid, cuyo nombre ni siquiera recuerdo? ¿Y por qué Luis Echeverría no está en la cárcel si todos, incluyendo a Felipe Calderón, sabemos que mató a tantos connacionales? ¿Y qué decir de la herencia que los seis nos legaron? ¿Y qué: del país que poco a poco fueron destruyendo, de su incapacidad para gobernar, de su falta de valor para caminar por las calles del país que gobernaron?
¿Y qué pensar de los mexicanos que emigran a Estados Unidos, porque en esta nación, su nación, no hay ni empleo, ni educación suficiente, ni servicios de salud adecuados, ni vivienda digna para más de la mitad de la población, ni agua potable para todos? ¿Y qué opina Calderón de Fox y éste de Calderón y ambos de Zedillo y Zedillo de Salinas y Salinas de De la Madrid y ambos de Echeverría y todos de todos? Y sobre todo, y antes que todo, ¿tienen los ex presidentes en la actualidad algún compromiso con la nación que derruyeron?
Aunque los mexicanos ya (casi) sólo tenemos pesadillas, si hoy pudiésemos soñar y evocar un escenario, estoy seguro que las encuestas develarían el mismo deseo: la mayoría de los habitantes de esta nación tan maltrecha quisiéramos juntar a los últimos seis presidentes en un foro público, quizás bajo la batuta del último, de Felipe Calderón. Congregarlos e invitarlos para que analicen la situación del país, para que hablen sin ambages entre ellos y de ellos del México que les tocó gobernar y del país que han sumido en la ruina. Cincuenta millones (o más) de connacionales por abajo de la línea de la pobreza son sinónimo de ruina y son consecuencia de las políticas corruptas del último sexteto presidencial.
Unirlos, como parte del sueño, para que hablen de lo que deben hablar: Del narcotráfico, de los niños y niñas en situación de la calle, de los casi 30 mil asesinados en lo que va del actual sexenio, de la cancelación de viajes del turismo europeo a México, de si somos o no un Estado fallido, como sostienen algunos políticos estadunidenses, del mito de la atención médica representado por el Seguro Popular, de la actitud decimonónica del gobierno guanajuatense al encarcelar a siete campesinas acusadas de abortar para después excarcelarlas, gracias a la opinión pública, aunque, sin retractarse del todo: en un acto que huele a medioevo, lleno de menosprecio, la justicia guanajuatense las ha acusado de infanticidio.
Congregar, como epílogo del sueño, a nuestros ex presidentes y a Calderón para que opinen acerca de los periodistas asesinados, de los secuestros exprés y de los no exprés, de la desnutrición que sufren los niños pobres en buena parte del país, del caso de la guardería ABC, de la brutal inutilidad del dinero despilfarrado para celebrar el bicentenario de nuestra Independencia, de la anémica ayuda a la ciencia y a la cultura, del ridículo porcentaje de casos resueltos por la justicia, del in crescendo número de semaforistas, y ahora de perifericoristas que perviven en el Distrito Federal y en otras ciudades, y cuya supervivencia se basa en la generosidad de los automovilistas y en la densidad del tráfico –los términos semaforistas y perifericoristas forman parte del neolenguaje mexicano y se refieren a los incontables connacionales que tienen que vender toda clase de enseres en los semáforos o en el Periférico para no morir de hambre–, del creciente abandono escolar y de un inagotable etcétera que conforma el diccionario de las penas del México contemporáneo.
Nuestros ex presidentes, arropados por Felipe Calderón deberían conversar sobre esos temas. Después de todo, siguen percibiendo, me imagino, sueldos estratosféricos. Deberían charlar también del miedo y de la incertidumbre como condiciones de vida del México contemporáneo.
Cinco sexenios y lo que va del presente han devenido una realidad atroz. Buena parte de la población pervive con “algo” de miedo; unos con poco, otros con mucho. Lo mismo sucede con la incertidumbre: el panorama actual de la nación es desolador. Ambas circunstancias atentan contra la voluntad; cuando poco puede la razón la incertidumbre y el miedo crecen. El miedo y la incertidumbre que tanto daño nos causa es responsabilidad de los últimos cinco y medio sexenios –inútil ir más lejos. El miedo atenaza y la incertidumbre es una vivencia que desgasta. Ambas se nutren entre sí.
El logro más plausible de los últimos gobiernos es haber hermanado a la población. La hermandad mexicana se llama miedo y se apellida incertidumbre. Los responsables son nuestros políticos. A la cabeza de ellos el sexteto mencionado. Aunque nuestros gobiernos hayan defenestrado el derecho a soñar e imaginar del pueblo mexicano el último sexteto de presidentes debería decir “algo”. “Algo”: aunque el sueño se convierta en pesadilla.
¿Dónde están los cinco que no están? ¿Dónde están? No es justo que nos dejen solos con Calderón

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