jueves, 1 de noviembre de 2018

Ciudad perdida

La consulta, su lección y el otro poder
Miguel Ángel Velázquez
S
in que se logren apaciguar los ánimos ni las falsas ideas de lo que ha traído la posibilidad de llegar a una nueva forma de gobierno, es muy importante tratar de establecer ciertas verdades que suelen emerger del caldo de cultivo de la mala leche.
Claro que nos referimos a las mediciones de opinión, que de todas formas sirven para que muchos políticos, y muchas más empresas, guíen sus decisiones a partir de lo que se expresa en las famosas, y también muy desprestigiadas, pero siempre útiles –para bien o para mal– encuestas.
Si quisiéramos decirles de otro modo, podríamos considerar a los resultados de esas consultas como una forma de hallar el consejo de quienes no tienen o no encuentran los canales de expresión usuales; por eso son útiles. Y como esas mediciones casi siempre son realizadas por empresas que buscan buenas remuneraciones por su trabajo, quienes las demandan han exigido reglas, legales, para estar seguros de lo que compran.
La otra forma que exige que las mediciones cumplan con ciertos requisitos para considerarlas vinculantes con las decisiones de gobierno es aquella que incluso puede convertirse en ley, por lo que debe dar certeza en su ejecución y sus resultados.
Como ya quedó muy claro, y como les habíamos dicho en este espacio, el asunto de dónde construir el nuevo aeropuerto, aunque muy importante, no resulta tan profundo en el quehacer del próximo gobierno como el de la consulta a la población.
Saber qué tanto aceptaría la población este nuevo camino de gobierno era lo que la encuesta traería dentro de sí misma. Las consultas populares llegaron para quedarse, ahora se sabe con claridad, pero primero era hallar la respuesta de la gente. Una encuesta que no tiene participantes no vale de nada. El reto era saber si había disposición ciudadana para participar en el hecho de gobierno, y eso ya tiene una respuesta.
La consulta se hizo en todo el país precisamente por eso, porque se requería tener la seguridad del interés popular en las decisiones que tracen el camino de la administración de Andrés Manuel López Obrador, y no fue inútil el esfuerzo, aunque hay que decir que no fue, tampoco, el único factor que llevó a hacer de la consulta un ejercicio nacional.
Esa, la voz de la gente, es el factor que no se quiere aceptar. Prefieren los mexicanos del poder real, el económico, que las empresas estadunidenses marquen el rumbo de México que aceptar el consejo popular, y han visto con la participación, y el resultado de la encuesta, una segunda derrota en menos de medio año –la primera fue la elección para la Presidencia de la República–, y ahora buscan revertirla de cualquier forma. ¡Cuidado!
De pasadita
Ahora resulta que para que no exista duda de quién manda, los señores de la Coparmex –el sindicato de patrones– piden al presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, que reconozca que se equivocó con el asunto del aeropuerto, aunque eso sea sólo su punto de vista, y aunque ellos, los patrones, no puedan reconocer, primero, que los pasados 30 años en los que ellos han mandado el país ha crecido en pobres, en violencia y en desgracia.
Pero sí, López Obrador debería tomarles la palabra, decir por qué no se equivocó y pedirles públicamente que nos expliquen cómo han crecido los millonarios mientras el país se sume en la miseria. ¿Quién dijo mano?

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