Pedro Salmerón Sanginés
“¿D
ebería el proyecto comunista, tal como se le ha elaborado desde el siglo XIX, arrinconarse entre las grandes utopías que han marcado la historia del pensamiento político occidental… o aún es capaz de proporcionar significados y perspectivas para nuestras luchas actuales?”*
Esta pregunta de Emmanuel Terray sintetiza la preocupación general de varios estudiosos que intentan recuperar la idea comunista. Terray explica
el desastroso final del socialismo realmente existentecomo consecuencia de la transformación del comunismo
en una religión seglar, que creó
una auténtica iglesia con sus dogmas, sus rituales, su jerarquía y su inquisición. Una organización que difícilmente podía convertirse en instrumento de
la emancipación colectiva.
Pero puesto que la caída del socialismo realmente existente no significó el fin de la explotación capitalista y las formas de opresión que la acompañan,
era fácil predecir que el fénix comunista renacería pronto de sus cenizas, muchas señales de lo cual aparecen en la primera década del siglo XXI. Y estas señales de renacimiento exigen inquirir por las lecciones de la historia del comunismo.
Terray cuestiona la estrategia de los partidos comunistas del siglo XX; fundada en la toma del poder y, por tanto,
la hipótesis decisivasegún la cual el poder del Estado es el instrumento indispensable para la emancipación: hay
una contradicción manifiesta entre el objetivo que se persigue (el comunismo) y los medios empleados(
el Estado y el partido que lo refleja, p. 221). ¿Qué otras lecciones deja el fracaso del socialismo real, qué hay que preguntarnos? Una primera serie de preguntas tiene que ver con el tema de la abolición de la propiedad privada, así como los modos de propiedad alternativos a la propiedad estatal. Otras preguntas inquieren por la planificación. Finalmente, se abren preguntas sobre
la democracia en el lugar de trabajo; no la democracia política ni su ficción liberal, sino la abolición misma del trabajo asalariado. Preguntas, porque cualquier pretensión de refundar el comunismo debe partir de la crítica al socialismo realmente existente.
A su vez, Alain Badiou señala que durante el siglo XIX la idea comunista estuvo ligada a cuatro tipos específicos de violencia. De una de esas formas de violencia, el terror revolucionario, depende
casi exclusivamentela propaganda anticomunista. ¿Cómo combatir esa propaganda desde la idea comunista? Se puede negar la existencia del terror, o minimizarlo y presentarlo como algo necesario, o relativo a su época, pero no inherente a la idea comunista. Pero también se puede mostrarlo como el síntoma de una desviación del comunismo que debió haberse evitado. Esto es aún más importante cuando críticos
de izquierdaseñalan que el terror es inherente a la idea comunista y suponen que dicha idea está muerta y enterrada.
Frente a ello, Badiou propone examinar (y
destruir)
la teoría del consenso, que achaca toda la responsabilidad del terror a la idea comunista(p. 13). La reflexión sobre el terror implica la inquisición sobre el proceso concreto del primer ensayo de la idea comunista en la historia (y la analogía que recuerda la parábola del Gran Inquisidor, de Dostoyevsky:
¿Estaba la idea cristiana ligada en un principio a la Inquisición o a la visión de San Francisco de Asís?, ¿el comunismo son las purgas de Stalin?)
El terror,
lejos de ser una consecuencia de la idea comunista, en realidad proviene de una fascinación por el enemigo, de una rivalidad mimética con él; y a fin de cuentas, de una renuncia a la idea comunista. Y esta conclusión abre la verdadera pregunta para el siglo XXI: ¿la idea comunista está necesariamente vinculada a la violencia?
Y entonces, Slavoj Zizek nos recuerda que las preguntas carecen de sentido en un mundo donde no hay verdad posible, donde el poder procura
deshistorizar(en México le llaman
desmitificar) y
despolitizar(en México le llaman
todos son iguales). A menos que volvamos a colocar en el centro la política (y la economía política). Y entonces, pueden abrirse todas las preguntas posibles:
¿Qué organización social puede reemplazar al capitalismo existente? ¿Qué clase de nuevos líderes necesitamos? ¿Qué organismos, incluso de control y represión?, partiendo, como Badiou y Teray, de la crítica histórica, del hecho concreto de que
las alternativas del siglo XX no funcionaron.
Para estos autores, del EZLN a los movimientos altermundistas, de los israelíes antisionistas a Ocupa Wall Street, se abre la necesidad de, sin abandonar la defensa del multiculturalismo, volver a poner en el centro de la discusión la economía política, el Estado y la violencia; y recuperar, tras una consistente crítica histórica, la idea del comunismo.
*Slavoj Zizek, editor, La idea de comunismo, Madrid, Akal, 2013, p. 219.
Twitter: @salme_villista
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