Los comicios de 2018
Desconfianza hacia partidos y autoridades
Los entresijos del poder
Miguel Ángel Velázquez
L
a pregunta que salta por todos lados es: ¿lo dejarán llegar?
Pareciera como si todo estuviera decidido, como si la elección en el país y en la ciudad ya estuviera resuelta, y sólo la decisión de alguien, un alguien abstracto, lleno de poder, al modo del colegio electoral de Estados Unidos, o peor, se levantara sobre la voluntad popular e impusiera la de sus intereses para que se desviara la que hoy parece una ruta sin mayores contratiempos.
El asunto no es, de ninguna manera, hablar del que pudiera alzarse con el triunfo, sino de quien decide el futuro del país, y para muchos votantes esa decisión no se toma de las urnas, no depende del voto, más bien se relaciona con el arreglo, la complicidad que puedan acordar quienes marcan el rumbo de México. ¡Claro que uno se pregunta!: ¿y esos?, ¿quiénes son?, y no hay respuesta, y todos parecen esperar sumisamente a que desde algún rincón del país se dicte sentencia.
La primera vez que nos hicieron la pregunta tratamos de ofrecer una respuesta que desde la teoría pretendiera explicar que no existe ese
lo dejarán, porque sólo la voluntad popular manda, pero la quinta ocasión que, con matices, se cuestionó lo mismo, la piel se nos erizó. Las respuestas se habían agotado y sin pretender levantar una encuesta, ni de broma, empezamos, ahora nosotros, a hacer la misma pregunta. No fueron muchos los que encontramos en la mitad del día.
De cualquier forma, salvo un par de personas, adultos mayores para ser exactos, quienes además establecieron que esta vez nadie le podría quitar el triunfo a López Obrador, los demás, una docena cuando mucho, aunque ya tienen muy claro por quién votarán, desconfían de lo que los partidos y las autoridades electorales puedan hacer con su voto.
Por el contrario, hay quienes aseguran que los señores de la iniciativa privada, por ejemplo, exigen debates para tratar de hallar motivos fehacientes para atacar a López Obrador, y explican que la exigencia es una
patraña. Por un lado piden que pare la llamada guerra sucia, y por otro, alientan un ejercicio –el debate– que sólo sirve y ha servido para recrear un show de descalificaciones que desalientan al elector.
Saben que después de cada debate, el elector queda más confundido, y hasta asqueado del nivel de enfrentamiento. Los cartoncitos del PAN, las filtraciones que obtiene el PRI, los desplantes de Morena, en fin, un show a la medida del hambre de escándalo que pretende el sindicato de patrones, y una posible, muy posible, frustración del ciudadano que no logrará saber cuál será el rumbo que pueda tomar el país con esos debatientes.
Y entonces descubren que la idea es esa: desalentar al sufragante, promover la abstención para que, como parte del juego, se permita la operación del voto corporativo como parte de la estrategia para conservar el poder. Lo otro, como ya se dijo, será el trabajo de los partidos y la sumisión de las autoridades al cochinero. Ese es el panorama.
De pasadita
Aunque la decisión aún no se toma formalmente, el equipo de José Ramón Amieva ya empieza a tomar las riendas del gobierno, para disgusto de muchos. Lo más interesante es que algunos personajes del gobierno, como el director del DIF, Gamaliel Martínez, quien prometió que renunciaría si Amieva se sentaba en el despacho que hoy ocupa Mancera, ha caído en el silencio total. ¿Qué pasó? Él, como algunos otros que ya iremos señalando, han preferido conservar la chamba que el honor. ¡Qué horror!
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