sábado, 13 de agosto de 2016

¡Arriba Zapata!

José M. Murià
C
on los años, la figura egregia de Emiliano Zapata Salazar, quien fue sacrificado en la morelense hacienda de Chinameca el domingo 10 de abril de 1919, se fue opacando por obra y gracia del intenso proceso de bronceado –llenado de bronce– del que fue víctima durante algunos años, hasta que en el sur tomaron su nombre para definir al frente rebelde que hizo su aparición en 1994.
El día de su muerte le faltaba poco para cumplir 40 años, de haber nacido el 8 de agosto de 1879 en Anenecuilco, también del actual estado de Morelos.
Bien se dice que en el ánimo popular basta que el gobierno enaltezca a un personaje para que surjan recelos. Tal es la razón, aseguran los sicólogos de la sociedad, de que Francisco Villa y precisamente Emiliano Zapata hayan desempeñado un mejor papel que otros en el imaginario colectivo de nuestro país. Tal vez por ello fueron los últimos –y con muchos recelos– en ser admitidos en el gran altar de la Revolución Mexicana.
No han sido pocos los equilibrios de los acomodadores del Panteón Nacional para explicar la convivencia armónica, en muros con letras de oro y en monumentos de todo tipo, de personajes que en su tiempo fueron antagónicos y, aun a la fecha, si se hallaran frente a frente sonarían los balazos o, al menos, los peores improperios.
El que más se sale del huacal es justamente Zapata. Prueba de ello es que, aun sin que el propio Zapata hubiera pisado tierras fronterizas de Chiapas con Guatemala, fue precisamente su nombre el que se utilizó, como se dijo, para dar buena referencia a uno de los últimos brotes más o menos revolucionarios que han surgido en nuestro país con carácter relativamente bien organizado y merecedor de cierto respeto y reconocimiento general.
Quizá desde lugares como el occidente de México y su vecindario cueste más trabajo entender por qué se convirtió, al menos de nombre, en zapatista el movimiento que subcomandó el tal Marcos, pero viajando por el sur puede notarse que muchos planteamientos de Zapata siguen siendo válidos, y algo muy importante: de todos los líderes revolucionarios fue el que despertó más rencores durante más tiempo.
Cuando era más joven –de lo que no hace tanto– me enteré de lo sucedido al caporal de una hacienda cercana a Oaxaca que enseñaba a su hijo los rudimentos de la equitación ranchera. El joven se esmeraba, pero como era un poco gordito, ciertos movimientos no le salían con facilidad. En un momento dado le gritó fuerte al vástago:¡Arriba esa pata!, lo cual le ganó una serie de disparos que el patrón le quiso sorrajar. Azorado el agredido, apenas se alcanzó a esconder tras unos costales, mientras pistola en mano el agresor se le acercaba echando fuego por los ojos y dispuesto a tirarle a boca de jarro…
Todo se tranquilizó cuando, quienes intercedieron, le hicieron ver al intolerante patrón, un poco sordo, que el caporal de marras no había gritado ¡Arriba Zapata!, tal como había entendido y le resultaba del todo intolerable.
La realidad es que, entre cierto tipo de gente, el nombre del general Zapata sigue causando fuertes resquemores. No en vano la problemática de la tierra dista mucho de haberse resuelto ya.
A los zapatistas de hoy y de siempre

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