Luis Linares Zapata
T
ras una docena de años, en cotidiana y extenuante campaña electoral, López Obrador llega, de sopetón, a un corto periodo como presidente electo. Un prolongado ensayo cotidiano de candidato opositor que pasa, con su abrumador triunfo en las urnas, a ser actor central indiscutible del presente nacional. Asentar, en el ámbito colectivo, su nueva figura como gobernante no ha sido un ejercicio terso y comprensible. Por el contrario, ha provocado varias y sonoras trifulcas mediáticas. Por lo visto y oído en días recientes, la transición entre el perfil de claro opositor y el gobernante en movimiento, será un proceso no exento de tribulaciones, espantos y daños. Un papel que, además, deberá asumirse al interior de un régimen en plena decadencia pero bien pertrechado para su continuidad y defensa. La resistencia ante cualquier afectación en su accionar y privilegios la llevará, sin duda, hasta la última gota de energía. Atentar contra su hegemonía, sostenida a lo largo de varios decenios, ha empezado a causar escozor y varios estragos. La estabilidad sistémica, presumida aunque precaria, empieza a responder con lamentos, agudos enojos y temblores. En su valentón accionar, el poder real va mostrando las inconsistencias y notables fallas de sus modos, recursos y endebles resultados.
Cada frase, palabra, aserto, ocurrencia o enojo del presidente electo pone en movimiento la reserva defensiva del aparato establecido. Es, sin duda, un acaudalado, bien aceitado entramado de apoyadores al mando de incontables medios y muchas mañas, como el rumor, la autoridad y el continuo ataque. Muchos de sus integrantes obedecen órdenes perentorias. Otros, corren en paralelo desplegando toda una letanía, ya bien probada en ciertas clases sociales, para alertar sobre gazapos, supuestas incoherencias, falsos cálculos y tonterías del actual y retador líder contestatario.
La voz de alerta sonó ya hace rato en el ámbito público. El arrasador cúmulo de votos obtenido por los morenos no los derrotó, tampoco apaciguó sus ímpetus de tira línea. Han ido recuperando el aliento y, según dicen, pueden ver, al final del túnel, una luz tranquilizadora que deberán mantener encendida. Las opiniones de contraste, que tanto les molestan, las juzgan de urgente, necesario e indispensable tratamiento para situarlas dentro de los convenientes patrones y pareceres habituales. Han sido muchos los años, quincenas y meses donde todo discurrió dentro de cauces bien trillados y asimilados por ciertas capas de población.
No hay que caer en pánicos ni sonar alarmas de manera torpe e innecesaria, ni encender todos los altoparlantes, alegan con cierta parsimonia de enterados. Se podrá volver a la normalidad con un poco de seriedad y acostumbrada maniobra hábil. En ello radicará la más inteligente defensa de las posiciones detentadas y ahora en riesgo. Sobre todo al considerar que el candidato triunfante no acaba de procesar, como es debido, su nuevo papel de transitorio presidente electo. Los rituales y exigencias de la prolongada campaña dejaron huellas, tácticas exitosas y reflejos persistentes. Los meses venideros sin duda permitirán el traslado de opiniones, ademanes, dichos y conductas, adecuadas al nuevo estatus de jefe de Estado y de gobierno.
Mientras esto sucede, es preciso volver, una y otra vez, sobre punzantes tópicos: el nuevo aeropuerto en Texcoco o las remuneraciones recortadas por ley. Estas últimas ya suponen, en el horizonte devastador alegado, todo un ejército de especialistas con rumbo al desempleo o el exilio. En cuanto a lo primero, en cambio, se habrán de dirimir asuntos de la mayor relevancia. Para ello se aprestan a concurrir los intereses masivos que apoyan la construcción sobre el lecho de lodo del viejo y profundo lago. En este paquete están metidos no sólo los miembros de la plutocracia local, sino sus aliados de variada tesitura: mediática, de negocios a escala, poder o ideológicos. No será fácil sustituir al aeropuerto en proceso sobre el lago, con otro que requiere emplear menores recursos. En Texcoco, ya con pocas dudas, se emplearán alrededor de 500 mil millones de pesos en su primera etapa (dos pistas). El de Santa Lucía, ya con costos adicionales de penalidades, fluctuaría entre 170 o 200 mil millones. No debería, por tanto, haber polémica.
Los requerimientos del magno proyecto, de presumida
calidad mundiales una envidiable mina de oportunidades para el abundante capital del sistema financiero local y trasnacional. Una sola obra de infraestructura es demasiado atractiva para el poderoso entramado financiero. Máxime cuando las subsiguientes etapas del proyecto, el carísimo mantenimiento y los hartos negocios de complemento aseguran cantidades muy por encima de los cálculos actuales, digamos montos cercanos al billón de pesos. El riesgo para la parafernalia financiera sería nulo: todo correrá a cargo de los usuarios de la aviación.
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