Enrique Calderón Alzati
P
ara México, como para otros países que cuentan con yacimientos en su territorio, el petróleo ha constituido su principal fuente de riqueza, pero también motivo de grandes problemas políticos, generados por grupos que ven en esas riquezas un apetitoso botín del cual pueden apoderarse por las buenas o por la fuerza.
Ese ha sido por supuesto nuestro caso; así, por razones un tanto oscuras para la sociedad mexicana, en las primeras décadas del siglo XX, los yacimientos petroleros conocidos de México y ubicados en el sur de Tamaulipas y el norte de Veracruz eran explotados por compañías extranjeras que exportaban nuestro petróleo, en su mayor parte a Estados Unidos y Europa, utilizando para ello trabajadores mexicanos mal pagados y en condiciones de vida que constituían una ofensa social para nuestro país y ocultando de todas las maneras posibles las inmensas utilidades que esas operaciones les generaban. Para que esto sucediese, los sucesivos gobiernos mexicanos, comenzando con el de Porfirio Díaz, se constituyeron en cómplices del saqueo que realizaban esas empresas, siguiendo las viejas e inhumanas tradiciones coloniales, desarrolladas en las naciones africanas, como el Congo Belga y en los países asiáticos dominados por los ingleses.
Es por ello que la expropiación petrolera decidida e instrumentada por el general Lázaro Cárdenas constituyó el evento supremo de la historia mexicana del siglo XX, por más que los gobiernos y los intereses económicos que han gobernado nuestro país durante las pasadas décadas se hayan dedicado a desdibujarlo y minimizarlo sistemáticamente, cuidando al mismo tiempo de aprovecharse de diferentes maneras de los recursos recuperados por el general Cárdenas para beneficio de la nación.
Es innegable que muchas de las grandes obras de beneficio social, así como algunos de los proyectos que permitieron modernizar al país, fueron posibles a través de los excedentes petroleros; sin embargo, al mismo tiempo cantidades importantes de esos recursos fueron desviados para conformar grandes fortunas de funcionarios, de líderes sindicales y de contratistas; sin embargo, existen otros daños más graves aun, generados a partir de políticas y visiones contrarias a los intereses nacionales, especialmente a partir del acceso al poder de los grupos neoliberales que, carentes de una visión nacionalista de largo plazo, instrumentaron una estrategia orientada a atraer empresas y recursos financieros internacionales, sin reparar en los riesgos y los altos costos que ellos implicaban para el país. Un ejemplo de ello han sido las decisiones realizadas en el sector de energía, en el que se han abierto las puertas a empresas del sector energético, en virtud de sus capacidades tecnológicas, que supuestamente los mexicanos somos incapaces de desarrollar –seguramente por impedimentos de carácter genético–, instrumentando así una visión racista y estúpida de que los mexicanos debemos aceptar nuestra pertenencia a una raza inferior.
Para instrumentar esta política, orientada a atraer empresas extranjeras y capitales que pudiesen hacerse cargo de nuestro desarrollo, se buscó generar la imagen de que México puede ser un paraíso fiscal para ellos, otorgándoles todo tipo de ventajas, incluyendo exenciones fiscales y facilidades para encarecer sus servicios por arriba de los precios del mercado internacional, (como ha sucedido con los bancos y las industrias farmacéuticas) haciéndose las cuentas alegres de que al fin y al cabo nuestro país contaba con los inagotables excedentes petroleros como substituto de los posibles impuestos que debía aplicar a esas empresas, sin entender que ello equivale a dilapidar el patrimonio nacional en aras de una quimera que se ha convertido en el principal destino de los ingresos del petróleo, colocando a Pemex en la difícil situación de la gallina de los huevos de oro, sobrexplotada hasta el absurdo por los últimos gobiernos, especialmente los de Salinas, Zedillo, Fox y Calderón, incapaces de pensar en otras opciones, o pensando de manera mezquina en los beneficios personales que tales decisiones les producirían.
La falta de visión de esos gobiernos ha impedido así que nuestros recursos naturales, y de manera particular los yacimientos de gas y petróleo, se convirtiesen en palanca de desarrollo industrial y tecnológico, utilizando una parte razonable de los excedentes de Pemex, para financiar los programas sociales y las inversiones que el país necesita para constituir su propia industria, y de manera particular, sus propias empresas tecnológicas, las cuales deberían a estas alturas estar compitiendo en el mercado mundial, utilizando para ello nuestro mercado interno, como plataforma de despegue para los servicios y los productos que luego podrían exportarse a otros mercados, generando con ello empleos dignos y bien remunerados, como lo hacen hoy en día todas las naciones que han logrado demostrarse a sí mismas y al mundo ser tan capaces e innovadores como las grandes potencias económicas, aprovechando las ventajas que les dan sus propios pueblos y recursos naturales.
Mucho nos agradaría ver que el nuevo gobierno federal, aparentemente decidido a realizar una reforma energética, tomase distancia de sus antecesores y antes de dar pasos apresurados en la misma dirección de estos, dedique el tiempo necesario para decidirse por la o las opciones que mayor beneficio puedan aportar a la nación, rectificando con firmeza lo que se ha hecho mal y nos ha hundido como país, en la conformidad de que no tenemos otra opción, que seguir siendo un país de segunda, condenado a depender de otras naciones e intereses, cuya visón de México, es la de un país habitado por flojos e ineptos, pero con un enorme botín que pueden explotar, con el apoyo de los Gunga Din que siempre habrán de existir aquí y en todas partes.
De manera particular, considero que la propuesta del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, debiera ser analizada en toda su extensión como una opción viable para rescatar a Pemex de su situación actual y transformarla en la empresa que el país necesita y que constituye con mucho, el legado del personaje central del México moderno, para lo cual lo que se necesita no son grandes capitales externos, sino dejar de sangrarla para mantener la zona de confort, ineptitud y corrupción que ha sido el signo distintivo de quienes han gobernado al país.
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