Luis Linares Zapata
L
a energía de los acontecimientos en el presente mexicano –cualquiera que éstos sean– apenas alcanza para prolongar su vigencia en el espacio público durante una semana, 10 días a lo sumo. Si perdura más allá se debe a que es, en verdad, un suceso con suficiente capacidad para matizar la actualidad y darle la trascendencia debida. Lo más común es que, una vez recibida la luz pública, sea atropellado por el siguiente episodio momentáneo de la vida en común. Las mismas elecciones federales de medio término, por ejemplo, no acabaron por definir, antes de agotarse y con la claridad suficiente, el momento por el que hoy atraviesa la República. La mayoría de la Cámara de Diputados, formada con turbios amasiatos, lejos quedará de establecer las debidas conexiones con la ciudadanía para sentirse correspondida. Poco se puede añadir con la selección de dirigentes partidistas que ha ocupado morbosa atención de las capas informadas de la sociedad durante este fugaz agosto. Cómo se podría catalogar entonces la presentación que el secretario de la Función Pública hizo del no conflicto de intereses, tanto del secretario Videgaray como del Presidente: ¿fue sólo un juego más de esa facilona pirotecnia leguleya para salir del paso? Los obstáculos que ciertas claques partidistas, en especial las poblanas, han puesto para evitar las candidaturas independientes, son signo de temores que anidan en sujetos de muy cortos alcances democráticos; de medio pelo, digamos.
Empezará el mes patrio y la atención se centrará en el reacomodo de algunos sitiales de la burocracia federal. No porque haya expectativas definitorias, sino porque hay que jugar a la renovación estacional de esperanzas, aunque sean tenues. El telón de fondo de dicho juego remite, qué duda, a lo insatisfactorio del presente y la búsqueda de un algo que pueda otearse como asidero futuro. Ni el bamboleo del peso, el achicamiento continuo de la economía o la más hiriente violencia parecen tener la capacidad suficiente para remontar las amacizadas inquietudes negativas ante lo que se atisba como incertidumbre y desconfianza. Una somera ojeada a la integración de la Cámara de Diputados basta para constatar las cojeras que se acarrean en talento humano instalado.
Una vez mermada la capacidad de movilización de esa parte del magisterio reacio a someterse al control federal, su presencia disruptiva quedará situada ahí mero donde yacen las interesadas pasiones de la opinocracia. La mejoría educativa de la niñez y la juventud, que tanto se alardea como derivada de la reforma estructural insignia, mostrará entonces y sin tapujos, el poco arresto de su original propuesta. El enorme deterioro de la infraestructura escolar empezará a ser reconocido como el principal escollo para el avance educativo y no recargarse en los maestros y su organización para encontrar culpables. Y el liderazgo político cupular, en sus afanes para conducir el proceso sucesorio, resentirá su mermado contacto con las pulsiones de una sociedad atosigada por primitivas carencias y cerrados horizontes para su desenvolvimiento.
Las promesas de horizontes por abrir, que por montones lanzarán las élites locales, no podrán desprenderse de la frustrante repetición que hicieron durante los casi 40 años pasados. Volverán entonces los presagios de peligros inminentes encarnados en personajes que siempre han inquietado a la medianía conductora. La descarnada lucha por la continuidad de los privilegios, que distinguen con rangos mundiales a la plutocracia nacional, se clasificará con fingidos ribetes de seguridad nacional. Y, una vez más, se harán llamados a la responsabilidad de los conductores económicos y sociales: esa flotante, por inexistente, característica de las burocracias enclaustradas en el poder decisorio.
De espaldas a las luchas que se vienen gestando en varias partes (España, Sudamérica, Estados Unidos) aquí sonarán las trompetas de alarmas para rechazar lo que buena parte de la sociedad anhela: un cambio efectivo que procure el bienestar de las mayorías. Ese bien tan extraño como huidizo que, al sólo mencionarse, produce urticaria a esa endeble clase dirigente empotrada en la maquinaria política. Maquinaria que se pone, sin restricciones y sí con turbias intenciones, a las órdenes y caprichos de los muy pocos agraciados.
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