lunes, 4 de mayo de 2015

Nosotros ya no somos los mismos

 Más de la reforma de 1977
 Seres inusuales en acaloradas discusiones
 Caso Aristegui, ¿semana clave?
Ortiz Tejeda
Foto
El 10 de junio de 1971, granaderos se concentraban en la zona del Casco de Santo Tomás. La reforma política de 1977 llegó seis años después del halconazo  Foto Archivo de Alfredo Sánchez Ariza
D
icen que el controvertido señor ex senador y ex gobernador de Baja California don Alejandro González Alcocer, cuando saca a relucir su estirpe panista, relata haber conocido en el cristiano hogar paterno a unos seres inusuales que respondían a los apelativos de Campa, Martínez Verdugo y Rincón Gallardo. Este último, el único que en razón de su apellido de prosapia podía haber sido amigo de la familia. Me refiero a la de don Manuel González Hinojosa, quien por ser a la sazón presidente de Acción Nacional, encabezó las agotadoras jornadas de discusión que tendrían como resultado la reforma electoral de 1977, a la que el doctor Woldenberg ha calificado de la reforma que construye futuro, que delinea un horizonte.
Recuerda el ex gobernador cómo se reunían en su casa las antípodas ideológicas tratando de encontrar las difíciles coincidencias, los vértices nunca intentados, que pudieran permitir el jalonamiento parejo de un régimen que, en expresión priísta necesitaba preservar para fortalecer y transformar para avanzar. El privilegiado testigo, aunque tenía 26 años (nació en 1951), no parece haber tenido mayor idea de qué se fraguaba en su casa, ni quiénes eran los extraños individuos con los que su padre tan acaloradamente discutía. Me atrevo a esta suposición dado que no conozco ningún escrito en el que tan importante personero panista haya dejado un testimonio de lo que presenció en vivo y en directo.
Qué crónica más ilustradora hubiera sido este relato desde la óptica del ring side:conocer cómo se preparó la urdimbre y luego se fue pasando la trama hasta conseguir un producto (la iniciativa primero, la reforma después), vistoso, atractivo en extremo, pero también permeable y resistente, capaz de ir aceptando agregados y también recortes y enmendaduras, y hacerlo siempre con tal esmero que nadie se diera por descobijado. La reforma no simplemente se tejió, se bordó finísimamente y a mano (petatillo, punto de cruz o crochet ganchillo).
Por eso Gobernación se esmeró no sólo en seducir, ofrecer, presionar, predecir hecatombes que en lo absoluto deseaba, pero que presentía inevitables si no se sumaban fuerzas y se actuaba de conjunto y pronto. Lo hizo desde con dirigentes oficiales e históricos hasta con grupos marginales y aun con individualidades que alguna vez existieron. Por supuesto que las hecatombes y los enemigos eran totalmente diferentes de una audiencia a otra. Para evitar sospechosismos se instó a los sectores irreconciliables a platicar y ponerse de acuerdo entre sí y sin presencia del gobierno. La medida era por demás audaz, pero en ambos lados se reconocían las bondades de la reforma y, además, los dirigentes eran de fiar. El gobierno mismo procuró reuniones bipolares en las que, con cálculo milimétrico cuidó la simetría en las ventajas ofrecidas a las partes a cooptar.
Pero los conflictos afloraban tanto en las cuestiones prácticas como en las doctrinarias. Afortunadamente el gobierno siguió las enseñanzas de mi tía Euclidia: (véase Euclides, matemático del siglo III a. C.) Dos cosas desiguales entre sí de entrada se neutralizan frente a una tercera (apotegma dedicado al doctor García Berger). Acción Nacional aspiraba a un suelo más parejo para que el camino no fuera tan chipotudo. Reglas de juego y balanzas iguales para todos los contendientes, autoridades de casilla que no fueran los funcionarios de los comités municipales priístas, que los árbitros no fueran tricolores y los notarios públicos no se enfermaran precisamente el día D. Que los carruseles, los tamales y los ratones locos fueran más recatados.
Los jerarcas panistas del momento estaban convencidos de que con la reforma se acrecentaría su representación en los congresos locales y en el federal, que en los ayuntamientos se multiplicarían las piedritas en los zapatos de los alcaldes priístas. Y ya con múltiples voces en cada entidad de la República, renovarían la exigencia para que a los ministros de culto (o séase el suyo, no el de los adventistas del séptimo día, ni menos el de los testigos de Jehová), se les reconociera la doble nacionalidad: la mexicana y la del Estado Vaticano. En unos añitos los ministros de culto podrían votar y decidir quiénes eran los mejores hombres para dirigir el país y esto, nada más por mientras, porque, ya empoderados en el Congreso, el siguiente paso sería la restauración plena de los derechos (más algunos de sus naturales fueros y privilegios) a los altos dignatarios: ¿quién mejor que la jerarquía para conducir a la grey en este reino y el porvenir?
Tal vez imaginaban algunas peregrinaciones (que no manifestaciones) con grandes pancartas: Hijos, den sus votos en favor del cardenal Sigüenza para gobernador de Guanajuato, y gánense sus indulgencias plenarias¿Qué mejor alcalde que nuestro querido párroco don Sebastián de Rábago? Depositen en el cepo su voto y tomen una estampita que está bendita. No más que llegue 1988, la venda liberal se vendrá abajo y aparecerá ante los ojos de todos los creyentes mexicanos, la inmensa institución que los masones del rito Tomás Copperfield han torpemente intentado desaparecer desde siempre. Con suerte y antes de que llegue 1994, después de restablecer relaciones, abiertas, no vergonzantes con la Santa Sede, hasta firmamos un Vatican Free Trade Agreement y todos los políticos, con poder y solvencia, podrán acudir al Tribunal de la Rota para solicitar la anulación del sagrado vínculo matrimonial hasta tres veces por sexenio.
Pues con tales perspectivas los Caballeros de Colón, los miembros del Opus Dei y de la ACM, agrupados en el partido de la derecha nacional, decidieron acompañar la reforma de 1977. De que le atinaron no hay duda, pero de lo que tampoco la hay, es que su harakiri bisexenal amplió su pronóstico: perdieron el poder, mancillaron su pasado y cancelaron la viabilidad y expectativas de su partido por algunos sexenios en los que ya no nos tocará participar.
¿Y la izquierda? Pues sobrevivía recia, obcecada, heroica, en la ilegalidad. Sin poder recuperarse de los mandobles internos y externos: no habían pasado ni 10 años de Tlatelolco y de Checoslovaquia, cuatro años del golpe que la derecha autóctona y el apoyo imperial le asestaron al gobierno legítimo de Salvador Allende, un sexenio apenas del halconazo del 10 de junio y, siempre latente, la demoledora y brutal presencia de la guerra sucia en el campo y las ciudades. Casi está por demás mencionar la atomización de su militancia y las rencillas inconcebibles de los dirigentes de un partido que congrega personas libres, racionales. Si a todo esto se agrega una ausencia de relevos generacionales, se entenderá que el más antiguo de los partidos políticos existentes en el momento se encontrara postrado y sin siquiera reconocimiento legal para actuar con libertad y con derechos. No sé mucho de cómo se haya procesado, mesas dentro la iniciativa, a la que por supuesto le desconfiaban, pero, a partir de los comportamientos públicos de los más conocidos dirigentes, de sus declaraciones y posicionamientos, es posible elaborar algunas hipótesis. Y algunos hechos a la vista de todos también son indicadores confiables: los dirigentes del PC y de algunas otras organizaciones de izquierda, en legislaturas subsecuentes, ocupaban una curul.
Dícese que a la hora de poner sobre la mesa la contraprestación que correspondía al PC, Gobernación pidió a la dirección del partido que acreditara su representatividad, su fuerza cierta, comprobable que justificara el pleno reconocimiento a su existencia como actor político en la nueva etapa. Me dicen que la respuesta de Martínez Verdugo, Valentín Campa, Pablo Gómez, Martínez Nateras y Rincón Gallardo fue unánime e inmediata: eso jamás. Sonaba a burla, a broma ofensiva y humillante. Entregar en charola plástico la relación de los cuadros partidarios sobrevivientes era precio impagable. Todavía había otra condición: el PC debía salir de la Universidad. Me dicen y no me dio oportunidad de confirmar, que estas exigencias representaban el fin de las conversaciones y avances alcanzados hasta ese momento. Me siguen diciendo. Fue el talento, la visión de un colaborador y estrecho amigo de Reyes Heroles, tan inteligente, preparado como don Jesús y comprometido seriamente con el perfeccionamiento del sistema democrático de gobierno, quien concibió una figura jurídica que salvaba este terrible escollo: el registro condicionado. Todo cuanto llegue a saber será compartido. Y falta hablar del PRI y de su aplastante mayoría en la Cámara de Diputados, adonde llegó la iniciativa de reformas constitucionales.
¿Será esta la semana clave para la trascendente resolución en el litigio Aristegui vs.MVS?
Twitter: @ortiztejeda

No hay comentarios:

Publicar un comentario