Pedro Miguel
E
n 2003 el gobierno de George W. Bush dijo al mundo que invadiría Irak porque ese país poseía armas de destrucción masiva y era necesario destruirlas. La verdad fue exactamente la contraria: la Casa Blanca, la mafia presidencial estadunidense y sus aliados internacionales pudieron lanzar la agresión justamente porque Irak no tenía ese tipo de armamento. De haberlo tenido, los gobiernos occidentales lo habrían pensado dos veces, ante la posibilidad de desatar un conflicto incontrolable y de experimentar un número inaceptable de bajas en sus fuerzas.
La lección fue rápidamente aprendida por otros estados que se encuentran desde siempre en la mira de Washington. Irán y Corea del Norte emprendieron de inmediato intensivos programas de rearme (atómico, en el caso del país oriental) para no correr la misma suerte que Irak, cuya población ha pagado con cerca de 150 mil muertes de inocentes (http://is.gd/5K6ZJS) la incapacidad para evitar la invasión, la ocupación y la subsiguiente guerra civil.
En el mundo actual el viejo principio de la disuasión sigue tan vigente como durante la guerra fría, cuando la lógica de la destrucción mutua asegurada impidió una confrontación directa entre Estados Unidos y la Unión Soviética. La última confrontación importante entre India y Pakistán fue la de Kargil, en 1999, cuando Pakistán no contaba aún con un sistema de propulsión para sus bombas atómicas. Pero, aunque sea horrible escribirlo, desde que ambos países disponen de arsenales atómicos operativos los choques militares entre ambos se han reducido casi a cero.
El mantenimiento de la paz o la construcción de procesos de pacificación dependen, si no de un equilibrio militar, económico, político y diplomático de los contendientes, sí cuando menos de un mínimo potencial disuasorio por parte del bando más débil y de la capacidad de convencer al adversario de que su victoria definitiva es irrealizable y que, en consecuencia, la paz es la menos mala de las perspectivas.
Los palestinos de Gaza no cuentan con ningún instrumento de disuasión para frenar las andanadas militares israelíes de claro propósito genocida. La expresión, por cierto, es meramente descriptiva: lo que hacen los aviones y la artillería terrestre de Israel en Gaza encaja plenamente con las definiciones de genocidio formuladas por el propio Raphael Lemkin, Helen Fein, Bernard Bruneteau y el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional. Como ha señalado Gideon Levy en un artículo publicado el pasado domingo en Haaretz (http://is.gd/jLxMxX), el propósito real de los bombardeos ordenados por los gobernantes de Tel Aviv no es acabar con los cohetes artesanales de Hamas, sino simple y llanamente
matar árabes, con la esperanza de que la mortandad lleve, por sí misma, a la calma.
Ante los cazabombarderos y helicópteros de combate de fabricación estadunidense, los mortíferos drones, los devastadores cañones de los tanquesMerkava y la artillería naval israelí, los palestinos de Gaza no tienen ningún medio de defensa. Las únicas armas que poseen, además de pistolas y fusiles, son cohetes rústicos sin ningún valor militar real, pero cuyas capacidades son sistemáticamente exageradas tanto por los medios occidentales como por el chovinismo desesperado de los comunicadores de Hamas.
Con esos cohetes, llamados genéricamente Qassam, los dirigentes de Hamas no han conseguido más que matar o herir a unos cuantos civiles israelíes inocentes y dar al régimen de Tel Aviv la coartada perfecta para lanzar bombardeos a gran escala sobre los habitantes de la franja. Es horrible decirlo, pero para detener el genocidio en dosis requerirían, en cambio, de armas antiaéreas que convirtieran Gaza en una zona peligrosa para los bombarderos israelíes y redujeran el margen de impunidad con que éstos destruyen presuntos locales de combatientes fundamentalistas, edificios habitacionales, escuelas, hospitales y mezquitas. Y requerirían además de sistemas antitanque para detener las ofensivas terrestres.
Para los gobernantes de Tel Aviv la paz no es buen negocio y, en tanto no corran riesgos, proseguirán la destrucción demográfica, material y territorial de las bases en que debe asentarse el Estado palestino. La ultraderecha israelí asesinó a Yitzhak Rabin, único primer ministro que estuvo dispuesto a restituir los territorios palestinos ocupados, aisló y pulverizó el liderazgo moderado de Al Fatah y generó, por esa vía, el dominio político de Hamas en Gaza.
Esa cosa informe llamada
comunidad internacional, está visto, no hará nada por impedir el cese de la actual carnicería ni por prevenir acciones futuras de esta clase. En tal circunstancia, aunque resulte horrible tener que decirlo, es absolutamente legítimo que los palestinos se provean de armamento defensivo para proteger sus centros urbanos de los ataques aéreos israelíes y, en términos generales, reduzcan en alguna medida la absoluta desproporción táctica y estratégica hoy existente entre una población depauperada, cercada e inerme, y una de las potencias militares más poderosas del planeta.
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