Bernardo Bátiz V.
M
uy lejos de Ciudad de México, en el Océano Pacífico, frente a las costas de Nayarit donde concluye ese mar interior mexicano tan rico y hermoso que forman el Golfo de California o Mar de Cortés y el recodo o ancón que hace nuestro litoral en el extremo sur, donde está el Cabo Corrientes y la hermosa Bahía de Banderas; hasta ahí llegaban las corrientes marinas que permitían el tornaviaje, que concluía a veces en Acapulco y otras en el puerto de San Blas. Ahí se encuentra el pequeño archipiélago formado por las islas María Madre, María Magdalena, María Cleofas y el islote San Juanico, punto geográfico conocido por ser actualmente una prisión y por las historias, leyendas y consejas que corren de él.
La determinación presidencial fue que dejará de ser un reclusorio, como lo ha sido desde 1905 y servirá ahora a un nuevo destino, menos trágico y menos lúgubre, adecuado con su lugar en la geografía, muy cerca de la línea del trópico, mar y naturaleza, playas y litorales luminosos, paisajes y celajes espléndidos. Ese lugar, un centro de convivencia para niños y jóvenes y de visitas de todos, llevará el nombre de
Muros de Agua José Revueltas, título apropiado si se recuerda que es el mismo de una novela de este autor, luchador social, fundador de la Liga Espartaco, escritor, militante del Partido Comunista y preso político en esas islas.
Cierto que no ha sido José Revueltas el único personaje conocido que ha pasado por los trabajos forzados de las Islas Marías; otros han estado en ese reclusorio de muros líquidos y habría que agregar, de aguas plagadas de tiburones, involuntarios carceleros.
Una mujer purgó varios años de cárcel en las Islas Marías: la madre Conchita, acusada de haber participado como incitadora o autora intelectual del asesinato del general Álvaro Obregón, quien en 1929 había sido relecto como Presidente de la República. La religiosa de la orden de las Capuchinas Sacramentarias, se llamó Concepción Acevedo de la Llata. Fue una de tantas personas presas en las Islas Marías por enfrentarse al gobierno y perseguida por él; la lista fue variopinta, lo mismo cristeros aguerridos, religiosos o religiosas que revolucionarios comunistas, entremezclados con criminales empedernidos y raterillos pobretones.
León Toral, quien disparó a Obregón en la comida de La Bombilla, mencionó a la madre Conchita en sus declaraciones arrancadas bajo tortura y eso bastó para que su vida conventual y de recogimiento diera un giro inesperado; presa en las Islas Marías contrajo matrimonio con otro cristero, Carlos Castro Balda, compañero de lucha y de reclusión, que sirvió con ese matrimonio como una protección algo más que simbólica.
Las islas tan lejanas, tan llenas de historias, aparentemente poco tendrían que ver con Ciudad de México; sin embargo, no pertenecen al estado de Nayarit, administrativamente dependen del Poder Ejecutivo federal, pero para lo relacionado con la administración y procuración de justicia están estrechamente ligadas a los poderes de nuestra capital. Desde hace décadas un juez mixto de primera instancia imparte justicia, se ocupa de casos penales y civiles que generan los conflictos entre particulares vecinos de la colonia penal, a este juez lo designa el Tribunal Superior de Justicia, antes del Distrito Federal hoy Ciudad de México; un agente del Ministerio Público, adscrito al juzgado, cuenta con una pequeña oficina y tres ayudantes nombrados por la Procuraduría General de Justicia de la capital.
Rara relación de ese lejano paraíso tropical al nivel del mar y esta ciudad a 2 mil 250 metros de altura, contaminada y superpoblada. Los funcionarios judiciales tienen una rotación cada cuatro o cinco meses; para ellos puede ser un destierro temporal o bien vacaciones pagadas, regresan a México requemados por el sol y revitalizados por la selva y el mar.
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