Pemex se va, se va...se fue
EPN: conmemoraciones
Reforma: oferta fallida
Carlos Fernández-Vega
E
n su sexta y última conmemoración de la expropiación petrolera (en los hechos de la apropiación petrolera, como diría el monero Hernández), el saliente inquilino de Los Pinos aseguró que
en democracia, los mexicanos tendremos la oportunidad de comparar la consistencia y la congruencia de distintas propuestas políticas para el desarrollo del sector energético.
Ya picado, Peña Nieto aseguró que en los próximos comicios
habremos de contrastar, en cada uno de los actores, las acciones de ayer con las posiciones de hoy; los dogmas del pasado con los postulados del presente. Las alternativas pasan por cancelar o preservar la libertad de los consumidores de elegir entre distintas opciones; de regresar a un modelo cerrado o privilegiar la apertura y la competencia; o por obligar a Petróleos Mexicanos a asumir riesgos excesivos, o permitirle asociarse con otras empresas, para seguir siendo la gran empresa petrolera de México.
Pues bien, palabras más o menos, ese ha sido el discurso cajonero a lo largo del sexenio peñanietista (lo único novedoso es la perorata electoral, proceso en el que el propio Peña Nieto dijo que mantendría las manos fuera) para justificar la reforma energética, especialmente en la parte petrolera. Aquel 18 de marzo de 2013 afirmó que
se transformará a Pemex; se liberará el gran potencial económico del país y se democratizará la productividad; habrá nueva estructura organizacional; ética corporativa; promoción del crecimiento verde; se incentivará el desarrollo de cadenas nacionales; habrá inversiones de mayor valor agregado y rentabilidad, y se incrementará la capacidad de inversión y desarrollo tecnológico. Todo, para conservar la propiedad del Estado y maximizar la renta petrolera.
Por si fuera poco,
Pemex no se vende ni se privatiza; es y seguirá siendo patrimonio de todos los mexicanos, porque de lo que se trata es de defender la soberanía nacional en el sector energético, impulsar que la reforma apoye la economía familiar, reduzca las tarifas a empresas, eleve la competitividad y garantice el abasto seguro y oportuno, con tecnología e inversión necesarias, para beneficio de todos los mexicanos; con la reforma energética, habrá de mejorar todo México.
Por ese entonces, en 2013, Pemex producía 2 millones 522 mil barriles de crudo por día; exportaba un millón 189 mil barriles, también por día; las ventas (internas y externas) de la otrora paraestatal se aproximaban a 110 mil millones de dólares; el precio de las gasolinas fluctuaba entre 12.13 (Magna) y 12.69 (Premium); el precio por litro de diésel era de 12.49 pesos, y el del gas LP de 12.94 pesos.
En las conmemoraciones posteriores, Enrique peña Nieto siempre narró el cuento de la petrolera (una versión moderna del cuento de la lechera), y en 2014 presumió:
que no haya dudas, pues con la reforma energética el Estado mexicano es y seguirá siendo el único dueño de las reservas petroleras, la renta petrolera y de Pemex; con ella, se alientan nuevas posibilidades de crecimiento, pues la (entonces paraestatal) registra inversiones históricas que liberan a Pemex de frenos y ataduras burocráticas que impedían su desarrollo; la reforma permite una combinación poderosa para atraer inversiones y crear los empleos que el país necesita, al tiempo que procura mayores recursos tecnológicos sin deuda y sin poner en riesgo sus finanzas públicas.
Año tras año repitió la perorata, y lo que prometía en el discurso resultaba inversamente proporcional en la realidad, pues la producción y exportación iban en picada, al igual que el presupuesto de Pemex (una y otra vez recortado), mientras la importación de gasolinas crecía a paso veloz y los precios también, sin olvidar que la oferta de reducir tarifas eléctricas y precios de gasolinas, diésel y gas no trascendió.
Esa fue la dinámica de 2013 y 2017. Pero llegó la sexta y última conmemoración y Enrique Peña Nieto dijo exactamente lo mismo que en las cinco previas. Y mientras año tras año prometía lo mismo, en su sexenio la producción petrolera se desplomó 25 por ciento; la exportación de crudo cayó alrededor de 10 por ciento; el valor de la exportación de crudo bajó cerca de 50 por ciento; los precios de los combustibles se incrementaron 60 por ciento, y la importación de gasolinas creció a paso agigantado.
Lo anterior, sin considerar que las finanzas de Petróleos Mexicanos van de mal en peor, que la empresa sólo tiene fierros viejos, porque no tiene con qué invertir (Hacienda sigue exprimiendo a la ahora empresa productiva del Estado y no le deja ni para el café, pues le recorta el presupuesto y se lleva hasta el último centavo), y se maneja con mucha, muchísima corrupción.
Como era de esperarse (en otros procesos de privatización el gobierno –el de ahora y los de antes– hizo exactamente lo mismo) los inversionistas privados se han quedado con la mejor parte. De acuerdo con EPN, se esperan inversiones por 200 mil millones de dólares; el secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, calcula que serán 150 mil, y el candidato tricolor, que no es tricolor, estima que serán 100 mil millones.
Pero cualquiera que sea la cifra correcta, esa catarata de inversión se haría efectiva en tres décadas (de aquí al 2048), a razón anual promedio de (tomemos como media la cifra cacareada por Coldwell) 5 mil millones de dólares.
Ningún mexicano ha gozado –cuando menos hasta hora– los prometidos beneficios de la reforma energética. De hecho, EPN y sus muchachos prometieron un crecimiento económico adicional de dos puntos porcentuales del PIB, pero se mantienen prófugos. En fin, sexta y última conmemoración para justificar un despojo más.
Pero, bueno, cuando menos Peña Nieto puede presumir que oficialmente fue él la cabeza visible que colocó la cereza en el pastel privatizador del sector energético. Ello, porque el primer intento de privatizarlo se dio desde la llegada misma de Miguel de la Madrid a Los Pinos:
es firme propósito de mi gobierno apoyar el fortalecimiento de Petróleos Mexicanos. Y de ahí para adelante.
Las rebanadas del pastel
Tanto que gritaron, tanto que se quejaron, y resulta que las listas priístas de plurinominales son un verdadero asco. Y si de cochinero se trata, ahí están los independientes, con santa Márgara a la cabeza… A seis meses del terremoto en la Ciudad de México, nada. Pero tranquilos: Mancera ya se va y Patricia Mercado ya se fue. Ellos ya resolvieron su futuro. Los ciudadanos, que se jodan.
Twitter: @cafevega
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