La (lejana) toma de posesión // Peculiar cogobierno virtual // Condicionamientos de facto // Banco de México, militares
Julio Hernández López
▲ FRIDA. El presidente Enrique Peña Nieto encabezó la ceremonia de izamiento de la Bandera nacional a media asta en el Zócalo capitalino para recordar a las víctimas de los terremotos del 19 de septiembre. Al acto también asistieron elementos de la Marina y Frida, la perra rescatista.Foto José Antonio López
N
unca se había vivido en México un periodo de transición presidencial tan intenso y complicado como el que terminará el primer día de diciembre próximo. No ha sido solamente el factor temporal tan extenso (seis meses, a partir de la noche en que todo quedó sellado en favor de Andrés Manuel López Obrador), pues otras sucesiones se han movido en similares parámetros de calendario. La peculiaridad de este proceso radica en el apabullante triunfo electoral de un candidato expansivo y controlador (AMLO), que a la vez ha contado (por circunstancias o por arreglos) con una suerte de temprana retirada táctica del detentador del poder formal (Enrique Peña Nieto).
Esa peculiaridad se ha dado sin pugnas escénicas ni contratiempos reales. Ante señalamientos fuertes del entrante, que sí los ha habido, el saliente ha preferido las artes del toreo y el contrapunteo defensivo menor, apenas dibujado. A su vez, el entrante se ha abstenido, lo más que su fuerte carácter se lo permite, de empujar la puya ante heridas abiertas, evocante de convicciones conciliatorias y de miradas tendidas hacia el futuro y no más hacia el pasado (y presente) conflictivos.
Sin embargo, con un López Obrador que en los hechos cogobierna (tiene el control del Poder Legislativo, el atril mediático casi en exclusiva y un apoyo popular que no mengua) y un Peña Nieto que sólo piensa en la puerta de salida, lo cierto es que el momento exacto de la toma del poder presidencial aún parece lejana (faltan menos de dos meses y medio). Y, aun cuando se está adjudicando a esa fecha formal un carácter casi indefectible de asunción poderosa, plena y absoluta, lo cierto es que diversos poderes de facto continuarán condicionando y obstruyendo las políticas e intenciones del político tabasqueño que ya a estas alturas, en un zigzagueo declarativo (el país sin crisis y el país en bancarrota, por dar un ejemplo), con imprecisiones en temas fundamentales (la consulta respecto del nuevo aeropuerto, por citar un caso) y con la amplia política de perdón a los corruptos (el tema de Rosario Robles, como referente), está dando muestras de las graves dificultades a que se enfrenta la toma de ese poder y el ejercicio verdadero y a fondo.
No está siendo fácil para el tabasqueño de los 30 millones de votos (y nadie podría haber supuesto, sensatamente, que lo sería) la conversión de ese impresionante capital electivo en una proporcional fuerza política e institucional de modificación profunda de las peores características de un sistema caído en crisis, pero convencido de que algunos remedios y trapazos le podrían poner nuevamente en forma.
En estas horas, la mayor presión proviene del ámbito de los grandes capitales, que han hecho sentir a López Obrador el tamaño de la reacción adversa que pueden generar si sus políticas, proyectos e intereses no son satisfechos. El litigio sobre la construcción del nuevo aeropuerto internacional es uno de esos forcejeos indicativos. Otro flanco, peligroso, se ha abierto en el punto del Banco de México y sus políticas neoliberales sostenidas durante las tres décadas recientes. El titular de ese banco, Alejandro Díaz de León (quien llegó al cargo en función de que José Antonio Meade fue enfilado a la candidatura presidencial priísta), no ha tenido sintonía con los propósitos de López Obrador y de ahí se derivaron las tempranas advertencias obradoristas de que en esa instancia tecnocrática estaría la culpa de una eventual descompostura de los equilibrios macroeconómicos y del incremento de la inflación.
Otro terreno fangoso es el de la sucesión en los mandos del Ejército y la Marina. López Obrador necesita el respaldo del aparato tradicional de las fuerzas armadas y, para ello, está en camino (salvo que a última hora diera un giro sorpresivo) de aceptar la
tradiciónde las élites castrenses de proponer sendas ternas, definidas por los secretarios salientes, para que de ellas el futuro presidente elija a los sucesores. Es decir, las élites militares seguirían manteniendo un poder al acecho.
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