lunes, 28 de enero de 2013

Las Margaritas y Las Chinitas: escenografía y política


Bernardo Bátiz V.
T
an acto escenográfico fue la grabación de la falsa aprehensión de Florence Cassez como la presentación tumultuaria del programa político económico bautizado con muy mal tino como Cruzada Nacional contra el Hambre. Tanto la puesta en escena de Genaro García Luna en el rancho Las Chinitas, como el coro multitudinario listo para posar antes las cámaras en Las Margaritas alrededor de Peña Nieto, son acciones dirigidas a las apariencias, con la finalidad de conmover a la opinión pública, expectante y asombrada de lo que verá y conocerá.
Ciertamente, los escenarios de Las Margaritas y Las Chinitas, y los actos en esos lugares tan distintos y distantes, fueron muy diferentes, pero los une el hilo conductor de la finalidad prevista por quienes los planearon. En ambos casos se trató de algo muy parecido a un teatro, a un escenario, para mostrar una realidad recreada, reconstruida ante los ojos de quienes forman el auditorio y luego para que los noticiarios de radio y televisión reproduzcan las actuaciones y los titulares y fotografías de los periódicos las repitan por todos lados una y otra vez hasta el cansancio.
Lamentablemente la culminación del proceso de la señora Cassez, en la Suprema Corte, también está bajo sospecha de lo mismo, sólo que en este último caso se trata de un escenario adusto, propio de una sala de audiencias de un alto tribunal, bien iluminado y con actores luciendo sus ampulosas togas con mucha propiedad.
Siempre ha tenido la política y la vida misma de los seres humanos su parte y cuota de representación, su ingrediente de formalidad y de solemnidad, en ciertos casos explicables y justificables, como aquellos en los que forma parte del acto el cumplimiento de un protocolo para su validez o al menos para dar realce y seriedad al momento, como en una ceremonia religiosa, en un matrimonio o al dictarse una resolución judicial, como hizo la Suprema Corte, pero en esos casos la forma da cuerpo y contenido al fondo, sin que éste deje de ser lo esencial del suceso.
Se firma un acta, un convenio, una sentencia, por lo que está escrito en el documento, no para la fotos ni para las cámaras de video; para ello, si lo importante fuera solamente la preservación fotográfica de lo sucedido, bastarían papeles sin texto y plumas sin tinta.
Se queda sin sustancia, con la pura cáscara, un hecho cuando para simularlo, como en el caso de la detención a que nos referimos, los aprehendidos y los policías vestidos y armados para la escenificación son llevados junto con los camarógrafos y el conductor de la grabación al lugar previamente preparado como un set o una pista donde se imitará a la realidad; de ese modo, el acto jurídico o político, o simplemente humano, estará hueco; pura forma y cero contenido, un engaño y, por tanto, un acto contrario a la ética.
Terrible y reprobable que en política se actúe como en un circo, como en un espectáculo vistoso para asombrar y entretener, para distraer la atención de otros temas y presentar únicamente lo que se quiere mostrar. Así la aguda expresión de Reyes Heroles, mal interpretada y llevada al extremo, rebasa la intención de su autor; Reyes Heroles quiso destacar el valor de la formalidad en la escena política: ir mas allá, pretender suplir el fondo con la forma es mistificación. Se trata de que en un acto político o de otra índole se actúe para conseguir que los que asisten o quienes se enteran después solamente vean lo que se les presenta y no lo que hay detrás, más allá de los telones, de los paisajes pintados y las proyecciones en perspectiva, para engañar o deslumbrar a quienes están en las butacas y crean que no hay mucho más que una carpa monumental o un set improvisado de televisión. La forma, así, suplanta al fondo, lo mistifica y es el vehículo para engañar al espectador.
Ya Carlos Hank González, el que dijo con cinismo que un político pobre es un pobre político, tenía fama de ser un escenográfo consumado; cuando fue gobernador del sufrido estado de México era fama que arreglaba las calles de los pueblos a la vera de las carreteras o de las vías del ferrocarril y en ellas blanqueaba las humildes viviendas, arreglaba rojas tejas, pintaba en las calles señales de tránsito vistosas y, en fin, presentaba ante el automovilista veloz o ante el pasajero del tren un pueblo risueño y limpio, aun cuando atrás de la primera fila de casas continuaran la miseria, la marginación y las chozas tan deterioradas y tristes de siempre; el profesor Hank fue un precursor de la simulación, aunque nunca que yo sepa hizo una declaración pública de sus bienes, que eran cuantiosos.
Los trucos y el teatro callejero son para los magos, los prestidigitadores y los merolicos, no para la política, si ésta se entiende como la ciencia y arte de buscar el poder y ejercerlo en bien de la comunidad, con honradez, de cara a la gente y diciendo la verdad.

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