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Chiapas: La Realidad fue tomada por los paramilitares
Por: Serapio Bedoya Arteaga (@revistapolemon)
18 de agosto 2015.- Viajeros internacionales procedentes de La Realidad-Trinidad, Chiapas, aseguraron que los paramilitares de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC-Histórica) ocupan, desde el pasado mes de marzo, el centro de esa aldea indígena que durante dos décadas fue la “sala de prensa” del subcomandante Marcos.
“Tienen tomada la escuela y lo que fuera la cocina de los cooperantes extranjeros, tumbaron la ceiba y son tan peligrosos que los compas nos mantuvieron encerrados todo el tiempo dentro del caracol de la Junta de Buen Gobierno”, dijo uno de los activistas europeos.
Otro relató: “No nos dejaron pasar a bañarnos en la poza, por el riesgo de que los paras nos hicieran daño. Prácticamente no pudimos hablar con nadie”.
“Los tres días que estuvimos nos dieron de comer caldo de pollo en la mañana y caldo de pollo en la noche”, acotó una voz más.
Este columnista, desinformado completamente al respecto, les dijo con optimismo antes que partieran rumbo a Chiapas: “A la mejor en las comunidades zapatistas van a estar en el único lugar de México donde no se vive un infierno”.
A su regreso, los viajeros contaron que “en ningún lado vimos presencia del ejército, los militares ya no patrullan los caminos. Ahora todo es distinto a como yo lo recordaba. Los compas nos contaron que en una comunidad cercana un hombre le cortó la cabeza a su esposa de un machetazo”.
Sus testimonios, debo confesarlo, me dejaron estupefacto. La destrucción de la cocina y de la escuela no me pudo tanto como el derribo de la ceiba, ese majestuoso edificio vegetal con más de un siglo de existencia.
Así que prácticamente le quitaron a Marcos la joya de la corona, me dije. El crecimiento de la contra tuvo que haberse dado entre familias que fueron asiduas bases de apoyo del EZLN antes y después de la rebelión de 1994, pero que el hambre y la falta de perspectivas acabaron por derrotar.
En 1996, cuando las relaciones personales entre este columnista y el subcomandante eran espléndidas, llevé al filósofo francés, Régis Debray –el mismo que estuvo en Bolivia con el Che Guevara– desde San Cristóbal de Las Casas hasta La Realidad y fui testigo de las dos conversaciones que sostuvo con Marcos.
La primera fue, precisamente, alrededor de la ceiba, la noche que llegamos. Una de las primeras cosas que dijo Marcos fue: “yo también soy asmático”. Debray ignoró su comparación con el Che en términos respiratorios. Luego Marcos intentó preguntarle: “Régis, tú como revolucionario…”, pero el escritor lo cortó: “Yo no soy revolucionario, soy republicano”.
Entonces, en lo alto del último cerro del camino que baja a La Realidad aparecieron unas luces muy brillantes. Los tres guardamos silencio pensando lo mismo. A Régis Debray lo usaron para encontrar al Che, ahora nomás falta que le repitan la fórmula con Marcos.
Las luces continuaron bajando, y Debray y yo seguimos en ascuas, mientras Marcos se informaba por radio. “Es una ambulancia que viene de Comitán a entregar el cuerpo de un niño”. Y, en efecto, el transporte se detuvo a la entrada de la comunidad, permaneció dos minutos inmóvil, después dio media vuelta y regresó hacia la subida de la montaña.
Marcos ironizó: “Dejan el cadáver de un niño como si entregaran una caja de refresco”. Al día siguiente, los ilustres personajes se reunieron en una “casa de seguridad” entre la maleza y tampoco me desprendí de ellos. Debray se había levantado al alba, había corrido y se había bañado en la poza.
“¿Cuáles son las perspectivas del movimiento a mediano plazo?”, preguntó con su libreta abierta y su pluma fuente destapada. Marcos dijo: “No tenemos prisa, ésta es una guerra que va a durar 300 años”.
Ahora me arrepiento, y pido perdón por haber escrito insistentemente que el EZLN se convirtió en uno más de los atractivos turísticos de Chiapas, pero no olvido las palabras de Marcos: “ésta es una guerra que va a durar 300 años”. Y también recuerdo la última vez que estuve en La Realidad, en agosto de 2004, y fui a visitar a la familia del niño Clinton, un duendecillo inteligentísimo que había visto crecer año tras año.
Siempre llevaba dos pollos rostizados que compraba en Las Margaritas y esa vez no fue la excepción. Nunca me había atrevido a escribirlo, ahora lo hago porque todo viene al caso: las queridas personas que estaban en casa de Clinton devoraron los pollos en cinco minutos con un hambre de pirañas.
“¿Qué desayunaste?”, le pregunté. Su madre me dijo: “En la mañana le doy medio plátano macho cocido con todo y cáscara y en la noche también”. Luego me contó que la situación económica era tan dolorosa que ella había tenido que irse a Tuxtla a pedir trabajo como empleada doméstica.
“Me pasé como seis meses y ahorré algo. Lo malo es que cuando regresé los compas me regañaron y me dijeron que si lo vuelvo a hacer me expulsan”, dijo la madre de Clinton Miguel Jiménez, que le puso tal nombre a su brillante cachorro porque cuando él nació Bill Clinton acababa de ganar las elecciones en Estados Unidos y ella pensó que era un tipo decente.
También recuerdo que esa misma noche me expulsaron para siempre. Yo sólo había ido a visitar a mi pareja, que estaba haciendo trabajo de campo para su tesis de maestría, y los compas la habían admitido, semanas atrás, porque me querían mucho y era cariño recíproco, a pesar de las grandísimas diferencias políticas que desde 1999 tenía con Marcos y sigo teniendo aún.
Mi plan era quedarme un par de días, regresar a México y volver por la novia a mediados de agosto, pero resulta que en ese momento el Sup llegó a La Realidad, se enteró de que yo andaba por ahí y que, peor aún, le había sembrado “una espía”, así que giró instrucciones.
Don Max, el encargado de la comunidad, al que siempre le llevaba sus pastillas para la hipertensión, mandó a buscarnos y con los ojos enrojecidos de cólera me expulsó con estas palabras: “Agarra a tu pinche vieja y lárgate”. Detrás de nosotros había un cartel educativo que rezaba: “Hay que hacer del respeto a la mujer una costumbre”.
No quiero exagerar pero tampoco esconder la tristeza que me provocan las noticias más recientes. A juzgar por la descripción topográfica de las zonas de La Realidad que ahora dominan los contras, deduzco que, si no emigró con su familia o por su propia cuenta, dentro de esos límites debe seguir viviendo el Clinton.
Si no hay mal que dure 100 años, menos paciencia que aguante sin comer 300… Y lo peor es que detrás de los paramilitares ya se frotan las manos y se afilan los colmillos las empresas que, gracias a la reforma energética –a la que jamás se opuso el EZLN– no ven la hora de comenzar el saqueo del petróleo y del uranio.
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