José Blanco
E
l descenso más prolongado que ha experimentado la productividad laboral en Estados Unidos (EU) desde fines de los años 70 ha afectado seriamente el crecimiento de la mayor economía del planeta. La productividad de las empresas no agrícolas de EU –los bienes y servicios producidos cada hora por los trabajadores– ha caído a una tasa anual de 0.5 por ciento: el tiempo trabajado aumentó más rápido que la producción, según datos del Departamento de Trabajo. La productividad tuvo una muy frágil recuperación de 1.3 por ciento entre 2007 y 2015, para volver a caer. Y no existe evidencia de que este largo periodo con tasas tan aplanadas de la productividad comience a despegar, pese a la revolución tecnológica de Silicon Valley y todas sus réplicas en el mundo. Con diferencias, la productividad ha reptado en todo el espacio desarrollado desde hace ya demasiado tiempo. Y no hay visos de que el capitalismo vuelva a experimentar las tasas de crecimiento de un pasado que ya puede ser visto como remoto. Pero contra toda lógica las ganancias de los grandes capitales han crecido como la espuma.
Al propio tiempo, nunca ha habido la sobreacumulación de capital en el mundo que hoy existe, aunque no tiene vías para volverse productivo; ni nunca los ultramillonarios acumularon las riquezas inimaginables que posee el muy famoso uno por ciento. Brutales contradicciones que parecen imposibles están ahí, frente a nuestros ojos.
No, no hay misterio. Existe sólo una explicación: los salarios de cientos de millones de trabajadores del mundo han sido aplastados y esos recursos trasladados a la punta de los ultrarricos. Millones de clasemedieros cayeron por debajo de la línea de pobreza; miles y miles de pequeños productores se encerraron acorazados en la economía informal.
En el corto plazo, es difícil ser otra cosa que pesimista, sólo porque esto ha estado ocurriendo por tanto tiempo, dijo Paul Ashworth, economista jefe de la consultora Capital Economics para EU. ¿Sólo en el corto plazo?
Así es la globalización capitalista neoliberal. Pasará mucho tiempo seguramente para que empecemos a darnos cuenta de la fuerza destructiva del neoliberalismo. Produjo ya, y continuará haciéndolo, con mucho, el mayor desorden financiero de la historia capitalista, sin ninguna luz al final del túnel. Destruyó la democracia liberal prácticamente en todas partes, y quedan algunas huellas que simulan su existencia. Trituró el estado de bienestar.
Los socialdemócratas trepados en los gobiernos, adoptaron los mantras del Consenso de Washington. La socialdemocracia que existe, frente a la economía neoliberal, es un insecto diminuto. Desaparecieron los partidos socialistas y los partidos comunistas en todo el mundo (nadie se va a tomar en serio que el de China es un partido comunista). Los sindicatos fueron borrados del mapa; persisten algunas de sus estructuras vacías sin ningún poder. La ideología ultraindividualista y de ansioso anhelo por el superconsumo, propios del neoliberalismo, capturó las mentes de las grandes mayorías del mundo: ya no hay pobres ni marginados, sólo losers y winners:grandes segmentos de la sociedad se tragó esta estratagema: estoy jodido, soy un perdedor entre los ganadores.
Los grandes capitalistas se engulleron también a la política enteramente. No fue difícil: enormes cantidades de políticos y gobernantes se volvieron ellos mismos capitalistas hiperenriquecidos. El capitalismo neoliberal está carcomiendo sin freno al planeta, pero muchos de sus científicos dicen que sólo se trata de una nueva era geológica de calentamiento planetario. La corrupción de toda índole corroe a las sociedades pobres, ricas y superricas.
La globalización neoliberal hizo trizas el mayor proyecto humanitario que se había intentado: la Unión Europea (UE). La UE del euro está in articulo mortis. En sus primeros años, con el lema in varietate concordia, la Unión fue una unión real que explica la poderosa resurrección de Alemania y el desarrollo de España, entre otras muchas hazañas. Pero a partir de 2008, la Unión dejó de ser rápidamente una unión. En adelante los
unidos en la diversidadse rascarían cada uno con sus propias uñas. Volvieron las naciones, pero atadas por las reglas del euro y el surgimiento de latroika dictatorial. Una unión real habría mutualizado las deudas, los problemas y las soluciones a los difíciles problemas que abrió la crisis neoliberal, en la que seguimos. En ocho años de dictadura de la troika (léase Alemania), existen los países
tropicalizadosdel sur, y los serios y eficaces del norte. No hay vuelta a una UE como la que empezó a ser soñada en 1951 con la firma del tratado que creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.
La foto de un pequeño, de alrededor de un año de edad, muerto y tirado boca abajo en una playa de Turquía, y la del pequeño Omran Daqneesh sentado en una ambulancia, ensangrentado y totalmente cubierto de polvo, con una terrible confusión en la mirada ante lo que le estaba y está pasando a Siria, son dos mínimos ejemplos del horror que por guerras o por hambres viven los más condenados de la tierra, derivados de los encontronazos entre las potencias. El dolor acumulado en tantos millones de los más desdichados de la Tierra es un grito que puede oírse en los últimos confines del planeta.
Muchísimas pérdidas más hay producto del neoliberalismo capitalista globalizado, frente a lo cual no existen partidos políticos capaces de sentir el sufrimiento del mundo, menos aún de explicárselo.
Volvamos a ver el mundo. Quizá empecemos a ver algo más que pérdidas terribles.
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