Luis Hernández Navarro
L
a continuidad del proyecto chavista sin Hugo Chávez está garantizada. La revolución bolivariana sobrevivirá a su líder. El socialismo del siglo XXI no es obra de un solo hombre, sino de un pueblo que lo ha hecho parte de su imaginario y su horizonte. La unidad de su conducción política y militar está asegurada.
Nicolás Maduro, el presidente encargado de Venezuela y candidato a la primera magistratura en los comicios extraordinarios del 14 de abril, no es Hugo Chávez, pero hoy el conjunto del chavismo, su pueblo y sus dirigentes, están aglutinados en torno suyo. No hay, no ha habido en los últimos meses una sola expresión disidente documentada de su liderazgo.
Maduro, el conductor de metro en Caracas, el sindicalista, el músico de rock, el ex militante de la Liga Socialista, no es un improvisado. Durante más de seis años fue canciller de Venezuela, brazo ejecutor de una diplomacia activa y exitosa, promotora de procesos de integración sustentados en los principios de solidaridad, cooperación y complementación que cambiaron de fondo las relaciones entre los países del continente, y entre ellos y el mundo árabe. El que los funerales de Chávez, en que participaron 32 jefes de Estado y de gobierno, se convirtieran en una verdadera cumbre mundial dice mucho de sus habilidades diplomáticas.
La persistencia del proyecto de socialismo del siglo XXI está garantizada porque el pueblo de Chávez lo ha hecho suyo. Forma parte de su nueva identidad nacional y popular. No existe descomposición alguna de la coalición chavista. Por el contrario, hay un reforzamiento de ella.
La gente común y humilde que se adhirió y se identificó con la revolución bolivariana no se hizo chavista sólo porque el presidente redistribuyó la renta petrolera y aplicó programas sociales, sino, como explicó doña Joaquina Díaz a los periodistas Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez, porque el comandante dio mucho amor y no hizo menos a los pobres, facilitó que su dignidad aflorara, y ayudó a que tuvieran un poder del que carecían. Ese pueblo es hoy dueño de su destino y no está dispuesto a dejar de serlo.
El encuentro entre Hugo Chávez y su pueblo viene de años atrás. Cuando en 1992 se levantó en armas contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez y fue detenido, las madres comenzaron a vestir a sus hijos pequeños con el uniforme y la boina con las que el teniente coronel se presentó en televisión para anunciar que
por el momentoel movimiento había sido derrotado. Les decían los
chavecitos. En una parte de la población nació la idea de que
ahora sí hay alguien que nos va a defender.
La inmensa marea roja que invadió espontáneamente la semana pasada la ciudad de Caracas para rendir homenaje a su líder, como lo hizo en 2002 para frenar el golpe de Estado de la derecha, es la principal garantía de perpetuación del chavismo. Ella ha sido la fuerza motriz que ha transformado el país. Lo seguirá siendo.
El pueblo de Chávez no está formado por ciudadanos aislados. Está integrado por un tejido asociativo vital, en el que participan redes horizontales de barrios, pobladores, trabajadores, campesinos, sindicatos clasistas, clases medias, cooperativas y medios de comunicación alternativos. Durante años se han formado literalmente miles de cuadros y organizadores populares. Además, no son pocos los chavistas que están armados.
Pero, además, la revolución bolivariana, en la aciaga hora de la pérdida de su fundador, es una unidad político-militar sin quiebres. El movimiento resolvió sin fisuras internas y sin defecciones el reto de la sucesión de mando. Las fuerzas armadas han mantenido su lealtad institucional. Por supuesto, muchas cosas pueden aún suceder en el camino, pero, por lo pronto, el chavismo tiene claramente marcado su rumbo y consolidado su liderazgo. Su nuevo dirigente es Nicolás Maduro.
Por el contrario, en la acera de enfrente, la oposición no se distingue por su unidad interna. Apoya a Henrique Capriles al tiempo que lo manda al matadero. Constelación variopinta de agrupamientos políticos de todos los signos, cohesionados por su radical rechazo a Hugo Chávez, padece recurrentemente el vicio del canibalismo. En 2012 logró actuar en común porque fantaseó con las posibilidades de un triunfo electoral que hoy no tiene. Su perspectiva inmediata en los próximos comicios presidenciales es la de una nueva e irremediable derrota.
En Venezuela se vive una transformación política profundamente original. Hay allí procesos de inclusión, igualdad y conquista social inéditos que buscan salir de la devastación neoliberal. La mayoría de la población está de acuerdo con ella y desea profundizarla.
Incapaz de tapar el sol con un dedo, la oposición no puede ignorar el éxito de los programas sociales de la revolución bolivariana, pero a cambio concentra sus críticas en el supuesto caos económico provocado por el chavismo y en su hipotético despilfarro de la riqueza petrolera. Para la derecha destinar recursos económicos a paliar la pobreza, procurar la salud de los pobres, propiciar su educación, crear empleo, pagar un salario digno y dotar de vivienda a quien no la tiene es un derroche. Para el pueblo de Chávez es una conquista en la que no hay marcha atrás.
Cuando Hugo Chávez llegó al poder por primera ocasión, Venezuela era considerada una nación esquirola de la OPEP. El precio del barril petróleo se había derrumbado hasta 5 o 7 dólares. El mandatario reconstruyó el cártel petrolero y elevó los precios por arriba de los 100 dólares. En el camino cambió de socios comerciales, estableció relaciones privilegiadas con China, promovió la inversión extranjera de otras naciones, y nacionalizó sectores estratégicos, como las telecomunicaciones y la industria alimentaria. No hay ningún desastre económico en puerta. Para horror de los neoliberales, los recursos petroleros seguirán fluyendo y se buscará sembrarlos para diversificar la planta productiva. La revolución bolivariana continuará su marcha por los caminos de la herejía y el rechazo al Consenso de Washington.
No hay vuelta de hoja. La continuidad de la revolución bolivariana está asegurada. El pueblo de Chávez es la garantía.
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