Calambres y taquicardias // El sabor del Himno Nacional // Lealtad y antigüedad partidaria // Sufragio por Morena
Ortiz Tejeda
T
engo días intentando escribir esta columneta. La empiezo y luego de unos cuantos renglones la leo y me desespero, me enfurezco: no logro definir qué quiero decir ni cómo hacerlo. Me he propuesto escribir la crónica de las recientes campañas electorales y mencionar los increíbles gafes, errores, irresponsabilidades, obcecaciones, limitaciones, excesos y carencias de los candidatos y sus inconmensurables ridículos, el primero de los cuales –adelanto– fue la equívoca cuantificación de beneficios que les representaba la suma de la fauna más desacreditada de la llamada clase política ¿Puede una persona sencilla, un ciudadano medianamente informado, sin militancia formal en partido alguno pero con referencias sobre quiénes han sido Javier Lozano, Manuel de Jesús Espino, Jorge Castañeda, Xóchitl Gálvez, Purificación Carpinteyro, Gabriela Cuevas, Germán Martínez, Carlos Alazraki, Alejandra Sota o Agustín Basave, sentirse motivado para afiliarse a un partido o comprometerse con una candidatura a la que éstos se incorporaron descarada, cínica y convenencieramente al 15 para las 12?
Pero para tratar este tema tenemos mucho tiempo. Por ahora les comparto unos calambres, pálpitos y taquicardias que experimenté durante la tarde/noche del miércoles pasado.
Yo, como todos ustedes, he cantado el Himno Nacional cientos de veces en la vida: desde el jardín de niños, los Boy Scouts o las Vanguardias (pubertos de la Acción Católica Juvenil Mexicana), hasta con las miles de familias que integraron la heroica Caravana Minera de los años 50. Luego con Othón, casi a diario, en los patios de la SEP. En las vías de la estación de Buenavista o en la Arena Coliseo, con Demetrio y, por supuesto, con Rafael Galván y sus indómitos trabajadores electricistas. Lo he cantado con Cuauhtémoc, durante el despojo, y con Andrés frente al desafuero. También en cientos de actos cívicos, ceremonias oficiales, escolares, deportivas. Lo he desentonado en el país o en el extranjero y, lo que es peor, por culpa de una de mis abuelas reciclables yo, hasta hace muy pocos sexenios, era de los escasos ciudadanos que se sabía las 10 estrofas y el estribillo del original.
Pues diga lo que diga el director, pero el himno tiene 10 estrofas, y tú te las aprendes, me espetaba Cata (la abuela 3, que era maestra de música).
Pues después de haber descrito mi larga tournée interpretando la más famosa creación del maestro González Bocanegra, debo hacer una confesión: a mí el Himno Nacional no me sabe igual cada vez que lo desentono. En las ceremonias oficiales, con salvas excepciones, la voz se me apaga, se vuelve pastosa; repito las estrofas automáticamente, como las letanías de las posadas. Eran ya muchas las veces que mi himno, antes brioso, altivo, echado pa’ delante y que, inevitablemente me anudaba la garganta, se me había venido a menos. El miércoles pasado recobré emociones y sentimientos originarios. Mi himno –no importa qué dijera– se me clavó en el bajo vientre, mis vísceras ya caducas se estremecieron como hacía mucho no lo hacían y, sin pena ni rubores, chillé abiertamente. En ese pequeño espacio del estadio Azteca se concentraban el vigor, la fuerza, la decisión y la esperanza. Desconfiado, como todavía lo estaba en la casilla al cruzar mi boleta hace unos momentos, me quedaba claro: mi voto tendría que ser por el México de mis hijas, de mis nietos, pero también por mi pasado y el de mis orígenes.
Salvo prueba en contrario, puedo afirmar que a menos que la edad sea factor determinante, no hay en el país un militante priísta que pueda acreditar, fehacientemente, una mayor antigüedad partidaria que el suscrito. Los principios del único partido en el que militado –con toda lealtad, militancia comprometida, trabajo de partido– son los que mueven mi pensamiento y acción política de todos los días: creo en un Estado soberano a plenitud, en una nación democrática, libertaria y sustentada en la igualdad. Sostengo que la educación debe ser laica y gratuita. La propiedad de tierras, aguas, subsuelo, espacio aéreo corresponde originariamente a la nación. Tengo algunos otros principios fundamentales que siempre han sido mi compromiso y a los que fallar a mi edad, además de una aberrante inmoralidad, sería una supina estupidez. A reserva de una explicación menos acelerada, concluyo: para ser fiel a esos ideales, hace unas horas, mi voto fue por Morena.
Twitter: @ortiztejeda
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