Pedro Salmerón Sanginés
E
n Tierra negra: el Holocausto como historia y advertencia, el historiador revisionista británico Timothy Snyder regresa al más atroz suceso de la historia moderna, no sólo para presentarlo en su devenir con base en testimonios y fuentes incontrovertibles, sino para recordarnos lo cerca que seguimos estando de los modelos de pensamiento que lo hicieron posible.
Como siempre que vuelvo a Hitler y al nazismo, lo primero que destaca es la irracionalidad de su pensamiento y la despiadada brutalidad de su visión del mundo, pero eso no es nuevo. Tampoco lo es la construcción absurda, irracional y paranoica del mito judeo-bolchevique y su identificación de los opuestos (el comunismo y el capitalismo financiero), aunque es necesario presentar la construcción de ese mito, porque de él se servirían los nazis para justificar el Holocausto.
Para Snyder el Holocausto no fue instrumentado por una especie de súper Estado (como se ha sostenido), sino que, por el contrario, fue el colapso del Estado, la desaparición de las instituciones y los mecanismos de protección de minorías propios del Estado lo que permitió el exterminio en masa. El autor nos cuenta la destrucción de los estados austriaco, checoslovaco y polaco en 1938-1939 y cómo se iniciaron ahí los experimentos que dos años después, en Lituania, Letonia, Ucrania, Bielorrusia y Rusia, desembocarían en el asesinato en masa de los judíos… y de todo aquel a quien los nazis y sus colaboradores locales decidieran eliminar. Al judío se le acusaba de bolchevique, se le separaba del resto de la población y se le exterminaba. De la eliminación física de miles de judíos lituanos y letones se pasó al millón de judíos asesinados en territorio soviético ocupado, nada más en 1941, al que siguió –causado por el expolio nazi– la muerte por inanición de 2 millones de ciudadanos soviéticos en aquel invierno. Los mecanismos aprendidos en tierras soviéticas, detalladamente contados y probados por el autor, permitieron a los ocupantes nazis de Polonia exterminar a 2 millones de judíos durante 1942. La gran mayoría de estos seres humanos no vieron los campos de exterminio.
Auschwitz (como emblema de todos los campos de concentración, de trabajo y de exterminio) llega después. Simboliza el tercer momento del Holocausto y para muchos el Holocausto completo, aunque para cuando se convirtió en el principal campo de exterminio la mayoría de los judíos ya habían sido asesinados. Auschwitz simboliza la decisión de la
solución final, tomada por los líderes nazis ante la evidencia de que la guerra contra el Ejército Rojo no podía ganarse: perder la guerra, pero acabar con los judíos y los bolcheviques.
¿Cálculos? El asesinato sistemático de personas desarmadas durante la guerra, a manos de los nazis y sus cómplices, ha sido calculado en 12 millones, de los que la mitad serían de origen judío (y más de dos terceras partes de ellos, de nacionalidad polaca y soviética). Los otros seis o siete millones de asesinados fueron en su mayoría civiles polacos y soviéticos; opositores alemanes y resistentes de nacionalidades no eslavas; gitanos (de medio millón a 800 mil); así como homosexuales, discapacitados y disidentes políticos o religiosos. ¿Por qué entonces insistir en la eliminación de los judíos? Porque nadie en su sano juicio ha discutido el asesinato masivo de unos 3 millones de polacos considerados
eslavos étnicos, ni los aterradores números de muertos en Lituana, Letonia, Ucrania, Bielorrusia y Rusia, precisamente donde el Estado fue destruido por la invasión nazi, la gran mayoría de ellos ejecutados en 1941 y 1942, antes de que se planteara formalmente la
solución final. Porque la negación o la banalización de la decisión nazi de exterminar a la
no-razajudía (la más agravante tragedia del siglo XX, como señalan Primo Levi y Hannah Arendt) se traduce, aparece hoy en siniestras y disímbolas expresiones políticas, como ya hemos señalado (jornada.unam.mx/2015/02/24/opinion/ 020a2pol yjornada.unam.mx/2015/03/10/opinion/ 018a1pol).
La presencia actual del pensamiento de Hitler también angustia a Snyder, aunque si, como él dice,
vivimos en el mundo de Hitler, prefiero sobre sus vaguedades (en ese aspecto y sólo en ese) las muy claras advertencias de Hannah Arendt, Primo Levi, Slavoj Zizej, Enzo Traverso o Pier Paolo Poggio. Pero citemos a Snyder:
“Compartimos el planeta de Hitler y varias de sus preocupaciones; hemos cambiado menos de lo que creemos […]. Si pensamos que somos víctimas de una conspiración planetaria, nos acercamos poco a poco a Hitler. Si creemos que el Holocausto fue el resultado de las características inherentes de los judíos, los alemanes, los polacos, los lituanos, los ucranios o cualquier otro grupo, nos movemos en el mundo de Hitler”.
Twitter: @HistoriaPedro
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