Luis Linares Zapata
L
a rumbosa celebración de los 100 días del Ejecutivo federal en el poder exige mayor respaldo que el otorgado por una concurrencia agradecida por la invitación a Palacio. Más allá, ciertamente, del auxilio que le provee la bien orquestada difusión y el concomitante eco del aparato de convencimiento. La triunfal definición de intenciones que hizo Peña Nieto de ir por la transformación de México no es alivio suficiente para despejar la densa realidad de contradicciones y frustraciones que precede a pasados gobiernos priístas. Antes de cualquier celebración, habría que escombrar, con detenimiento, la sustancia del mandato que emana de las urnas recién usadas. Bien se entiende que un trabajo de tal especie, y a juicio, pluma y voz de muchos, podría ser catalogado ya como un ensayo arqueológico ineficaz. Pero, en concordancia con una visión democrática rigurosa, habría que insistir en la legitimidad de origen que ostenta cualquier usufructuario de un cargo público.
La Fundación A. Rosenblueth, de sólido prestigio, acaba de publicar un estudio al que denominó: Geografía de las elecciones presidenciales de México. Es continuación de un esfuerzo anterior hecho con motivo de las controvertidas elecciones de 1988. Ahora, no se ocupan de todas las demás sino, en preciso, de la habida el año pasado (2012), completada con sólo algunas referencias a la de 2006. La particularidad de este trabajo consistió en emparejar los resultados de la votación por sección electoral (como las agrupa el IFE) con la demografía y socio economía censal, a escala municipal, que lleva a cabo el Inegi. Los resultados son, en verdad, reveladores y proyectan una visión comprensiva de lo sucedido.
A lo largo del estudio se utiliza una medida de pobreza basada en dos salarios mínimos para identificar las zonas del país sujetas a tan triste realidad (70 por ciento). La pobreza extrema se define a partir un salario o menos y también se regionaliza. El mapa resultante dibuja, pormenorizadamente, sendas cuencas con expresiones partidistas claras bifurcadas entre el PRI y la izquierda. En las zonas de alta marginación y pobreza las preferencias se inclinaron, inusitadamente, para el candidato del PRI. Los autores entonces se preguntan por las razones, si las hay, de tan decidida inclinación por el PRI en dichas cuencas de pobreza. Confiesan que no encontraron respuestas coherentes para el fenómeno observado. Ni el perfil del candidato, ni el trabajo partidario en esas regiones, tampoco el discurso o la propaganda arrojan alguna luz. Pero el PRI obtiene ahí fuerte respaldo, en muchas ocasiones con más de 45 por ciento de los votos y donde 60 por ciento no fue extraño.
En los municipios de corte urbano, en cambio, las preferencias del electorado se tornan parejas: 27 por ciento para Josefina, 35 para AMLO y 36 para Peña. Este resultado tiene implicaciones adicionales, sobre todo para los dos contendientes principales, AMLO y Peña Nieto, porque la cantidad de electores es la dominante y sus características educativas, sociales o de ingresos se alejan de las que definen a la pobreza. Faltó profundizar en los efectos de los bolsones de miseria dentro de las ciudades que, con seguridad, matizan las simpatías reales.
La gran sorpresa del estudio emerge, sin embargo, al analizar con suficiente detalle lo que sucedió en las llamadas casillas especiales. A ellas acuden personas con un perfil de difusa o imprecisa descripción. Pero, en general, se les puede catalogar como hombres y mujeres con marcado ánimo de participar en el destino del país. Lo son porque, aun estando fuera de sus distritos de origen, acuden a las urnas. Casi siempre lo hacen resistiendo tiempos de espera mayores a lo normal y, no pocas veces, quedándose sin votar porque las boletas son escasas, menos de las requeridas. Otra característica de los votantes en las casillas especiales es que no se conoce, de antemano, dónde votarán. Por tanto, su manipulación, compra o inducción sobre ellos es improbable o ineficaz. Es conocida la afluencia cotidiana, contada por millones, que marca al Distrito Federal, por ejemplo. En menor escala, pero también notable, se da el mismo fenómeno en conurbaciones como Puebla, Monterrey, Guadalajara y Tijuana. En conjunto, los votantes de las casillas especiales fueron casi 800 mil, esparcidos en toda la República. Tomados como muestra (por su abarcante composición), pueden reflejar, con aceptable seguridad, las inclinaciones de la voluntad ciudadana. Las preferencias de tales casillas arrojó cifras curiosas: 42 por ciento para AMLO, y 29 por ciento respectivamente, para Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota.
Al profundizar en estos resultados agrupados a escala estatal se obtiene, todavía con mayor precisión, la fotografía de tan peculiar voluntad popular. De los 25 estados donde EPN gana a AMLO en las casillas normales, en 19 de las especiales reversan los números en favor del segundo. Por contraposición, AMLO triunfa en todas las casillas especiales donde, también, ganó las normales. En Quintana Roo, por ejemplo, AMLO gana a EPN por 20 por ciento en normales y en las especiales lo hace por 54 por ciento. En el DF, donde las votaciones se llevan dentro de cauces más estrictos en control que en otras partes del país, en las casillas normales EPN obtiene 49 por ciento del voto y, en las especiales tiene 45 por ciento. EPN sólo gana en ambas clases de casillas en cinco estados: Chihuahua, Durango, Sinaloa, Tamaulipas y Zacatecas. En los demás pierde y, a veces, por más de 35 por ciento (13 estados). ¿Cómo explicar tamañas contrariedades entre dos tipos de casillas cuyas votaciones debían ser semejantes? Cabe la opción, nada extraña o descabellada, de que estos resultados (especiales) apunten hacia una realidad mejor descrita que aquella declarada como oficial. Esto debe obligar, ante hechos consumados, a plantearse el alcance y la legitimidad emanada de las urnas dado que, en 2012, se ofertaron dos modelos de gobierno, uno de continuidad y otro de cambio. Presentar, con atildados escenarios de élite y mucha propaganda detrás, como transformador al que ofertó la continuidad. Ello invita a mantener una actitud reservada ante la grandilocuencia y la anticipación de logros.
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