Víctor Flores Olea
A
yer fue Pinochet, hoy es Piñera, que las circunstancias históricas y la propia voluntad han puesto en el papel que lo acerca al general golpista y traidor, el más negro en su especie, si se quiere en un continente pleno de militares felones y perversos. No afirmo que la historia se repita, ojalá tampoco como comedia, pero no hay duda de que el pueblo chileno, abriendo y llenando las avenidas que lo conducirán a una plena democracia, ha sospechado que pudiera volverse a la historia dramática de hace casi 50 años, y a título preventivo ha salido masivamente a las calles de todas las ciudades importantes de la nación.
Los chilenos conocen bien a sus enemigos potenciales o declarados. Hace 50 años se unieron la derecha y la extrema derecha en contra del presidente patriota Salvador Allende y apoyó incondicionalmente al golpista Augusto Pinochet. Después, con un
saber hacerpolítico digno de mejor causa, la mayoría silenciosa hizo hasta lo imposible para que se olvidaran los crímenes de don Augusto y se bajaran las expresiones de los extremos, las de la izquierda que todavía sentía nostalgia por el presidente patriota y las de la extrema derecha, cuya nostalgia más bien se concentraba en la figura sangrienta de Pinochet. El intento era, pues, bajarle a los extremos y hacer creer a la mayoría chilena que otra vez tomaba la ruta de una democracia que por definición excluía a los extremos violentos.
Naturalmente esta ficción no podía durar mucho. Y es que la realidad se impone siempre a las ficciones, por más virtuosas que se les considere. Y la realidad aplastante en Chile es que el sector empresarial, básicamente el mismo que apoyó el golpe de Estado de Pinochet, siguió imponiendo su voluntad y sus intereses manteniendo en el olvido, o casi, a las clases del trabajo en sus más diversas expresiones, que continuaron viviendo en una explotación que quiso atenuar o suprimir Salvador Allende. Esta composición social excluyente de las mayorías, que hace muchas décadas prevalece en Chile, llegó otra vez a su límite de tolerancia: no es que la historia haya echado otra vez la mano de un Pinochet, pero el extremismo de derecha que claramente ostenta Sebastián Piñera lo acerca sin duda, en la actual situación chilena, a tentaciones golpistas. Los millones de chilenos que desbordaron las calles del país en la última semana se manifestaron preventivamente contra esa tentación e hicieron ver que resulta inconcebible un nuevo golpe de Estado, ya que una mayoría abrumadora del pueblo chileno se ha manifestado ya por un statu quo que significa la permanencia de la democracia.
Es bien sabido que para el presidente Salvador Allende la vía chilena al socialismo
no está en la destrucción, en la quiebra violenta del aparato estatal el camino que la revolución chilena tiene por delante. El camino que el pueblo chileno ha abierto, a lo largo de varias generaciones de lucha, le lleva en estos momentos a aprovechar las condiciones creadas por nuestra historia para remplazar el vigente régimen institucional, de fundamento capitalista, por otro distinto, que se adecue a la nueva realidad social de Chile.
El presidente Allende especificó su perspectiva: “Allende es perseverante en su lucha por la transformación y en defensa de la democracia. Construir una nueva sociedad en que imperen el pluralismo, las libertades individuales, las elecciones, pero con los mismos derechos para todos y en la que los trabajadores participen en las decisiones del país. En efecto, durante los mil días de la Unidad Popular la democracia y las libertades públicas se potencian como nunca había ocurrido en la historia republicana. Periódicos, radios y canales de televisión de variado tinte político; los trabajadores multiplicaron los sindicatos, hablando de igual a igual con los patrones; estudiantes que participaban en el destino de sus universidades; campesinos que se organizaban para acceder a la propiedad y cultivo de la tierra; y mujeres y hombres en los barrios que se organizaban en juntas vecinales…” (Roberto Pizarro H, https://www.eldesconcierto.cl/)
Al examinar esta situación en Chile pensamos en ciertos paralelismos que pueda haber con el momento político de México en la actualidad. Andrés Manuel López Obrador (AMLO), si bien nunca ha pretendido luchar específicamente por el socialismo, batalla por un México más justo y democrático, y tal cosa rigurosamente por la vía de las urnas y de las mayorías electorales, que sería el marco político más amplio para realizar la Cuarta Transformación (4T).
Por supuesto, esta 4T no puede equipararse al eventual logro de un régimen socialista, pero de cualquier manera implica cambios sociales, políticos y económicos en profundidad, además de que ya ha sido suficiente para que las derechas del país organicen un frente común orientado a falsear y hasta falsificar las propuestas de AMLO, que no podían ser más deferentes.
Claro está que la organización de un frente común de esa naturaleza, que en principio no implicaría la participación del Ejército, estaría también destinado a una derrota profunda, en vista de la abrumadora mayoría que ya logró AMLO en las urnas y entre los principales sectores sociales del país. Por eso no pensamos que las derechas en México transitarán a una oposición cerrada y militante, ya que significaría poco menos que un suicidio político en principio insostenible...
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