Bernardo Bátiz V.
E
l 12 de julio, desde hace ya algunos años, se celebra el Día del Abogado. Nos felicitamos unos a otros; hay reuniones con discursos, algunas concurridas, cuando los convocantes son funcionarios públicos, otras no tanto. En cuanto a contenido hay de todo, desde muy interesantes y otras, a las que acudí en otro tiempo, con oratoria de compromiso, formales y sin mayor trascendencia. Si no mal recuerdo, fue el primer presidente licenciado en derecho después de varios generales, Miguel Alemán Valdez, quien tuvo la idea de celebrarse a sí mismo y a sus amigos de la facultad de derecho e inició la costumbre.
Los abogados, en general, no tenemos muy buena fama; muchos chistes de abogados concluyen diciendo que entre los pleitos jurídicos entre el cielo y el infierno, pierde siempre el cielo porque todos los abogados están en el infierno; en otras profesiones abundan también quienes aprovechan su preparación y su técnica, en forma egoísta y sin compromiso social, olvidando juramentos y promesas hechas en los exámenes profesionales, pero es a los abogados a los que más se carga la mano, olvidando abusos y ambiciones de otros profesionistas como ingenieros, médicos, arquitectos y muchos más, que al respecto no cantan mal las rancheras.
Otro sambenito que se nos pone a los abogados, a veces no sin razón, es que tendemos al conservadurismo, resistimos a los cambios y frecuentemente ejercemos nuestra profesión renunciando u olvidando el espíritu crítico que aprendimos en la escuela y cuidando no contradecir a la autoridad, especialmente a la autoridad judicial. Para defendernos y mejorar nuestro oficio, como otros profesionistas, hemos creado agrupaciones exclusivas para los colegas.
Las más conocidas actualmente de estas agrupaciones de abogados son tres: la más antigua es el Ilustre y Nacional Colegio de Abogados, de rancio abolengo, fundado en 1759, cuando el adjetivo nacional no formaba parte del largo nombre y en su lugar se encontraba el término real.
Con la Independencia el colegio tuvo altibajos, pero se mantuvo; fueron abogados que formaron en sus filas, ellos sí ilustres, los precusores de la Independencia Francisco Primo de Verdad y Ramos, Francisco Azcárate y Carlos María Bustamante. Manuel Payno, en Los bandidos de Río Frío, pinta de cuerpo entero a un abogadillo huizachero en el personaje del licenciado Lamparilla, pero también a un honorable miembro del Ilustre Colegio en la persona del abogado y humanista Juan N. Rodríguez de San Miguel.
Algunos liberales, como Bernardo Couto, José María Iglesias y José María Lafragua fueron miembros de este colegio y también lo fueron conocidos conservadores como Teodocio Lares y Eulalio Ortega. Aún existe la agrupación e ignoro sí todavía, como en su fundación, se exija para ingresar
limpieza de sangre.
En 1922 se fundó la Barra Mexicana, Colegio de Abogados; ésta, al contrario del Ilustre Colegio, es una organización inspirada en las barras de abogados estadunidenses; actualmente es muy activa y sus miembros se reúnen con mucha frecuencia, son por lo general abogados exitosos, que no se distinguen especialmente por su interés en cuestiones sociales, aun cuando algunos de sus presidentes, como Miguel Estrada Sámano, Javier Quijano o Jesús Zamora Pierce, han dado buenas batallas jurídicas por causas nobles. Fui miembro de la barra durante algún tiempo, pero me retiré cuando cambiaron un artículo de sus estatutos para permitir el ingreso de miembros extranjeros, con lo cual, en mi opinión, ya no tenía razón su nombre de barra, precisamente mexicana.
La otra organización de profesionales del derecho que conozco y en la cual actualmente milito es la Asociación Nacional de Abogados Democráticos, que se fundó en 1991 y tuvo como primer presidente al maestro Emilio Krieger Vázquez, quien fue un valiente maestro de derecho administrativo de la UNAM, constitucionalista y abogado comprometido con las causas populares.
La ANAD se distingue de otras agrupaciones profesionales de abogados en que sus miembros son, por lo general, abogados laboristas, defensores de personas de pocos recursos, litigantes por medio del juicio de amparo, a través de las comisiones de derechos humanos y de los organismos internacionales en causas que van más allá de los intereses exclusivamente particulares, que son de interés colectivo o de trascendencia social.
Para concluir estas reflexiones apresuradas alrededor del Día del Abogado, recuerdo dos datos interesantes uno se refiere al conocido Decálogo del abogado, del jurista uruguayo Eduardo J. Couture, que en uno de sus apotegmas, referido a la paciencia, dice textualmente:
En el derecho, el tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración.
La otra cita que viene a cuento es la inscripción que aparece bajo la imagen de San Ivo, un juez bretón del siglo XIII y que es la siguiente:
San Ivo, abogado pero no ladrón, caso que admiró al pueblo.
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