Gilberto López y Rivas
C
onmemoraremos este 7 de noviembre un siglo de la gran revolución socialista de 1917, sin duda, la experiencia de transformación social más trascendente en el ámbito mundial del siglo XX. Aun para los enemigos jurados de la revolución, la toma del poder por los bolcheviques, marca una nueva época para la humanidad: la del inicio de una experiencia socialista en un inmenso país, de los más atrasados de Europa. Para los trabajadores de la Rusia zarista, y de otras naciones europeas, carne de cañón de la guerra inter-imperialista iniciada en 1914, la revolución social constituía el único camino para lograr la paz, conquistar el poder político y derrotar al capitalismo. Correspondió a la alianza de obreros, campesinos y soldados del imperio ruso dar ese primer paso de alcance histórico universal.
Por siglos, las clases dominadas habían padecido diversas formas de opresión y servidumbre. Sus movimientos de resistencia fueron siempre salvajemente reprimidos. Los explotados por los distintos sistemas de clase experimentaron todas las formas de lucha, en búsqueda permanente de una vida mejor; desde la rebeldía armada contra los opresores, hasta movimientos de naturaleza mesiánica y utópica. Incluso formas primitivas de rebeldía social como el bandolerismo dirigido contra los ricos y conquistadores extranjeros, producto del impacto del capitalismo en el mundo periférico y rural, expresaban el ardiente anhelo de sobreponerse a la miseria extrema impuesta por las clases dominantes. Los pueblos cantaban y mitificaban a esos irreductibles que se lanzaban a una muerte segura en aras de una vida nebulosamente imaginada de igualdad y libertad. La Revolución de 1917 fue el triunfo de los millones de hombres y mujeres que sufrieron prisión, tortura, hambre, persecución, destierro; de los que depositaron su fe en un futuro distinto para la humanidad. Esta revolución hace realidad los sueños y las utopías multiseculares. Encarna el espíritu de las y los combatientes de la Comuna de París, primera clarinada de un gobierno de trabajadores.
Muchas son las enseñanzas y experiencias vigentes que para los y las revolucionarias de hoy día mantiene la revolución bolchevique. Una de ellas, que es particularmente significativa, se refiere al aporte que la Revolución de 1917 hace a la llamada cuestión nacional y colonial, y, particularmente, al derecho de pueblos y naciones a la autodeterminación. Con el nuevo gobierno revolucionario, se establece en el otrora imperio conocido como
cárcel de los pueblos, un nuevo tipo de comunidad estatal nacional, la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, la URSS, en la que se buscó suprimir la desigualdad económico-social entre las naciones, nacionalidades y grupos étnicos, y, en la que, paralelamente, se experimentaron formas de gobierno inéditas para la época, los soviets, que pretendían integrar a representantes de esa alianza de obreros, campesinos y soldados que había hecho posible el triunfo revolucionario. Lenin, como dirigente máximo de la revolución, procesa teórica y políticamente la autodeterminación como el derecho de pueblos y naciones a la independencia, la separación estatal, la formación de estados propios. La autodeterminación era una reivindicación democrática que emergía de los principios liberales de la democracia burguesa, aunque en sus análisis conceptuales Lenin va más allá de la interpretación liberal. En realidad, la Revolución del 1917 fue el acontecimiento decisivo que influyó en la radicalidad de este principio. En marzo de ese año, el gobierno provisional de la Rusia revolucionaria anuncia que desea establecer la paz unilateralmente, sobre la base del
derecho de las naciones a decidir sobre sus destinos. Lenin y los bolcheviques comprendieron el valor que tenía el sentimiento nacional para sus fines de transformación social, asumiendo en los hechos las omisiones y posiciones equívocas de Marx y Engels con respecto a la cuestión nacional. Partiendo del mismo presupuesto teórico de Marx sobre la revolución mundial, Lenin vislumbra –sin embargo–, el significado de la cuestión nacional como un elemento que fortalecería la lucha por el socialismo. En su
balance de la discusión sobre la autodeterminación, Lenin señalaba que los socialistas:
Deben estar en favor del aprovechamiento para los fines de la revolución socialista de todos los movimientos nacionales dirigidos contra el imperialismo. Cuanto más pura sea la lucha del proletariado contra el frente común imperialista, tanto más esencial será, evidentemente, el principio internacionalista de que el pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre. Planteamiento fundamental en el proceso descolonizador del siglo XX.
Contrario a la tesis que mantienen autores como Richard Pipes y Neil Harding, de que hay una continuidad programática e ideológica entre Lenin y Stalin, considero que en la cuestión nacional esta supuesta continuidad no sólo no existe, sino de hecho asistimos a una ruptura sin retorno entre ambos dirigentes, que no puede ser soslayada. A pesar de la influencia negativa del estalinismo en la política sobre la cuestión nacional, se dieron avances significativos a partir de la Revolución de 1917 en el desarrollo de naciones, nacionalidades y pueblos de la Unión Soviética. El estalinismo y la desaparición de la URSS no pueden afectar un juicio objetivo sobre el significado y los alcances de esa gloriosa revolución, incluso en la derrota del nazi-fascismo en la Gran Guerra Patria. Uno de los logros cardinales fue la construcción nacional de pueblos y nacionalidades que no habían podido integrarse como naciones y nacionalidades en la etapa prerrevolucionaria, como Ucrania, Bielorrusia, Georgia, los pueblos de Transcaucasia y Moldavia; los del Asia Central, Siberia y el Extremo Oriente, muchos de los cuales antes de la revolución vivían en el aislamiento y en la marginación en todos los órdenes. La revolución dio la posibilidad de integrar a la vida del país a sujetos sociopolíticos que posteriormente reclamaron derechos y reivindicaciones. Sería una tergiversación histórica negar, igualmente, el notable desarrollo económico, político, cultural alcanzado por los más de 100 pueblos, naciones y etnias que integraron la URSS a partir del establecimiento del poder soviético. Asumir el claroscuro de esta experiencia dramática de lo que fue la historia de la cuestión nacional en la URSS es la base para un planteamiento realista y objetivo del balance histórico de la revolución bolchevique en torno a esta importante problemática del mundo actual.
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