Ángeles Cruz Martínez
Periódico La Jornada
Martes 29 de enero de 2013, p. 2
Martes 29 de enero de 2013, p. 2
Los adolescentes la tienen complicada. Sin instituciones que se ocupen de procurar que el tránsito entre su infancia y la adultez se lleve a cabo sin riesgos, en un ambiente saludable y de oportunidades. En cambio, están expuestos a situaciones como los embarazos no planeados, en el caso de las mujeres, o una escasa oferta educativa que, conjugada con conflictos familiares y restricciones económicas, los coloca en situaciones límite, en ocasiones con consecuencias catastróficas.
Una tercera parte de la población en México tiene entre 10 y 19 años de edad y requiere de una atención integral, porque ya no son los niños y jóvenes de hace tres o cuatro décadas, para los que una mirada o un pellizco de sus madres eran suficientes para entender que debían permanecer callados o quietos, y ser obedientes para evitar los castigos y tener la vida resuelta.
Ahora es distinto por varias razones, entre ellas la decisión de padres y madres de familia de dar a sus hijos un trato diferente. No han querido ser autoritarios ni castrantes y los han dejado ejercer sus libertades desde pequeños. Además, por el cambio en el rol de la mujer dentro de la sociedad y/o una situación económica adversa, los adultos salen a trabajar y en muchas ocasiones dejan a los menores solos en casa o con algún familiar.
Nos fuimos al otro lado del pénduloen la educación de los niños y adolescentes. Resultado:
ahora nos desafían y cuestionan con un ¿quién eres tú para decirme lo que debo hacer? o ¿ya te fijaste cómo está tu vida?
Los papás quedaron rebasados y los riesgos de embarazos no planeados, enfermedades como ansiedad y depresión, adicciones y violencia, generados en parte por las escasas oportunidades para acceder a la preparatoria o la universidad que desean, se suman a un panorama de adolescencia arrogante, prepotente, materialista y con una extraordinaria falta de compromiso, afirma Guillermina Mejía, directora de la Clínica Adolescentes.
Con 30 años de experiencia en la atención y tratamiento de este sector de la población, asegura que la situación es compleja y no responde a un solo patrón. Sin duda, afirma, algunos padres de familia deberían tener la posibilidad de cambiar el rumbo para educar a sus hijos con reglas y límites claros, sin caer en el autoritarismo.
La pluralidad del país también se refleja en la población adolescente. Así lo entiende Édgar Díaz, sicólogo en la Clínica de Adolescentes del Instituto Nacional de Perinatología. Explica la importancia de distinguir las distintas realidades de los jóvenes: entre los que viven en las ciudades y las zonas rurales, los que tienen recursos económicos y los que carecen de ellos, los que pueden tener un proyecto de vida en la educación y los que por decisión o necesidad deben entrar al campo laboral desde temprana edad.
Todos son diferentes y sus necesidades también varían, apunta. En las mejores condiciones, los adolescentes deben pasar esta etapa explorando su cuerpo, desarrollando habilidades sociales, sus capacidades corporales con el ejercicio y el contacto con otros. Es la fase de los amigos y los afectos de pareja. La experimentación sana en estos ámbitos les da la madurez para conducirse como personas saludables en la edad adulta. Sin embargo, no para todos es posible, admite el especialista.
Las razones son variadas, como explica Guillermina Mejía. Aunque pocos, todavía hay padres de familia autoritarios que siempre deciden, no permiten que sus hijos corran riesgos e incluso eligen las carreras que van a estudiar. Son los que aceptan solamente 10 de calificación. Le exigen al o a la joven, en público y en privado, ser los mejores, sin tomar en cuenta sus deseos.
Son esos chicos que cuando no logran un lugar en la preparatoria o universidad deseadas entran en crisis de angustia y depresión.
Algunos sí logran cumplir con las expectativas de su familia, pero en la edad adulta se percatan de que no tienen la vida que hubieran deseado y buscan rehacerla. En ocasiones esto explica los divorcios o que regresen a las aulas a estudiar lo que realmente les gusta.
Joven en el tianguis cultural del ChopoFoto Yazmín Ortega Cortés
En el lado opuesto, puede ser que aflore la rebeldía de los adolescentes, quienes en ejercicio de su derecho a la libertad hacen lo que quieren y piden fiesta si terminan la preparatoria en tres años, pues tienen amigos que llevan cinco o seis años sin poder salir.
A estos adolescentes les cumplen todos sus deseos. Sus papás creen que dándoles lo que les piden (la ropa de moda o la marca de tenis más cara) van a lograr mayor felicidad. Cuando eso no es posible, los jóvenes también están en riesgo de tomar otros caminos
no muy deseables, de adicciones, por ejemplo. Mientras, los adultos caen en la culpa. En cualquier caso, dice Mejía, están educando a adolescentes arrogantes y tiranos.
Cuando estos chicos crecen, al llegar a los 25 o 30 años se sienten vacíos, aun cuando hayan concluido sus carreras y tengan trabajo. Y es que, dice la especialista, sólo saben vivir en la superficialidad. Por eso tampoco pueden formalizar una relación de pareja;
piensan que después podría salir algo mejor o que tal vez la relación con su novio o novia actuales podría deteriorarse en el futuro.
En estas condiciones, añade Mejía, también
llega un momento de crisis de ansiedad o depresión porque no tienen objetivos de vida, aunque siguen viviendo con sus papás como en un hotel de cinco estrellas, porque la mamá les hace todo y son libres de llegar a la hora que les da la gana.
Reconoce que también están otros casos de jóvenes que por diversas razones se quedan frustrados ante la falta de oportunidades educativas o que enfrentan una realidad lacerante, como que su papá está en casa por falta de empleo a pesar de que en la sala está colgado su diploma de doctorado. Así es complicado convencerlos de la importancia de estudiar.
Entonces, ¿cómo educarlos?
Guillermina Mejía asegura que para dar una buena educación a los adolescentes, primero hay que mirarlos, reconocerlos y de plano
ponernos en sus zapatospara ver lo que realmente les interesa y lo que son capaces de realizar. ¿Y qué es? A un chico de preparatoria le interesa más cómo se le ve el gel en el cabello e ir a la fiesta que aprobar geometría analítica. Los papás deben aprender a negociar:
yo te aseguro el gel y vas a la fiesta, y tú ¿a qué te comprometes, qué calificación vas a sacar?
O las jovencitas pueden estar
profundamente enamoradasde un compañero y por eso no ponen atención a las clases. Los adultos deben entender que todo es parte del proceso de crecimiento de los adolescentes, pero si en lugar de ello los califican y reprochan su
mal desempeño escolar, no los están ayudando a ser mejores.
Los papás también deben ser congruentes entre lo que dicen y lo que hacen; no caer en actitudes rígidas que sólo llevan a los muchachos a mentir y armar sus propios planes.
Los padres de familia se deben transformar en
faroscuando sus hijos llegan a la adolescencia.
Ya no somos capitanes del barco timoneando y dando órdenes; los jóvenes ya van en su propia embarcación. Un papá/mamá faro está en tierra firme, sólido con los valores que inculcó y en los que cree. Su misión es iluminar el camino de sus hijos, advertirles de los riesgos y ayudarlos sólo cuando ellos lo pidan y en la forma que decidan. Así aprenderán a hacerse responsables de sus actos.
¿Que es difícil? Sí, y más que los adultos aprendamos a hablar con el corazón, de nuestros miedos y no sólo de nuestras expectativas, las cuales no siempre son las mismas que tienen nuestros hijos.
La Clínica Adolescentes se ubica en avenida División del Norte #917, Colonia Del Valle. Teléfonos 5536 1863, 5543 5519
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